Tabacalera, Espacio de Cultura Contemporánea (TECC) es el nombre del gran motor cultural que el Ayuntamiento vislumbra para el antiguo convento de las agustinas recoletas, después fábrica de tabacos, en la plaza del Periodista Arturo Arias, conocida popularmente como la plaza del Lavaderu, en pleno corazón de Cimadevilla. Casi 7.000 metros cuadrados repartidos en tres edificios, el histórico y otros dos más que se construirán con 20 millones de inversión. Un espacio que dentro de 30 meses debería albergar, según un plan cuyas líneas maestras adelantó LA NUEVA ESPAÑA, 4.000 piezas artísticas de la colección de la Casa Natal de Jovellanos, las oficinas del Festival Internacional de Cine (FICX) y las de la Feria Europea de Artes Escénicas para niños y niñas (FETEN), además de espacios para la historia gijonesa, una zona joven con videojuegos y diferentes salas polivalentes. En definitiva, todo un gigante cultural cuyas bases se asientan en uno de los enclaves más icónicos de la ciudad, que fue escenario de botellones ilegales hasta no hace muchos años. Tanto, que algunos círculos, a la plaza se la bautizó como “la plaza del Bebederu”. ¿Puede el plan de usos del Ayuntamiento para Tabacalera transformar lo que fue un espacio de juerga en el epicentro cultural de la ciudad? La respuesta final se conocerá de aquí a dos años y medio, pero por el momento, los vecinos y hosteleros de Cimadevilla recelan del nuevo plan de usos. Ambos colectivos afean que aún no se haya concretado si en los 7.000 metros cuadrados de espacios habrá hueco para ellos. “Debe haber espacio para organizar las fiestas de Cimadevilla. No sabemos hasta qué punto revitalizará el barrio”, afirman.

El edificio de Tabacalera se construyó como convento de monjas en 1679 y su iglesia en 1684, como apuntó el historiador Estanislao Rendueles Llanos en 1867. Tras la Desamortización, el edificio pasó a ser una fábrica de tabacos y ese uso se le dio hasta el 2002. Las cigarreras son un icono en el barrio alto. Violeta Gómez, vecina de Cimadevilla, fue una de ellas. “Cuando cerraron, la fábrica bien podría haber sido un hotel de cinco estrellas”, apunta la mujer, de 79 años.

Casi coincidiendo con el cierre de Tabacalera, en España comenzó a aflorar el botellón. O sea, beber en la calle. En Gijón, la plaza del periodista Arturo Arias, al pie de la abandonada fábrica, centenares de jóvenes se sentaban en sus escaleras a disfrutar de bebidas. La cosa se fue de madre y el gobierno de Foro pisó el freno en 2013 con su propia “ley seca”. La Policía Local valló la plaza durante semanas y, poco a poco, “la cultura” se fue secando, multas mediante.

Los hosteleros Roberto Campomanes, Horacio Álvarez y Raúl Rodríguez. A. G.

Raúl Rodríguez Intriago regenta la sidrería Tabacalera, uno de los negocios que sobreviven en la plaza y vivió en primera persona la efervescencia de los excesos en la vía pública. Abrió su local en 2006, por lo que es testigo de los últimos 15 años de historia de la plaza. “Se empezó bebiendo sidra y, poco a poco, se descontroló. La gente bebía pegada a las terrazas. El problema no era la bebida, sino la limpieza y la educación. El alcohol... ya se sabe”, apunta sobre aquellos años. “Creo que se fue demasiado duro, pero dio sus frutos. La plaza es ahora más tranquila”, comenta.

El proyecto para recuperar el edificio de Tabacalera del olvido que presentó recientemente la alcaldesa, Ana González, de la mano de la gerente de Divertia, Lara Martínez, y el director de la Fundación Municipal de Cultura, Miguel Barrero, no es ni mucho menos el único que se propuso tal fin. Paz Fernández Felgueroso vislumbró allá por el 2005 el museo de Bellas Artes de Gijón donde durante tantas décadas se hacían cigarros. Carmen Moriyón también tuvo sus planes, que nunca fructificaron. La forista apostó, en medio de un larguísimo proceso participativo, por transformar el antiguo convento en un vivero de empresas enmarcado dentro de lo que habría de haber sido un enorme edificio multiusos.

