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Los comercios de Laviada junto a la parada de autobuses, hundidos por las restricciones: "Casi no hay pasajeros"

El bajón de movimientos debido al virus lastra a los negocios de la zona como "nunca antes"

José Ángel Álvarez, en su tienda de ropa, con un autobús detrás. Juan Plaza

La estación de autobuses era una gigantesca puerta de entrada a Gijón para los miles de viajeros que antes del virus llegaban desde todos los puntos de España y también para muchos asturianos que vienen a la ciudad a trabajar, hacer compras o cualquier otro asunto. Con las limitaciones de movilidad y sanitarias, el bajón de pasajeros es un hecho que palpan en su día a día los comerciantes que decidieron asentar sus negocios junto a este motor económico, que la pandemia ha gripado. “Hay poco movimiento. Es como si la estación de autobuses no existiera. El descenso de ingresos es brutal”, lamentan los propietarios de los negocios aledaños.

Jesús Valdés, delante de su quiosco. Juan Plaza

Eduardo Fernández está al frente de Fotorama, una tienda especializada en fotografía con 42 años de historia, que hace esquina entre las calles Magnus Blikstad y Ribadesella. Desde su negocio se ve con claridad la estación de buses. Antes que Eduardo Fernández estuvieron sus padres y antes que ellos sus abuelos, que regentaban una tienda de alimentación. Fernández charla animadamente con José Ángel Álvarez, otro comerciante de la zona. Toman un café a la puerta mientras esperan sin demasiada suerte a que entre un cliente a la tienda de fotos. “Ahora mismo solo trabajo para pagar impuestos”, cuenta Fernández al que la crisis no apaga su buen humor.

Eduardo Fernández, en su tienda de fotografía. Juan Plaza

Fotorama ha tenido que torear varios miuras a lo largo de su historia. Con la irrupción de la fotografía digital y de los teléfonos móviles con cámaras cada vez más potentes, Eduardo Fernández está en un jaque casi permanente. Sin embargo, no ha tenido peor enemigo que el virus. “Nos quejábamos de la crisis del 2008 pero el coronavirus está siendo muchísimo peor”, dice. El final del cierre perimetral, que es oficial desde hoy, debería traer más tránsito de viajeros pero ni aún así el comerciante ve la luz al final del túnel. “La otra vez que abrieron apenas se notó la diferencia”, resume.

A José Ángel Álvarez le conocen en el barrio de Laviada cariñosamente como “Gelu”. Es el dueño de la tienda de moda femenina Boka. Natural de Oviedo, aunque asentado en Gijón desde hace tiempo, abrió las puertas de su boutique en mayo de 2017. Hace dos años tuvo una especie de revelación que le hizo abrir hasta los domingos. Todo sucedió en verano, cuando se acercó un día para colocar el género y al ver sus puertas abiertas muchos viajeros se acercaron a comprar. El virus borró los días de vino y rosas para este autónomo, que nota de forma “increíble” el descenso de pasajeros en la estación. “Con suerte, me entran unas 20 personas al día”, cuenta. A Álvarez, el covid-19 le ha lastrado en tanto en cuanto se han incentivado las compras por internet. “Los que antes no sabían hacerlo, ahora ya saben. El futuro está muy negro”, se sincera.

Xurde Valle, en su tienda de tatuajes. Juan Plaza

Jesús Valdés regenta el quiosco Tutti Trasgo en una de las dependencias de la estación. Antes, tuvo otro, pero decidió trasladarse cerca del gran centro de transportes para aumentar sus ganancias. Una idea ganadora que el coronavirus ha puesto patas arriba. Sociólogo de profesión, cuenta que antes de abrir en su actual ubicación hizo un estudio de mercado. Llegó a la conclusión de que sus potenciales clientes eran los viajeros en general y, sobre todo, los universitarios. Mala receta ahora que las clases son sobre todo telemáticas. “Habiendo teletrabajo y clases digitales me costará remontar”, asegura.

El descenso de viajeros lo notan hasta los negocios más insospechados. Uno de ellos es el de Xurde Valle, un avilesino del barrio de Versalles que regenta el estudio de tatuajes Villano Tattoo. Normalmente, un tatuaje suele ser algo meditado, pero en su ejercicio profesional Valle se ha encontrado en no pocas ocasiones personas que están de paso por Asturias y deciden pintarse la piel como recuerdo indeleble de Gijón. Esos clientes son ahora una quimera para el tatuador, un mercado al que es imposible de llegar en plena pandemia. “Abrí aquí porque era una zona de paso, pero ahora mis únicos clientes son los de la ciudad. Con el cierre, perdí muchas citas”, asegura Valle, que ha tatuado prácticamente de todo. Él, como el resto de comerciantes, vive a las faldas de un motor comercial gripado por el virus.

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