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IRENE VALLEJO | ESCRITORA, AUTORA DE "EL INFINITO EN UN JUNCO"

"Se habla siempre del fin del libro en papel, pero es imbatible"

"Los clásicos deberían adaptarse al nuevo lenguaje, idealizarlos fue algo posterior; los antiguos siempre cambiaban sus historias"

Irene Vallejo. ÁNGEL GONZÁLEZ

Con un ensayo sobre la literatura de los últimos tres siglos, Irene Vallejo Moreu (Zaragoza, 1979) logró de alguna manera dar con la tecla para que su "El infinito en un junco" se convirtiese, pocas semanas antes del confinamiento por coronavirus, en lo que ya se considera uno de los "superventas" de este 2020. Ella es uno de los principales "fichajes" de la Feria del Libro de Gijón, en la que participó ayer.

-Esta pandemia ha sido incluso un poco más rara para usted.

-Sí, viví muchos cambios simultáneos, también a nivel personal. Tengo un niño pequeño y el confinamiento con él y tenerle que explicar qué estaba pasando también tuvo su trabajo. Y a eso se sumó que el libro tuvo una gran acogida y de repente me escribían los lectores diciéndome que les estaba haciendo compañía. Es muy satisfactorio sentir que un libro tuyo ha ayudado a la gente.

- Estará harta de hablar de esto, pero el éxito de "El infinito en un junto" fue, cuanto menos, inesperado.

-(Ríe) Totalmente. Y agradezco la pregunta siempre que me la hacen porque así puedo aprovechar la ocasión para agradecerles a tantas personas desconocidas haber hecho esto posible. Yo escribí este ensayo a la intemperie, sin acuerdo ni contacto con editoriales que lo pudiesen publicar y, mientras lo hacía, pensaba que escribir un ensayo en este país era tomar una decisión muy poco pragmática y que estaba dedicando muchos años de mi vida a un libro que no tenía muchas posibilidades. Todo lo que ha sucedido después ha sido una serie de sorpresas que han desbordado mis fantasías.

- El éxito sí tiene cierto sentido. El ensayo adopta un tono casi novelesco que le puede haber hecho ser más interesante que otros ensayos del tema.

-Bueno, es que al final de lo que se trata es de convertir cierto material en una historia. Me di cuenta cuando daba clases de que los alumnos recordaban mucho mejor aquello que yo les transmitía en forma de historia, mucho más que los conocimientos abstractos, que los datos. Yo ya llevaba años preguntándome si no nos estaríamos equivocando al enfocar las clases en un contenido puramente informativo y abstracto en vez de hacer lo que la humanidad hizo durante milenios: compartir el conocimiento por fábulas, dándole humanidad y movimiento. Es más eficaz.

- La falta de interés que se achaca a la sociedad hacia la cultura o los clásicos, entonces, ¿puede deberse a un fallo de transmisión?

-En parte, sí. Creo que es muy importante decidir la forma e la que comunicas las cosas. Realmente la distancia del tiempo de alguna manera hay que salvarla y tenemos que ser conscientes de que al hablar de los clásicos e intentar explicarlos, al ponérselo delante a los lectores y sobretodo a los jóvenes, hay que hacer un enorme esfuerzo en comunicación. Es importante dar con las claves que los hacen actuales y que nos permiten atraerlos a las preocupaciones, conflictos, temores y pasiones de nuestro tiempo. Llevo mucho tiempo haciéndolo así en encuentros con estudiantes. Los clásicos hablan de los mismos temas que todavía nos preocupan hoy en día. Y entender los clásicos es fundamental: su forma de ver el mundo marcó el vocabulario, las leyes y la forma de comportarnos que tenemos hoy en día. Ellos nos dan las claves.

- ¿Se debería entonces adaptar las obras clásicas en versiones infantiles y juveniles para las lecturas obligatorias? Muchos están en contra, lo ven como casi un sacrilegio.

-Yo creo que sí. Es que los clásicos ya están traducidos a nuestro lenguaje y eso ya es una adaptación, porque escoges las palabras. Parece lógico que en el siglo XXI necesitemos nuestras propias traducciones de los clásicos para comprenderlas, y esas traducciones no serán iguales que las que se hicieron en el XVI y en el XIX. Queda pendiente la tarea de contar y volver a narrar los clásicos. Y es que los autores originales no estarían en contra de esto, ellos rehacían una y otra vez sus historias. Eso del sacrilegio vino después, pero los antiguos trataban con gran libertad sus textos. Los clásicos en mármol como modelo de perfección es una creación posterior. Es decir, estamos intentando ser fieles a unas versiones que tampoco fueron muy leales a lo original. Tenemos que ser fieles a la belleza, a la historia y la sabiduría de lo antiguo, pero sin idealizar que por entonces había imperialismo, esclavitud y desigualdad. Y eso parece que se ha olvidado.

- También a las mujeres.

-¡Sí! Resulta triste ver cuántas hicieron historia, muchas más de las que a priori nos imaginamos, y de lo poquísimo que nos ha quedado de ellas. En la antigüedad hubo mujeres oradoras, filósofas, poetas, mujeres involucradas en la política, mujeres que redactaron sus memorias y su versión de los hechos y a todo eso no se le dio en su momento el valor suficiente como para salvarlo, copiarlo y asegurarse de que llegasen a la posteridad. Es la prueba del profundo prejuicio y de que eso no es lo "natural". Lo artificial, precisamente, fue borrarlas de la historia. Es importante que las niñas, escritoras y filósofas del mañana, sepan que estas mujeres existieron.

- En su libro también habla de ese supuesto fin de la era del libro en papel que nunca llega.

-Sí... El libro ha sobrevivido durante siglos y siempre que llega algo nuevo se dice que va a ser su final, pero nunca lo es. Sin embargo, nosotros sí recordamos cómo cosas más modernas se han quedado ya descatalogadas. Los cassettes, los disquetes de esos primeros ordenadores... Pensábamos entonces que eran la última moda y ahora ya nadie los usa. El libro sigue siendo imbatible porque nos permite volcar y leer ideas que no se van a perder.

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