Con numerosos grafitis, daños leves en su estructura y con los cristales que lo adornan repletos de suciedad. El kiosco de la música del paseo de Begoña languidece desde hace varios meses y su decadencia indigna a vecinos y comerciantes de la zona. Una situación a la que el Ayuntamiento pondrá coto. Ya hay prevista una actuación por valor de 60.000 euros para remodelar la construcción este año. Aunque el proyecto aún no está cerrado, la intención es reducir la plataforma actual del kiosco por una menos elevada y así volverlo más accesible y eliminar la zona acristalada, que hoy genera muchos problemas. Los vecinos y comerciantes de Begoña aplauden el arreglo y exigen darle más usos e incrementar la vigilancia de un punto que suele ser usado para botellones.

Inocencia Turrado observa con detenimiento cómo juegan sus nietos en la zona infantil de Begoña, con el kiosco de la música a sus espaldas. “Con tal de que lo arreglen me parece bien lo que hagan. Lo que había antes no me gustaba. Es una construcción que siempre ha sido un desastre, pero lo de ahora es un problema por el botellón”, apunta la mujer, de 71 años. Muy cerca del banco donde descansa la veterana, están Juana Casado y Pablo Martínez. La primera tiene 44 años y el segundo, 40. Ambos son vecinos de la zona centro de la ciudad. “Le hace falta un lavado de imagen, más saneamiento que otra cosa. El problema es que no haya mantenimiento”, puntualiza la mujer. “Yo lo que ponía era una cámara de vigilancia y al que próximo que lo rompa, que lo pague”, dice Martínez.

A los hosteleros del paseo de Begoña el estado actual del kiosco de la música les supone un perjuicio. En un local que casi queda en línea recta con la construcción, Jacobo Escandón, un diligente camarero, atiende una mesa tras otra. A sus 27 años aplaude el plan municipal para recuperar la el puesto. “Está en muy malas condiciones para estar en la zona centro. No era digno del paseo de Begoña”, reflexiona. También tiene mucha tarea detrás de la barra Aldara Folgueiras, una hostelera de 22 años que trabaja en otro local. “Está destrozado, es un foco de conflictos y de botellones. Hace falta que tenga más vigilancia”, denuncia.

Lo mismo opina Jorge Rodríguez, un vecino de 38 años. Reclama una buena restauración para la infraestructura. Y de paso, que una vez termine la pandemia, “pueda tener un uso más constante del que ha tenido hasta ahora”. “Es un elemento muy poco aprovechado”, razona.