Un paseante con garbo no tardaría más de cinco minutos en completar los 500 metros que separan el quiosco de Míchel Núñez y la tienda de moda de Patricia Nava. Aunque los dos negocios están en la calle Marqués de San Esteban, viven de forma diferente la crisis de una vía a la que el cierre del ocio nocturno por el virus ha restado vitalidad. El primero está en el extremo más cercano a los Jardines de la Reina y el segundo al pie del Museo del Ferrocarril, polos opuestos donde el declive de la vía se nota a diferente intensidad. “Hay que darle un impulso a la calle”, coinciden comerciantes y vecinos.

Míchel Núñez es uno de los muchos venezolanos que han hecho de Gijón su patria chica. Regenta junto a su mujer un quiosco en la calle Marqués de San Esteban desde hace cuatro años. “Creo que los locales cerrados se debe más al virus que a otra cosa. Se nota más en el otro extremo”, asegura el sudamericano de 49 años. No le falta razón. La calle Pedro Duro funciona como una frontera para los comerciantes de Marqués de San Esteban. Hacia el centro, no se nota tanto el declive. Pero hacia el oeste, proliferan los carteles de “se alquila” en locales vacíos, así como las pintadas.

Carmen Carvajal, en su negocio. Ángel González

“Marqués de San Esteban se ha convertido en una ruina. En invierno, a eso de las seis de la tarde, queda desierta”, opina Patricia Nava. Al lado de su negocio, antaño había un gimnasio. Ahora ese local, comenta, lo regentará una empresa de trasteros. La metáfora se explica sola. “Está todo lleno de pegatinas y hay locales cerrados desde hace muchos años que están que dan pena”, añade la mujer. “Con la estación intermodal todo repuntaría, pero ni se sabe cuando empezarán las obras”, lamenta.

El Ayuntamiento convocó en 2013 un concurso de ideas para darle un lavado de imagen a la calle. Tres años después, comenzaron los trabajos para darle el aspecto que luce hoy. Muchos vecinos y comerciantes achacan el descenso de actividad a las elevadas rentas que tienen que hacer frente los comerciantes. Lo explica Iván Lanza, dueño de una tienda de mascotas. “Los alquileres son altos y la economía va para abajo. Todo suma”, apunta. Otros consideran que, para su ubicación, con la playa de Poniente y el centro a un paso, la zona está desaprovechada. Lo asegura Carmen Carvajal, dueña de una tienda de costura. “Quedamos pocos comercios y el lugar se ha vuelto de paso”, indica.

Ignacio Urrutia, delante de un local vacío. Ángel González

María Canga, que tiene 34 años y es farmacéutica, achaca el problema a la falta de comerciantes. “Apenas hay carnicerías o pescaderías y solo hay un súper mercado”, relata. También culpa del descenso de actividad al cierre del ocio nocturno por el virus. “Se nota mucho su ausencia, porque muchos negocios de por aquí son bares de copas. Hay pocas tiendas”, resalta.

Poco optimista es Ignacio Urrutia, que regentó en tiempos una tienda de coleccionismo. A sus 72 años sigue siendo vecino de la zona y ve el panorama muy crudo. “La crisis del 2008 mató a la calle y ahora la pandemia ya ha sido el funeral”, asegura. “Se apostó por el ocio nocturno en vez de por los comercios y ahora con la proliferación de las compras telemáticas la cosa va a peor”, apostilla. “¿La solución Rezar a Fátima”, dice con sorna. “El cierre de locales es preocupante. A ver si las cosas mejoran tras la pandemia”, anuncia esperanzado el peluquero Álvaro Torres, que como el resto, nota el declive de la calle.

Iván Lanza, en su tienda de mascotas. Ángel González