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Cimadevilla aplaude el plan para soterrar los cables eléctricos de las fachadas

“Es una cuestión de seguridad no sólo de estética”, aseguran los residentes del barrio alto

Libertad Castro, en su ventana, habla con Josefina Blanco y Ana María Becerro. Ángel González

Asomada a su ventana, Libertad Castro pasaba ayer revista al día a día de la calle Rosario. Con sus brazos apoyados en el alféizar, casi a pie de vía, posaba su mirada sobre el cableado que circunda su portal, que recuerda a un rebelde adorno de Navidad. Tan enredado está el tendido eléctrico en el edificio, que el número del portal apenas se identifica. Por eso, Castro, que tiene 84 años y es vecina del barrio alto de toda la vida, aplaude la idea municipal de soterrar el cableado de las fachadas, consideradas Bien de Interés Cultural (BIC). Como ella, el resto de residentes acogen de buen grado el plan. “No solo es una cuestión estética, también de seguridad”, remarcan.

La actuación la explicó Pedro Fernández Guerrero, director general de Obras Públicas y Proyectos de Ciudad del Ayuntamiento, en una entrevista en LA NUEVA ESPAÑA publicada ayer. La intención del gobierno local es soterrar el abundante cableado de las fachadas de los edificios de Cimadevilla. Hay prevista una primera fase, que se irá desarrollando con el tiempo. El objetivo es hacer desaparecer en cuestión de años cualquier vestigio de cable en los edificios sin coste para vecinos y compañías.

Sandra Morales, Manuel Quintana y Emma Gil, entre las calles Vicaría y Rosario. Ángel González

La iniciativa también ha sido recibida de buen grado por la asociación de vecinos “Gigia”, que considera el plan “necesario”. Así lo explica Sergio Álvarez, el presidente del colectivo. “No debe ser solo una limpieza superficial. El cableado no solo hace más feo el barrio sino que es una cuestión de seguridad que genera muchos problemas a los residentes”, indica.

Aunque la iniciativa está en fase de mera idea, los residentes quieren que se desarrolle cuanto antes. Y es que prácticamente no hay edificio en el que no “crezca” una maraña negra de cobre para transportar luz, teléfono y electricidad. Algunas comunidades de vecinos ya han cubierto el tendido de sus fachadas con protecciones metálicas, pero son las menos. Otras, han tratado de dar una mano de pintura a la madeja para disimular su volumen. Sin mucho éxito, porque los cables llaman la atención en cada esquina.

Así lo explican Sandra Morales, Manuel Quintana y Emma Gil, tres jóvenes vecinos de Cimadevilla que paseaban ayer a sus perros en la intersección entre las calles Rosario y Vicaría. A ellos el elevado número de cables les preocupa. “No transmiten mucha confianza”, decía Morales. Para su amiga, la actuación municipal debe realizarse no por estética sino para evitar problemas, aunque introduce un matiz: “Espero que las obras no sean demasiado agresivas”. El chico zanja la conversación revelando que en más de una ocasión ha sufrido apagones en su vivienda y caídas de internet.

Una postura parecida plantean Almudena Fernández y Andrea Calvo, otras dos jóvenes que llevan ya unos años viviendo en Cimadevilla. La primera acaba de terminar sus estudios en la Escuela Superior de Arte Dramático de Asturias (EDAD). Para ella, el asunto de los cables es de gran relevancia. “No parece que haya mucho mantenimiento”, relata. “Bienvenido sea el proyecto, siempre que las obras no generen mucho impacto”, apostilla Calvo.

Almudena Fernández con “Kira” y Andrea Calvo. Ángel González

Josefina Blanco, que ayer debatía con Libertad Castro, la mujer de la ventana de la calle Rosario, tiene 93 años y a ella la idea le parece perfecta porque ya en el pasado tuvo un susto con un cable en mal estado. “Todo lo que sea mejorar es bueno. En Cimadevilla nos falta de todo”, finalizaba la amable mujer.

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