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FERNANDO FUEYO | SACERDOTE, AUTOR DEL LIBRO "NO TE OLVIDES DEL BURUNDI"

"Cada inauguración en la misión de Burundi era una fiesta nacional"

"Cuando llegó el agua, tuvimos que cambiar muchos grifos porque a los niños les fascinaba ver cómo salía y se rompían"

Fernando Fueyo, con el libro, junto a la parroquia de San Nicolás de Bari. Á. G.

Colgado ya el hábito, tras más de medio siglo dedicado a la vida religiosa, Fernando Fueyo, archiconocido expárroco de El Coto y capellán del Sporting, no olvida sus vivencias como misionero en África, hace cinco décadas. Unos años de prédica, trabajo duro y grandes satisfacciones que ahora recoge en un libro titulado "No te olvides del Burundi", presentado ayer en el templo de San Nicolás de Bari.

- ¿Cómo se fraguó el libro?

-Es un trabajo en equipo, aunque lo firmo yo. Son recuerdos de hace cincuenta años, así que nos ayudamos entre todos. Me lo encargaron y al poco comenzó el confinamiento, así que todos los días escribía un poco. Si no se acaba el confinamiento, seguiría escribiendo. También incluye trescientas y pico fotos.

- ¿Qué narra en sus páginas?

-Cuento muchas cosas: la historia de la misión y cómo empezó. Es una especie de diario. En la misión teníamos "el libro de oro", en el que teníamos como norma escribir cada día cómo había ido la jornada: las visitas, las construcciones, los acontecimientos. Empezamos de cero y ahora es un barrio completo, con un hospital con un radio de alcance de 100.000 personas en el que trabajaron grandes médicos, como el propio Fernando Simón. La misión no era solo algo religioso, sino que era el centro de animación de toda la vida social, educativa, económica y sanitaria. A golpe de fesoria hicimos hasta "El Molinín", un pequeño campo de fútbol. Son una gente excepcionalmente sencilla y colaboradora.

- ¿Cuáles son los mejores recuerdos que guarda?

-Cada inauguración era una fiesta nacional por todo lo alto. Sacaban sus tambores y se ponían a cantar y bailar. Cuando llegó el agua a la parroquia, tuvimos que cambiar no sé cuántos grifos, porque a los críos les fascinaba aquello de desenroscar y que saliera agua. Y acababan rompiéndolos. Tuvimos que poner grifos de pulsar para que duraran. También cuando "se hizo la luz" nos pedían permiso para dar a la llave y que se encendiera. Creían que era un milagro. Teníamos una máquina de 16 milímetros en la que proyectábamos películas de "El Gordo y el Flaco" o de Charles Chaplin y, cuando murió Charlot, me decían en la misa que pidiera por él, era como su amigo.

- Pero también hubo malos momentos.

-Sí. Muy malos. Dedico dos capítulos a aquellos años negros de Burundi, con luchas étnicas y muchos muertos. En un par de meses desaparecieron 250.000 personas. A nosotros también nos tocó de cerca: perdimos catequistas, sacerdotes nativos, maestros, trabajadores del hospital. Venían los camiones y llevaban a la gente para ser interrogados y nunca más volvían. Eso te marca mucho, sentías las pérdidas muy de cerca.

- ¿Por qué decidió ir a África?

-Fue un poco a lo loco. No sabíamos ni dónde quedaba Burundi, tuvimos que mirarlo en el atlas. Recuerdo cuando se lo dije a mi madre, que Burundi le sonó a Taramundi. Y me dijo: "¡Ay, hijo, qué lejos te vas!". Si llega a saber dónde era de verdad? Pero fueron años que merecieron la pena. Y además, a partir de ahí nacieron más misiones asturianas, en Guatemala, Ecuador y Benín. Asturias se volcó con la misión asturiana en Burundi, por eso ahora pedimos que no se olviden de ella.

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