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La Figura de la Semana | Alberto Estrada, ceramista y creador de las placas de las calles de Gijón

El “gigante” polifacético de energía desbordante

Apasionado del piragüismo y gijonés de cuna que tiene “el corazón tan grande como el cuerpo”, según sus amigos

El “gigante” polifacético de energía desbordante

Todo en el gijonés Alberto Estrada es superlativo. De su figura rolliza a sus intereses variados y variopintos, así como la pasión que pone en todo lo que emprende. Es artista, deportista, abnegado defensor de la naturaleza y ha sido líder vecinal. Este entregado colaborador de cuantas causas humanitarias se le ponen por delante, siempre está dispuesto para echar una mano a quien se la pide, aunque sea de noche y en calzoncillos, que también se ha dado el caso.

Nacido en la Gota de Leche en 1959, es gijonés de pro y, según sus más allegados, “todo un personaje no siempre del todo reconocido; de esos que el día que faltan dejan un hueco inmenso”. Como inmenso es en sí mismo el ceramista de La Guía, donde fue presidente vecinal durante ocho años. En esa zona conserva sus mejores recuerdos y tesoros, en un taller en el que empezó como aprendiz y que hoy día luce como santuario abigarrado y hasta arriba de trabajos y recuerdos en los que de vez en cuando pone un poco de orden su esposa, compañera de vida y aventuras, Inmaculada Fidalgo.

De ese taller, el de Cerámica Laguía, salieron las miles de placas con los nombres de las calles de Gijón que ahora serán revisadas para su reparación y reposición. También cerca de 5.000 azulejos para la Universidad Laboral, la actual placa (diseñada por el arquitecto Juan José García-Bericúa) que entrega Puente de Mando, sociedad gastronómica de la que es miembro, innumerables trabajos y restauraciones con las que llenaría varios rollos de papel si tuviera que hacer inventario. Y sigue trabajando día a día porque “no puede estar sin hacer nada; para él el ocio es el trabajo”.

Fue mal comedor de pequeño (quién lo diría ahora, cuando nada se le pone por delante, especialmente si los manjares a degustar son pinchos de tortilla), pero apuntaba maneras de inventor y solucionador de problemas. De aquella, andaba su hermana Ana loca por una bicicleta, y ni corto ni perezoso se plantó con otro hermano en una chatarrería para hacerse con un modelo BH y otro Gacela ruinosos. Entre los dos sacaron de las dos bicis un nuevo vehículo plegable, y su hermana aún recuerda hoy en día aquel regalo “como si hubiera sido un Mercedes”. Tampoco olvidan los hermanos su papel de mediador cuando el patriarca se ponía estricto, guiado por un empeño en facilitar la concordia siempre que esté en su mano. Sea cual sea la situación.

Con el tiempo, Alberto Estrada desplegó toda esa capacidad de trabajo, ensayo y error, improvisación acertada y entrega sin reservas en todo lo que se propuso. Y no fue poco. Enamorado del piragüismo, deporte que practica desde que era un niño, es el presidente de la Asociación Amigos Dionisio de la Huerta e impulsor de la Asociación de Amigos de Quini. Sigue empeñado en hacer un museo digno para todos los recuerdos y trofeos que acumula en sus locales de La Guía del creador del Descenso del Sella. Quienes bien lo conocen aseveran que sería “un sueño cumplido” para una persona que asiste de forma puntual a todos los descensos.

Él mismo lo bajó “entre dos y tres mil veces”, afirma orgulloso a todo el que le interese la cuestión. Además de participar en el Comité Organizador del Descenso del Sella (Codis) como directivo, lo ganó en 1981 en la categoría mixta, una fórmula que él mismo validó para correr con su mujer. Ganaron y además se llevaron el premio extra de saber que iban a ser padres de su hijo Tato ese mismo día. También llegó a exponer sus cuadros en el Museo Olímpico de Barcelona y a pasear la antorcha olímpica por Asturias en los Juegos de Barcelona 92, y desde la vera del Piles.

El río es su gran pasión. El recuerdo de la memoria de Dionisio de la Huerta, la vicepresidencia del Gijón Kayak y la defensa a ultranza del uso del anillo navegable por parte de los jóvenes deportistas lo demuestran. De ahí su “disgusto” en los últimos tiempos por su cierre.

Del agua dulce a la salada, porque Alberto Estrada es también colaborador de Cepesma y “no duda en meterse en el agua a la hora que sea para sacar un animal en apuros”. “Siempre está ahí y puedes contar con él para lo que sea”, asevera su responsable, Luis Laria, quien no duda en definirlo como “un hermano”, un tipo “enorme” que “tiene el corazón tan grande como el cuerpo y pone pasión en todo lo que hace y sin reservas”. Y que, además de todo lo que se sabe, también colabora en otras muchas cosas que no quiere que trasciendan “para que no digan que está metido en todo”. Pero la realidad es que “nada le es ajeno, y todo le interesa si tiene un trasfondo social y de beneficio común”, asevera Laria. De hecho, “si en su día Cepesma se lanzó a crear una sede en Gijón fue gracias a él, que siempre nos echó una mano y puso a nuestra disposición sus locales y su tiempo”. “No importa la hora ni el día de la semana”, confirma.

Y por encima de todo, su familia es su principal logro, con su mujer Inmaculada como cómplice de vida y sus dos hijos, Tato y Sonia, frutos de esa alianza. También sus tres nietas –Iris y Rocío, que viven en Argentina (su hija, Bióloga, se casó y reside allí) y Eva, la hija de su hijo– son sus debilidades. Como lo es también canturrear sin parar, hacer música con cualquier cacharro (de pequeño fue tamborilero y montó una batería con envases de detergente) y, en definitiva, vivir sin descanso con la energía desbordante que sale por cada uno de sus poros. Como dicen los suyos, Alberto Estrada es “un gigante”. En todo, pero especialmente en el buen sentido de la palabra.

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