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La violinista de Begoña suena a mar

Una joven pasa de tocar en cruceros de lujo a hacerlo en el paseo gijonés por el coronavirus: "La cultura es noble"

De un crucero en Alaska al paseo de Begoña: la violinista gijonesa que se reinventó con la pandemia

De un crucero en Alaska al paseo de Begoña: la violinista gijonesa que se reinventó con la pandemia

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De un crucero en Alaska al paseo de Begoña: la violinista gijonesa que se reinventó con la pandemia Pablo Palomo

Cecilia Aivar nació escuchando acordes y sinfonías. Sus padres le pusieron su nombre por la patrona de la música. Y sus tres hermanas mayores pasaron por el Conservatorio. Así que no es extraño que lleve el ritmo en la sangre. Tampoco que haya conseguido hacer de su pasión su forma de vida. Aivar se ganaba el pan dando conciertos de violín en cruceros de lujo hasta que la pandemia la dejó en tierra. Lo que el virus no ha logrado dejar en dique seco es su pasión. Por eso, ha cambiado los escenarios elegantes en alta mar por el paseo de Begoña. Frente al teatro Jovellanos, con su violín eléctrico y las partituras que lee en su tableta, regala su talento a los gijoneses. "Ofrecer cultura es algo noble. La música es el alimento del alma", asegura.

Cecilia Aivar tiene 32 años. Con 4 ya tocaba el piano y con 8 entró en el Conservatorio de Música de Oviedo. La gijonesa, tras catorce años de estudios, se graduó y llegó a formar con algunos compañeros de carrera un grupo llamado "Cuarteto Arpeggio". No le iban mal las cosas. Les salían bastantes bolos en bodas y bautizos y otros eventos. "Las opciones en la música son muy reducidas, se invierte poco y hay mucha competitividad", explica.

Su vida cambió en 2017. Una compañera del Conservatorio le avisó de la posibilidad de firmar por Carnival Cruise Lines, una compañía de cruceros estadounidense. Había quedado una vacante en el trío de cuerda de la empresa, el "Emerald Trio". Mandó vídeos demostrando su pericia e hizo una entrevista online. El puesto fue suyo. "Fue un cambio drástico. Tuve que dejarlo todo", cuenta.

Su contrato comprendía trabajar seis meses al año en alta mar. Cada semana, tocaba seis días en sesiones de cuatro horas. Los conciertos los ofrecía en el lobby del barco, algo así como el corazón de las embarcaciones, algunas de ellas con capacidad para 5.000 pasajeros, más otros 1.500 tripulantes. Los escenarios eran de puro lujo. Con sus chimeneas, su pista de baile y sus ascensores acristalados. "Era maravilloso", describe.

Las travesías la llevaron por el Caribe, Bahamas, Florida y hasta Alaska. Atesoró mil y una buenas historias que contar. Una vez sus compañeros y ella interpretaban la banda sonora de la película "Titanic". La casualidad quiso que justo en ese momento el barco sufriera un apagón general. "El público pensó que era una broma. Parte del show. Nosotros pensamos en cuál sería el protocolo para evacuar el barco", ríe.

Cecilia Aivar llegó a tierra el 1 de marzo, cuando los estragos del covid-19 ya se dejaban notar en Europa. "Ya nos dimos cuenta en ese momento de que volver a los cruceros, con el tema del turismo, iba a ser complicado", rememora. Su predicción fue acertada, porque no ha vuelto a embarcar. En verano, viendo la cantidad de músicos callejeros de Gijón, decidió probar suerte. "Tenía todo lo del barco, así que por qué no", razona.

Y no le va mal. Cuando interpreta una versión de "Let it be" los comerciantes de la zona salen a escuchar a una música que lo único que quiere es dar rienda suelta a su talento. "No toco por necesidad. Es triste no poder trabajar, pero vivo con mi padre y tengo dinero ahorrado", explica. "Me siento apoyada, el público es parecido. Gente de paso", finaliza la violinista con sonido a mar.

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