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El melancólico adiós de la hamburguesería Los Vikingos: sus dueños se "mudan" al local de al lado

El popular establecimiento del paseo del Muro baja la persiana ante las pérdidas del covid: “Lo echaremos de menos, pero las ayudas no cubren”

Por la izquierda, los hermanos Macario, Eduardo y Ángeles Romero con Andrés Guillamón, ayer, con su cartel de Los Vikingos y frente al local, ya cerrado. Ángel González

Abrió en 1972 y fue durante décadas una de las paradas clásicas para cualquiera con ganas de comer de día o de noche en Gijón. Los Vikingos, icónica hamburguesería que mira a San Lorenzo, acaba de cerrar sus puertas definitivamente ante la incapacidad de asumir las pérdidas provocadas por la crisis del coronavirus, como informó ayer LA NUEVA ESPAÑA. Sus responsables, Ángeles Romero y Andrés Guillamón, aunarán esfuerzos en el establecimiento vecino regentado por los hermanos de ella, La Escalerona, donde mantendrán el mismo menú que les ha servido para estar en activo tantos años. “Lo echaremos de menos, pero es la mejor opción”, reconocen.

Los Vikingos abrió en Gijón en 1972 de la mano de los padres de Romero, el matrimonio formado por Macario Romero y Ángeles Herrero. Habían trabajado en Madrid en negocios similares bajo el nombre de Los Bravos y a él, que ya era gerente, le ofrecieron abrir un puesto similar en Gijón. “No se lo pensó porque pudo salir de aquella vorágine de trabajo en la que estaba metido en la capital”, recuerda la hija. El local ya ocupó en su inauguración su ubicación actual en el paseo del Muro de San Lorenzo, pero el negocio fue tan bien que el matrimonio llegó a abrir dos más, uno en la avenida de Constitución –un establecimiento ahora en desuso– y otro en García Rendueles que es ahora un negocio de bicicletas. El de Constitución se cerró en 86 y permitió abrir La Escalerona, refugio desde entonces de los hermanos Eduardo y Macario Romero. Están a muy pocos metros, ofrecen los mismos productos y solían repartirse parte del trabajo, así que ya están acostumbrados a compartir jornada laboral.

Ángeles Romero y Andrés Guillamón en una imagen detrás de la barra de Los Vikingos.

Ángeles Romero empezó a trabajar en la hamburguesería, cuenta, con unos 13 años, después de clase. No mucho después, un joven Andrés Guillamón, valenciano, paseaba por el paseo marítimo con un amigo aprovechando su estancia en Gijón para hacer el servicio militar. Romero vio cómo los dos jóvenes pasaban de largo, pero decidieron darse la vuelta y pedirse algo para comer. El castellano pronto le puso el ojo a la dependienta. “Empecé a venir más veces, y mira. Quién me lo iba a decir”, bromea él.

El matrimonio fue el que vivió la “época dorada” de Los Vikingos, entre los años 90 y principios de los 2000. Romero lo recuerda así: “Hubo un ‘boom’ tremendo en todo. La gente llegaba y ya quería pagar rondas. Salías con cinco mil pesetas y volvías a casa con dinero. Y decías: me bebí dieciséis cacharros. Hoy tomas dos y revientas. La gente no tenía miedo al paro, encontraban trabajos de pinche o en la obra cuando querían. Podían gastar. Era otra época, otra cosa”. La crisis económica, después, hizo parte de un trabajo que acabó de rematar la pandemia. “Las ayudas no llegan a tiempo, solo teníamos una mesa y era absurdo tener dos locales con el servicio a domicilio repartido. Cerrado el local nos costaba mil euros y las ayudas eran 1.500 de una vez. No nos cubría ni dos meses. Me quedan diez años para jubilarme, así que lo sopesamos mucho, pero lo mejor es parar”, razona Romero. El plan previsto hará que Guillamón siga en activo atendiendo a clientes en La Escalerona, sumando esfuerzos con sus cuñados, y que ella, que sufre algunos problemas vasculares que le complican estar muchas horas de pie, se quede en casa salvo refuerzos puntuales en momentos de mucho trabajo. Esperan que el primero llegue ya este verano.

Los Romero mantienen la “esencia” que, creen, les ha hecho mantenerse en activo todos estos años: el tomate natural y la cebolla picada en cada perrito y hamburguesa. Llevan años en la ola de los pedidos a domicilio y presumen de ser ágiles. Guardarán, por pura nostalgia, el gran cartel rojo y letras blancas de Los Vikingos –como buenos sportinguistas– en el altillo de La Escalerona.

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