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El ritual del roscón resiste hasta una pandemia

Las quedadas numerosas se sustituyen por meriendas en habitaciones separadas o lejos de los abuelos: “Al menos la tradición sigue”

Las pequeñas Julia y Claudia Alonso tras comer el roscón.

Bien sea con o sin fruta escarchada, solo de masa o con rellenos de nata y chocolate, las celebraciones del día de Reyes de ayer ante un buen roscón han tenido que ser este año menos multitudinarias, pero fueron igualmente una citas imprescindibles para los gijoneses, que llevan años defendiendo esta tradición. Hubo encuentros especialmente extraños, como la de la familia de Miguel Bernardo, que visitó a sus padres con sus dos hijas y en compañía de su hermana pero, al ser tres núcleos de convivencia diferentes, se separaron por habitaciones para poder comer sin mascarilla. Los padres se quedaron cómodos en la cocina, y los otros dos grupos se cobijaron a las habitaciones. El roscón lo compra desde que Bernardo era pequeño su madre, Carmen Rodríguez, y siempre en la misma confitería. “Mi mujer es médico y fueron meses de mucha angustia. Ahora estamos más tranquilos, pero no me abrazo con mis padres desde marzo. Me basta poder verlos”, explica Bernardo, también líder vecinal de Nuevo Roces.

Otra reunión atípica este año ha sido la de la familia de Aída Delgado, que explica que un día de Reyes al uso hubiese acabado con una reunión de más de 20 familiares, y que eso les permitía comprar varios tipos de roscón para cumplir con los gustos y manías de todos los parientes. Este año las reuniones también se diversificaron con solo dos grupos familiares, el de ella –con sus padres– y el de su abuela y su pareja, así que se compraron solo dos dulces. “De camino a la reunión fuimos dejando los regalos de los Reyes a la puerta de las casas del resto de la familia, así que la tradición no se perdió del todo”, agradece Delgado.

Cada 6 de enero motivaba también quedadas numerosas en la familia de Katy Bernal, pero ayer la cita quedó reducida a los convivientes: ella y su marido, Nacho Prieto, con sus dos hijos, Darío y Alex y la abuela de éstos, Teresa Meneses. Habían comprado con antelación solo un roscón, “uno de los buenos, relleno”, pero el paladar goloso de la abuela acabó con el dulce trozo a trozo. Al final ayer el padre de la familia salió “a la desesperada” a encontrar un sustituto en confiterías con escaparates ya vacíos, así que la comilona oficial tuvo que confirmarse con un roscón “normal y un poco triste” y sin la nata y el relleno que siempre suelen comer. Al menos, los Reyes se portaron “estupendamente”, sobre todo con los pequeños de la casa.

En casa de Laura Aybar, sin embargo, la “verdadera tradición” es comer un roscón casero. Es lo que hacía su abuela para toda la familia, muy numerosa, y tras su fallecimiento la gijonesa se hizo cargo de la receta. Este año se lanzó a innovar un poco más –antes solía tirar de Termomix– porque durante el confinamiento fue de las que cayó en la moda de hacer pan en casa. “Y para el año que viene vamos a hacer también nosotros la fruta escarchada”, adelanta. Como toda la familia no podía reunirse sin vulnerar las recomendaciones sanitarias, este año Aybar hizo cuatro roscones pequeños en vez de un “gigantesco” como otros años y cada núcleo familiar se acercó a por el suyo. Tuvo como ayudantes a sus hijas, Nina, Carmen y Valentina Di Marco, y con el apoyo moral de Marcos Di Marco, su pareja.

El roscón tampoco faltó en Cabueñes, que dio un momento de descanso a las enfermeras de la quinta planta y los compañeros de guardia en Urgencias. También fue el capricho del día para pequeños de la escuelina de Viesques como Lucas Rodríguez –que sirvió de excusa para un gran “book” fotográfico– y Julia Alonso, que se atiborró a nata con el permiso y ánimo de su hermana mayor, Claudia.

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