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Agenda de encuentros ilustres

El viajero gijonés aprovecha su trayecto de Tolosa a San Sebastián para contactar con Félix Samaniego, reconocido por sus fábulas, y con el general Antonio Ricardos

El general Antonio Ricardos, pintado por Goya.

Nuestro ilustre viajero disfrutaba en Tolosa del juego de pelota y así nos lo contaba en el anterior capítulo, y precisamente desde allí damos inicio hoy a nuestro viaje, acompañando a don Gaspar y siempre con su Diario bajo el brazo.

Era 22 de agosto de aquel año de 1791, cuando Jovellanos escribe esto sobre Tolosa: “En esta ciudad está la fábrica de bayonetas para el ejército, que antes se hicieron donde las armas de fuego, y hoy sólo aquí, aunque algunas, por encargo, allá. Pregunté por D. Félix Samaniego; estaba en la hacienda de campo de Juramendi (si no me engaño); le veré a la vuelta”.

Importante historia hay detrás de este dato que nos ofrece Jovellanos sobre la fabricación de bayonetas para el ejército, y es que Tolosa junto con Bergara, Mondragón y la propia Bilbao fueron núcleos claves en la elaboración de espadas y armas blancas en general. Es necesario comentar unos sucesos que convirtieron Tolosa en la cabeza de fabricación de bayonetas. Viajemos al primer tramo del siglo XVI, cuando en 1536 en Eugui (Navarra), existía una Herrería Real. La Corona, por su ubicación en las cercanías de Francia, y el malestar existente por los elevadísimos costes de transporte, y es que era obligatorio por Real Orden llevar a Placencia toda la producción para que un director les diera el visto bueno antes de su venta, decidió trasladar y unificar la fabricación de hojas de espada en Tolosa. Así pues, con esta centralización, pudieron venderse las bayonetas directamente sin pasar por esos engorrosos trámites anteriormente citados, de ser examinadas previamente en Placencia.

Ya a mediados del siglo XVII estaba plenamente asentada esta fabricación, de hecho muchos armeros de Eugui se trasladaron a vivir y trabajar en Tolosa. Y en el XVIII hay documentación que nos dice, por ejemplo, que en 1735 eran diecisiete artesanos los que suministraban sus armas a la Real Armería y se llegaron a fabricar 16.325 bayonetas “examinadas y marcadas con la marca del Rey”. Unas 1200 bayonetas al mes, hablamos de cifras muy importantes. Cuando Jovellanos pasó por aquí, esta industria estaba ya en franca decadencia.

Pero en el fragmento nombra a una persona digna de ser mencionada con cierta extensión aquí, me refiero a Félix Samaniego. Al que verá en este viaje, días después, aunque yo me anticipe brevemente.

Estamos hablando del gran autor literario Félix María Serafín Sánchez de Samaniego Zabala. Había nacido en Laguardia, en tierras alavesas, en 1745. Pasó a la historia por sus extraordinarias fábulas, siempre con mensaje entre líneas, las famosas moralejas. Su obra estuvo muy ligada a la Sociedad Vascongada de Amigos del País, de la que fue miembro fundador, y al Real Seminario Patriótico de Vergara donde fue dos veces director. Formado a nivel universitario en Francia, regresó a su tierra y es en 1763, cuando tras la muerte de su tío Bernardo de Zabala y Arteaga, hereda los señoríos de Idiaquez, Irala y Yurreamendi. Este último es el que menciona Jovellanos en el Diario, cuando lo llama Juramendi.

Tuvo una enemistad muy sonada ya en la época, con el otro gran fabulista español en aquel momento, el canario Tomás de Iriarte. Habían sido amigos, pero esa amistad se tornó rivalidad, y es que Samaniego se enfadó mucho cuando un año después de haber publicado él sus “Fábulas en verso castellano”, Iriarte publicó la “Primera colección de fábulas enteramente originales”. Esto enemistó a los dos escritores para siempre. Algunas de sus fábulas más conocidas son, “La cigarra y la hormiga” o “La zorra y las uvas”.

Con respecto a estas posesiones citadas por Jovino decir que en 1793 Francia declara la guerra a España, en la llamada Guerra del Rosellon, las tropas francesas entran en las zonas catalanas y vascas, y las posesiones de Samaniego, principalmente esta de Yurreamendi en Tolosa, son casi destruidas, apenas dos años después de mencionarlas nuestro viajero. Hoy día, lo que fue palacio y capilla de San Miguel, se convirtió en una residencia de ancianos totalmente de nueva construcción, donde solo pervivió el escudo familiar. Samaniego murió en Laguardia en 1801 pasando a la historia como fabulista, pero también como ensayista y dramaturgo.