Desde la izquierda, Carla Petrelli, Sergio Álvarez, Omar López, Violeta Gómez y Laura Fernández. A. G.

El movimiento vecinal en Cimadevilla, monopolizado por la asociación de vecinos Gigia, es fuerte en el casco histórico de Gijón. Sergio Álvarez es el presidente de una entidad que lleva años reclamando mejoras para el barrio alto y lo que será el TECC le deja frío. “Aplaudimos que no vaya a ser un museo y juzgamos positivamente que se vaya a centralizar el FICX y FETEN”, valora.

Pero le pone una enorme mácula. Que no se haya concretado si en los 7.000 metros cuadrados del gigante cultural habrá hueco para los vecinos del barrio en general y para la comisión de festejos en particular. Cabe recordar que las fiestas de Cimadevilla son de las más vistosas y que se perdieron en 2019, según comentan sus organizadores, por falta de espacio para organizarlas. “Es un error tremendo, porque las fiestas son la cultura popular del barrio. Si lees el plan de usos parece que estamos dentro, pero no es así”, critica.

No es el único que comparte esta visión en Cimadevilla. Omar López se encarga de la comisión de festejos del barrio. “Las fiestas supusieron un revulsivo para el barrio. El Ayuntamiento las promociona. Se atrajo mucha gente. El nuevo proyecto peca de no tener conexión con el barrio y tener hueco para organizar las fiestas podría ser esa conexión”, valora. “Hay mucho que hacer en Cimadevilla. El gobierno local debería escuchar más las necesidades reales del barrio”, considera Carla Petrelli, directiva de Gigia.

Los vecinos tampoco han olvidado los años del botellón en la plaza del Lavaderu. “Fue un punto problemático, sí. Ruido, mucha gente, dificultad para el tránsito”, rememora Sergio Álvarez. “Antes la sidra corría, era como una especie de Cuesta del Cholo. Con las multas todo ese murió y ahora es un sitio de bares”, apunta Laura Fernández, vecina de Cimadevilla de 26 años, que vivió en primera persona los años más intensos de la zona. “¿De qué me sirve a mí que vengan festivales de cine si no puedo ir al médico en mi barrio?”, se cuestiona Violeta Gómez.

Más esperanzado se muestra el hostelero Raúl Rodríguez. “No es que crea que la plaza vaya a cambiar. Es que tiene que hacerlo. Debe ser un sitio con espacio para todos. Se debe aprovechar para diseñar una plaza enriquecedora”, comenta. Sus vecinos de en frente, Horacio Álvarez y Roberto Campomanes, los dueños de la sidrería El Lavaderu, se muestran prudentes. “Si hay oficinas, habrá trabajadores municipales y a lo mejor podemos dar desayunos. ¿Pero eso nos dará más cancha o servirá para cortarnos aún más las alas”, se pregunta Campomanes. “El lujo no nos vale si no es para el pueblo. Temo que pase algo similar a lo que ya ha sucedido con la Universidad Laboral”, dice Álvarez. Los tres apoyan a los vecinos en sus demandas. Quieren un hueco para las fiestas.

La gerente de Divertia, Lara Martínez, en la presentación del nuevo plan de usos del TECC, lanzó un aviso a navegantes. “Este es el inicio de un camino, no la culminación”, dijo. Por delante, quedan como mínimo treinta meses de obras hasta que el nuevo gigante cultural emerja en Cimadevilla, en el mismo lugar donde no hace tantos años la fiesta y el alcohol corrían los fines de semana de verano. Serán meses de mucho debate. “Tabacalera no va a salvar Cimadevilla. Pero Cimadevilla puede salvar a Tabacalera”. Con esa frase, pronunciada por Sergio Álvarez, el barrio resume su postura.

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Visita a Tabacalera de la Alcaldesa Ana González