Martín Vázquez Cantero tiene 18 años recién cumplidos y el sueño de trabajar de contable. Para ello estudia en un grado medio de Gestión Administrativa en el centro integrado de Formación Profesional de la Laboral. La diferencia entre él y los demás alumnos es que padece una miopatía congénita, una enfermedad neuromuscular que le provoca un 82 por ciento de discapacidad y le obliga a desplazarse en silla de ruedas eléctrica. Su madre, Luisa María Cantero, reclama un transporte adaptado para su hijo, hasta ahora denegado al no estar cursando estudios obligatorios. "Es un suplicio diario", afirma la mujer. El autobús no es el medio de transporte para una persona con la patología del joven. Menos en tiempos de coronavirus. Guardar la distancia de seguridad en el transporte público es complicado. Todos los días por la mañana, madre e hijo toman el bus en Pumarín y se desplazan hasta la Laboral. Y todos los días hacen el recorrido a la inversa. Cada viaje es angustioso. "Vamos muy nerviosos, vigilando lo que tocamos y pendiente de quien tose. Hay aglomeraciones", cuenta la mujer.

La enfermedad provoca debilidad muscular a Martín Vázquez. Tiene dificultades para hablar y enferma con facilidad. Es especialmente sensible a las dolencias respiratorias. Cuando coge un catarro tarda más tiempo de lo normal en recuperarse. Sobre todo, en invierno. Así que los días que hace frío, como por ejemplo el pasado viernes, cuando cayó una tromba de agua, el joven se queda sin ir a clase para no arriesgar su salud. "Solo de pensar el tener que estar así varios años me provoca ansiedad", indica la madre.

Martín Vázquez sí disfrutó en el pasado de un transporte adaptado. Fue durante sus años de instituto en el Doña Jimena, que queda bastante cerca de su lugar de residencia. "Las trabas son muchas", lamenta la madre, cuando se le corta la voz. Tras unos cuantos segundos de pausa acierta a decir: "Yo lo único que pido es que la cosa no vaya a peor". Para ello, su hijo necesita un transporte adaptado. Los estudios le van en ello.