El religioso Jorge Enríquez Muñoz, acusado de abusar sexualmente y de forma continuada de una alumna del colegio de la Inmaculada, ha sido condenado a una pena de siete años y tres meses de cárcel por un delito continuado de abuso sexual. El sacerdote, que se enfrentaba a hasta ocho años de cárcel, defendía que las relaciones con la por entonces menor de edad habían sido siempre consentidas, un extremo que la acusación, y ahora la Sección Octava de la Audiencia Provincial, descartan. También se le prohíbe trabajar como docente o en cualquier empleo que permita tener contacto con menores de edad durante seis años.

La antigua alumna del colegio de la Inmaculada, que actualmente está a tratamiento psicológico por los hechos denunciados, había declarado tras un biombo para evitar el contacto visual con el acusado. Desde que puso la denuncia, siempre defendió que las primeras conversaciones personales entre ellos ocurrieron a través de las redes sociales, cuando supuestamente la llamaba “princesa” y “solete” además de dejar claro que él “no era de piedra”. En 2008 y 2009, con Jorge Enríquez fuera del colegio de la Inmaculada y ya en otro destino en Latinoamérica, siguió “intimando con ella, provocando encuentros y diciéndole que la amaba y que la deseaba”, según sostenía la Fiscalía en su escrito de acusación. Las relaciones sexuales de forma completa no llegaron hasta que la menor tenía ya 17 años.

La relación entre el jesuita y la joven concluyó en septiembre de 2012. Los dos siguieron su vida por separado, ella con sus estudios universitarios y él destinado en el colegio de la orden en La Coruña y luego en los jesuitas de Logroño, donde llegó a ser el superior de la Compañía en La Rioja. Todo cambió en enero de 2020, cuando la joven optó por relatar lo ocurrido y proceder a interponer una denuncia contra Jorge Enríquez por abuso sexual. En ese momento, nada más conocerse la notificación, se apartó al religioso de todas sus funciones y se le recluyó en la residencia que los jesuitas tienen en Villagarcía de Campos, una gran finca que, entre otros usos, sirve para acoger a los sacerdotes más veteranos y que ya necesitan estar bien atendidos por su avanzada edad.