A lo largo del año pasado, Pilar García se ha disfrazado casi de todo. Se vistió de hindú, de Olivia Newton–John en “Grease” y hasta de la princesa Elsa de “Frozen”. Lo hizo telemáticamente, para animar a su nieta, durante los duros meses de confinamiento. Ahora que ya es Antroxu, la conocida zapatera del paseo de Begoña no tiene ni pizca de ganas de caracterizarse. Ella, como el resto de comerciantes de la zona, nota apagado el ambiente y asume que lo de este año no cuenta como Antroxu. “Esperamos que pronto todo vuelva a la normalidad”, desean los comerciantes del céntrico eje, que este año no tendrá ni siquiera iluminación.

Hoy el calendario dice que es jueves de comadres, pero el termómetro de la calle apunta a lo contrario. Durante estos días, el paseo de Begoña debería ser un hervidero de gente, con música, ruido y alegría. La arteria peatonal es el gran epicentro antroxero. Desde ella sale el pasacalles de las charangas de la ciudad y también acoge la entrega de premios de los concursos del Carnaval. Pero ya lo avisa la fachada del teatro Jovellanos, donde se celebra el concurso infantil de disfraces y el de charangas. “Esto nun ye el Antroxu de Gijón”, reza el cartel que adorna el edificio. El luminoso es, más allá de la hoja del calendario, el único recuerdo de que Gijón debería ser estos días una fiesta.

Natalia Fernández es camarera en la cervecería Scourmont desde hace casi una década. El año pasado se disfrazó de vaquera. La tradición de elegir vestimenta la cumple a rajatabla con una buena amiga suya. Este año ni se lo han planteado. Su allegada está en ERTE y ella trabaja a media jornada por las restricciones. Siendo una veterana del sector, está acostumbrada a mirar el cielo para saber si la caja será buena o mal. Este año no le hace falta. “El virus es mucho peor que cualquier tormenta”, razona.

La mujer maneja con soltura la bandeja. Ayer, con el sol de medio día, su terraza presentaba buen aspecto, pero lejos de los grandes tiempos. “Está claro que todo tendría que estar mucho más animado”, explica. Para la hostelera, la cita predilecta del Carnaval es el gran desfile de charangas que tiñe las calles de Gijón de color. Lo añorará este 2021. Pone todas sus esperanzas en la vacuna y vela armas para el año que viene, pero sin lanzar las campanas al vuelo. “Ojalá la normalidad vuelva cuanto antes, pero va a costar mucho”, presagia.

Muy cerca de la cervecería en la que Natalia Fernández trabaja está la tienda de moda infantil Principitos. Ana Palacios, la dueña, aguarda tras el mostrador de su coqueto negocio. La mujer abrió las puertas de su local en noviembre de 2019. Tiene dos hijos pequeños y cuenta que, como no le gusta la ropa que se confecciona para esas edades, decidió embarcarse en la aventura de la moda. Abrió en noviembre de 2019 y para hacer aún más complicado sus inicios, a las pocas semanas estalló la pandemia.

La empresaria reconoce que no se vuelve loca por el Antroxu, aunque guarda bien recuerdo del que vivió en primera fila el año pasado. “Había mucho movimiento. Estaba todo lleno de música, de charangas. Sobre todo, el sábado”, apunta. “Ahora no hay casi nada. Se nota el cierre de la hostelería. Para ser carnaval, parece que son días normales. Da un poco de pena”, añade.

“Tendría que haber ambiente, pero lo que se ve el miedo en la gente”, apostilla Pilar García, la dueña de la zapatería Dayser, que es un acrónimo del nombre de sus hijos David y Sergio. La zapatera lleva abierta en Begoña 25 años y ha visto carnavales de todos los colores. Quizás por eso le llama más atención el ambiente de este curso. “Esto está siendo peor que en 2008. La gente tiene angustia, no quiere salir de casa”, puntualiza. El animado carácter de García le permite mirar al futuro con esperanza. Confía en que 2022 sea el año en el que se pueda quitar la mascarilla y que el carnaval recupere su color.

Adelaida Cueto ojea un periódico antes de despachar a un cliente en el quiosco Favila, que lleva cerca de 20 años funcionando en el corredor peatonal. Para la mujer, el Antroxu es sinónimo de música, de ambiente, pero sobre todo, de ruido. “El ruido y la alegría son las cosas que más me gustan del Carnaval”, apunta. Este año sabe que todo será más triste y silencioso. “Será un punto y a parte”, cuenta la mujer que su tiempos mozos solía disfrazarse cada año. Ella, como el resto de comerciantes del paseo, desea que la pesadilla de la pandemia termine. Y que el Antroxu vuelva a llenar el paseo de música, fiesta y felicidad.