Escribe Jovellanos a continuación lo siguiente: “Salida por la tarde: bello camino, firme, bien reparado, sin guardarruedas; mucho cultivo; alguna manzana, que suele regularse en la provincia en 36.000 cargas de sidra, año bueno; éste es escaso; en tiempo de abundancia, a cuatro cuartos cuartillo; en el escaso, según lo fuere, sube; ninguna viña; ningún prado; nabos y maíz, y nada más. Villabona: fábrica de anclas con carbón de piedra inglés, a cargo de un tal Lagarra-Urñeta, y otra fábrica de anclas de Velaondia; aquí se me dijo que el quintal se pagaba a doce reales (es macho, de 155 libras); le hablé del carbón de Asturias”.

Entre Tolosa y San Sebastián pasa Jovellanos por Villabona, y vuelve a citarnos importantes datos económicos sobre la industria de la zona. Si las ferrerías y las fábricas de bayonetas eran reseñables, la industria ancorera no lo era menos. Potente fabricación de anclas en esa zona guipuzcoana es lo que nos refiere Jovellanos, y no se equivoca. Hubo en la edad moderna una importante necesidad de fabricación de anclas de gran tamaño para aumentar la seguridad, debido al incremento importantísimo del tonelaje y artillería de los barcos de guerra. Es muy significativo el dato de que el 25% del hierro producido en bruto en Guipúzcoa en el siglo XVIII, iba directamente a la fabricación de anclas, lo que nos viene a mostrar la trascendencia de estas manufacturas. Aunque en los siglos XVI y XVII estas fábricas ya existían, fue en la segunda mitad del siglo XVIII cuando alcanzaron su máximo esplendor. Se considera habitualmente a Juan Félix Guilisasti el gran maestro ancorero en la época, pero de nuevo me adelanto, ya que Jovellanos hablará de él estando en San Sebastián.

El caso es que nuestro ilustre viajero, tras observar estas fábricas de anclas continua su trayecto y dice: “ Hernani ya noche; detención a ver al marqués de Iranda; aloja en casa de su hermana D.ª Rosa Daragorri; oferta de comer en su casa a la vuelta; noche; molestia del camino por el cansancio del caballo; soledad; extravío; detención en la puerta; vamos a la posada de San Juan; mal cuarto, mejorado al día siguiente; buena asistencia; visita por la noche al general, que no está en casa; a los de Montehermoso; buena noche”.

Menciona sobre la marcha nuestro Jovellanos una visita al general, se refiere nada más y nada menos que a Antonio Ramón Ricardos y Carrillo de Albornoz. Cuándo Jovino pasa por aquí estaba Ricardos en una especie de exilio debido a que había estado en un proceso por el cual le imputaban ser cercano y proclive a las ideas pre revolucionarias detectadas en Francia en el reinado de Luis XVI. De aquí que fuese nombrado Comandante General de Guipúzcoa.

Militar ligado al enciclopedismo, participó activamente en las guerras napoleónicas, en la guerra de sucesión austriaca, en la guerra del Rosellon o en las batallas de Truillas y Mas Deu entre otras. Falleció con 67 años en Madrid, y fue, al igual que Jovellanos, retratado por Goya. Llega por tanto a San Sebastián, y acaba el día 22 de agosto. Al día siguiente escribe esto: “San Sebastián. Martes, 23.-Visita temprana del general; paso a su casa; bien y comodísimamente alojado; salida con el hermoso y amable Ortuño Aguirre”.

Este “hermoso y amable” personaje era Ortuño María de Aguirre-Zuazo Corral, marqués de Montehermoso, conde de Treviana, de Echauz y de Vado. Miembro de uno de los linajes de mayor alcurnia del País Vasco. Nacido en Vitoria en 1767, llegó a ser juez ordinario de la ciudad, diputado general de Álava e impulsor con otros miembros de élites vascas, de las conferencias forales. Talante ilustrado y gran coleccionista de arte, murió en Paris en junio de 1811 con apenas 44 años, quedando como heredera su única hija María Nieves, nacida en 1801 de su matrimonio con María del Pilar Acedo y Sarriá, IV condesa de Vado.

Lo que visita Jovellanos en su periplo donostiarra lo vemos en el próximo capítulo.

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