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Los últimos videoclubs de Gijón: mucho más que películas y nostalgia

Los pocos negocios de alquiler de obras de cine que resisten en Gijón se reciclan con más productos y hasta proyecciones

Sergio Díaz, videoclub Jarchi. Juan Plaza

Hubo un tiempo, antes de Netflix y el Emule, en el que las películas llenaban estanterías y los gijoneses corrían a su videoclub más cercano rezando por que el último estreno no estuviera ya alquilado. En esa época, “ochentera” y “noventera”, estos negocios eran templos del cine y sus dueños unos sacerdotes dispuestos a ofrecer un animado sermón sobre los derroteros del séptimo arte a quien quisiera escucharles. Las nuevas tecnologías han barrido del mapa español este tipo de negocios, pero en Gijón sobrevive media docena de ellos como si fueran una aldea gala. Luchan con esfuerzo y diversificando su oferta. Y siempre en contra de la etiqueta del anacronismo. “Es extraño. Lo normal es que haya uno, dos o incluso ninguno por ciudad”, aseguran los dueños de videoclubes.

José Gordo regenta en la calle Eulalia Álvarez, en El Llano, el videoclub 85. El nombre no tiene mucho secreto. Efectivamente, se llama así porque lleva abierto, aunque no siempre en el mismo local, desde 1985. Su dueño se niega a claudicar y para mantenerse en la pomada ofrece una verdadera rareza a sus socios: una pequeña sala de cine con 14 butacas, proyector de 200 pulgadas y la posibilidad de visionar cualquier de sus 30.000 películas en catálogo. “Siempre me gustó el cine y este es un mundillo muy agradecido”, comenta.

El videoclub 85 cuenta entre 30.000 y 40.000 socios, pero muy poco de ellos siguen en activo. Gordo lo achaca primero a la piratería y posteriormente a las plataformas de vídeo bajo demanda como Netflix y HBO. “Hay jornadas que te da el bajón, pero todos los días logro hacer algún socio”, señala el entusiasta empresario, que presume sin pizca de orgullo mal entendido de ser capaz de encontrar casi cualquier película que se haya editado. “Damos algo diferente y buscamos las cintas que la gente nos pide”, comenta Gordo, que, eso sí, tiene que vender artículos de alimentación para apuntalar sus beneficios.

José Gordo, videoclub 85 Juan Plaza

También en El Llano capea el temporal de la modernidad y de la pandemia Sergio Díaz, copropietario del videoclub Jarchi, que cumple en activo 20 años y está en la calle Severo Ochoa, cerca ya de Pumarín. Comenzó su andadura con 800 VHS y solo 50 DVDs y ahora tienen un catálogo de más de 10.000 títulos, muy centrados en el cine español. Entrar en el local, que vende comida y tiene un “ciber” (otro pequeño “anacronismo”), es hacer un agradable viaje al pasado. De no ser por las cintas, de rabiosa actualidad, daría la sensación de un lugar de principios de siglo. Y es que el Jarchi es un clásico que celebrará sus 20 años por todo lo alto, pero apurado por la pandemia. “Hemos recibido golpes por todos lados, pero lo peor de todo ha sido el virus. Somos supervivientes”, asegura Díaz.

Elena Menéndez, videoclub El Neñu Juan Plaza

Javier Redondo tiene medio siglo de vida y regenta el Videorecord, en la calle Badajoz, en Pumarín. El empresario llegó a tener otros dos videoclubes y seis empleados a su cargo. Un pequeño imperio del que solo queda un local, él mismo y una trabajadora a tiempo parcial. “La gente tiene mucha oferta audiovisual. El futuro es negro, pero no por la pandemia. Los jóvenes no pagan por una película porque el cine ya no les interesa”, lamenta. Redondo ha diversificado su negocio y ofrece casi de todo: comida, recargas de saldo, de bus, fotocopias, escaneos, rascas de la Once y hasta un servicio de recogida de paquetería.

Elena Menéndez tiene 47 años y está al frente de el videoclub El Neñu, en la calle Móstoles, en El Natahoyo, un negocio con 18 años de vida. “Un día fuimos a por una película , el sitio estaba cerrado y decidimos abrir un videoclub”, recuerda Menéndez. Hoy, el negocio es multiusos, porque además de cine ofrece bollería, charcutería y hasta congelados. “Lo que saco con las películas me da lo justo para comprar novedades”, afirman una mujer que, como sus homólogos, mantiene viva la magia de los videoclubes.

Javier Redondo, videoclub Videorecord Juan Plaza

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