Como escapan de cualquier humano que no sea su cuidador suelen pasar desapercibidos, pero las colonias de gatos callejeros en Gijón están presentes en muchos barrios y parroquias. Y varias se han descontrolado en un último año de pandemia en el que los abandonos de mascotas parecen estar al alza, para desesperación de voluntarios y protectoras, provocando nuevas camadas de felinos y un aluvión de gastos en centros veterinarios. Por ello, la última noticia del Ayuntamiento, que acordó firmar un convenio para ayudar con 10.000 euros a la esterilización de felinos salvajes, se les antoja aún escasa a los animalistas. “Seguimos tirando para adelante más bien por la donaciones particulares”, reconocen.
Con motivo de este nuevo convenio, se ha actualizado el censo de colonias registradas. Ahora mismo hay 165, pero la cifra es matizable. “Conozco varias que no figuran en ningún papel. Suelen controlarlas gente mayor que no quiere registrarlas por si eso les supone algún compromiso, porque no tienen dinero para esterilizar”, aclara Elena Vigil-Escalera, voluntaria de la protectora “Gijón Felino”. Aclara que cada colonia es un mundo. Las hay muy numerosas, sobre todo por la zona de Jove, Mareo y La Pedrera. Pero otras, las más antiguas y con gatos ya castrados, no suman más de media docena, aunque los números cambian constantemente por animales que fallecen atropellados y por los citados abandonos. Esto último preocupa más: en los últimos meses voluntarios de toda la ciudad se topan con gatas que no habían visto antes embarazadas o con una camada recién parida. “Eso nos trastoca, porque los gatos de una colonia castrada, pequeña y con comida no son tan territoriales y dejan entrar a los nuevos, así que el voluntario que los cuida tiene que volver a gastar dinero en esterilizar”, alega Vigil-Escalera. Para evitar confusiones, todos los gatos salvajes castrados en Gijón tienen parte de una oreja cortada.
Los abandonos se centran ahora en los cementerios de Jove y de Ceares. “La gente realmente no sabe el daño que hace. Piensa que están haciendo un favor a los animales porque les cuidamos, pero muchos acaban atropellados y no nos sobra el dinero”, lamenta Alba Sánchez, de “Jove Gatuno”. Su protectora, bajo la batuta de Ana Fernández, controla 17 colonias, unos 150 gatos. La última, y la más preocupante, ha aparecido en El Muselín, donde quedan decenas de animales por castrar. En los Pericones y Ceares, Vigil-Escalera tiene contacto cercano con dos cuidadores, voluntarios particulares, de la zona, Aurina Rodríguez y Fermín Puente, que han asumido el cargo de dos grupos de gatos salvajes y que, ahora, ven preocupados cómo una nueva colonia en las inmediaciones del parque no deja de crecer. “Nos los dejan heridos o enredados entre las zarzas. Vamos haciendo lo que podemos”, señalan.
La carga de trabajo ha promovido también el nacimiento de una nueve protectora, “Portucat”, que asume desde hace un mes el control de colonias en Portuarios y Pescadores gracias a la labor de Mónica Jiménez y Manuel Ángel González. Tienen más de 50 gatos a su cargo y muchos ocupan los bajos de los bloques de viviendas, lo que empieza a dar problemas en la proliferación de parásitos. El grupo pedirá a Emulsa una limpieza general de los poblados y están enseñando a los cuidadores los consejos claves: alimentar a los animales solo con pienso seco, pedir ayuda en cuanto aparezca un gato desconocido y, si no tiene la oreja cortada, averiguar si es un gato doméstico abandonado –no tendrá la rebeldía de uno callejero y puede darse en adopción– o uno salvaje que se ha mudado sin avisar. Los salvajes, aclaran, no suelen optar a la adopción, porque han nacido en libertad y, aunque no sea agresivos, no saben comportarse como una mascota. “No soportarían estar en un piso, pero bien cuidados dan compañía y no deberían molestar a nadie. No hacer nada serviría para que las colonias creciesen sin control”.