De la Universidad Laboral al tanatorio de Gijón-Cabueñes hay algo menos de medio kilómetro. Ayer esa distancia fue cubierta por una cadena humana de más de mil personas para despedir a Florentino Gordillo, Floro, el rey de la noche gijonesa, hallado muerto el pasado sábado en su vivienda de Pumarín, a los 52 años. Una marea emocionada de amigos y allegados brindó una ovación de más de cinco minutos a uno de los hosteleros más carismáticos de la ciudad, cuyos restos mortales iban en un coche fúnebre que hizo dos veces el recorrido entre la funeraria y La Laboral en medio de una explosión de cariño y tristeza por la pérdida. "Fue amigo de todo Gijón", afirmaban los presentes.

Ayer no había clase en La Laboral, pero el aparcamiento del edificio civil más grande de España estaba hasta arriba de coches. Desde mucho antes del mediodía, la hora fijada para el homenaje, una inmensa riada humana pobló las dos aceras de la calle Los Prados, la vía que comunica el centro de estudios con el tanatorio, donde se celebró una hora más tarde el funeral por Florentino Gordillo. "Refleja su grandeza", afirmó Javier Martínez, socio del Grupo Gavia, la empresa para la que Floro trabajaba, concretamente en el restaurante Mamaguaja y en el Bambara, los dos en la céntrica calle Marqués de San Esteban.

Muchos se apostaron en la rotonda de entrada del Hospital de Cabueñes. Fue el caso de Manuel Robles y Agustín Pérez, "Guti", ambos integrantes de la peña "El Buen Rollo", de la que Floro era el líder espiritual. "Era el mejor. Nos dirigía y organizaba a todos", apuntaron. Robles era compañero habitual en las vacaciones de Floro en Benidorm. Habían quedado hoy para dar buena cuenta de unos torreznos de Soria. "Decía que ya lo tenía todo listo", lamentó el allegado por la cita fallida, muy emocionado.

Cerca de ellos estaba Pedro Casto, que se definió como "el cocinero particular" de Gordillo. Reconoció la enorme pericia de su amigo a la hora de elaborar tortilla de patatas. En el Bypass, el local de la calle Cervantes que Floro regentó durante unos años, ese plato era el pincho estrella. "Le encantaba el bacalao. Siempre se lo preparaba. Hoy, en su memoria, comeremos ese pescado", remató Casto. Marcelino Heres, otro allegado, conoció al hostelero en su juventud. Fue trabajando en la frutería de los padres de Floro en la calle Valencia. "Ya desde entonces se relacionaba bien", aseguró. Una opinión compartida por Omar Falch, otro íntimo. "Era un brujo", dijo.

El coche con los restos mortales de Gordillo dio dos vueltas. Una patrulla de la Policía Nacional vigilaba desde la calle Luis Moya. La actitud de los asistentes fue ejemplar. Todos llevaban mascarilla. Ángel Lorenzo, socio del Grupo Gavia, se afanaba en distribuir a los centenares de personas a los dos lados de la acera para evitar formar aglomeraciones. Lorenzo no fue el único hostelero conocido. Estuvieron, entre otros muchos, José Luis Álvarez Almeida, presidente de la patronal Otea, César Telenti y Javier Rodríguez, "Bodeguita", íntimos del finado.

Gordillo era fiel seguidor del Sporting y muy aficionado al fútbol. Fue segundo entrenador del Marino de Luanco, al que subió a Segunda B. Estaría feliz de saber que el Pitu, Abelardo Fernández, acudió a su último adiós. Del deporte, estuvieron además el representante de futbolistas Gelu Rodríguez y David Pellitero, excapitán del Juanfersa de balonmano. El concejal de Deportes, José Ramón Tuero, y el jefe de gabinete de la Alcaldía, Celso Ordiales, también formaron parte de la cadena humana de medio kilómetro y más dd mil personas que hicieron realidad la popular frase de Gordillo. Porque ayer Gijón se movió en masa para despedir a un "mítico".