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Cimadevilla pide un nuevo plan de mejora: “No queremos ser la trastienda de Gijón”

Los vecinos urgen eliminar las barreras arquitectónicas del barrio, un programa de rehabilitación de viviendas y “repensar” el de Tabacalera

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Belén García y María Nieves Fernández, “Maruja”, en la plaza del Periodista Arturo Arias. Marcos León

Nieves García se pone a contar de memoria y calcula que en Cimadevilla quedan dos carnicerías, tres tiendas de ultramarinos y dos peluquerías. Dice que la última pescadera se fue hace ya años, que no hay supermercado, que apenas quedan tiendas “de las de antes” y que ahora hay mucha menos gente. Explica que su barrio natal fue siempre muy “sufridu” y que está otra vez abandonado a su suerte. Después de que los arquitectos Francisco Pol y José Luis Martín rescatasen la zona con su plan especial de reforma interior (PERI), hace ahora 40 años, esta residente, junto a Sergio Álvarez, actual presidente vecinal, achacan el nuevo deterioro del barrio al erróneo planteamiento inicial en los accesos –estrechas calles de adoquines con aceras elevadas– y al retraso en proyectos emblemáticos como el de Tabacalera. “Este barrio debe ser para los vecinos, no queremos ser la trastienda de Gijón”, lamentan.

Desde la plaza del Periodista Arturo Arias, García se pone a señalar con el dedo en todas las direcciones. “Ahí había una tienda. Ahí, un quiosco. Por detrás, otra tienda. En la Vicaría había varias mercerías. Antes no tenías que salir del barrio para casi nada. Ahora, para todo. Teníamos hasta un practicante, Paco Rodríguez, y un botiquín en Tabacalera”, recuerda. De ahí que, incluso ahora, todavía parte del barrio defienda que el histórico edificio sea un centro de salud. Su futuro uso como centro cultural se da por hecho, pero el plan actual tampoco convence a muchos. “Será una gran oportunidad perdida que el plan de Tabacalera no cuente con la rica actividad cultural de la ciudad. Hay que repensarlo. Es el único gran enlace que queda entre el barrio y su gente”, razona Álvarez.

Para Irene Rato, veterana de un estanco local, Cimadevilla “fue primero un barrio pobre de marineros y luego el de la noche dura, el de la fiesta”, un modelo que se ha ido mitigando, pero sin otro que lo sustituya. “No hace tanto, cuando iba a llevarle tabaco a algún bar, tenía que ir a pie porque con la moto no se pasaba de la de gente que había”, afirma. Belén Vega, que regenta desde casi 30 años un telar en el barrio, recuerda cómo el “ilusionante” plan de Pol se quedó finalmente “a medias”. “Todo mejoró estéticamente, pero se dinamizó poco. Se intentó, pero no salió bien del todo. Aquí nos llegamos a juntar doce artesanos distintos y ahora quedamos dos o tres en activo”, lamenta. A juicio de David Vega, hostelero, “sigue siendo incomprensible” que a Cimadevilla haya que subir con el repiqueteo de adoquines: “Casi no pueden llegar en coche los vecinos, ¿cómo van a venir turistas?”.

La esencia casi perdida de Cimadevilla sigue viva en María Nieves Fernández, conocida en el barrio como “Maruja la del escalón”. A sus 86 años, recuerda las bombas de la Guerra Civil, a un “Rambalín” a quien aún echa de menos, los tiempos de “demasiada fiesta” y los apodos de todos sus antiguos vecinos “míticos”. Y dice que sí, que el barrio ya no es lo que era. “Lo pasamos muy mal unos años, pero también lo pasamos de cine. Ya casi no queda nada abierto”, comenta. La solución, proponen los vecinos, pasa por crear un “plan de dinamización” que rehabilite las viviendas abandonadas y los locales en decadencia. “Para eso no habría que tocar el PERI”, opina Álvarez.

Laura Castaño, responsable de una veterana carnicería de Cimadevilla, lleva ya unos años viendo cómo su barrio va perdiendo poco a poco “el ambiente” mientras otros negocios locales bajan la persiana, en muchos casos, porque “las rentas bestiales” que se marcaron en su día. “Casi nadie de fuera viene a comprar aquí”, explica.

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