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La familia de dos mujeres halladas muertas en un piso de El Llano: “No querían separarse”

“Al no ver luz en casa, me asusté”, asegura un allegado de María Elsa Candás y Vanessa Fernández, madre e hija, que habían fallecido hace semanas y apenas salían de su vivienda

El edificio donde fueron halladas muertas las dos mujeres, en la calle Juan Alvargonzález.

“Nunca estuvimos alejados, pero siempre optaron por vivir de esa manera, juntas. Nunca querían separarse”. Eso aseguró ayer el sobrino de María Elsa Candás Montoto, la mujer de 74 años que fue localizada sin vida junto a su hija, Vanessa Fernández, de 39, en su piso de la calle Juan Alvargonzález tras llevar las dos más de un mes muertas. Ambas arrastraban severos problemas de salud y fue un amigo de la joven, Toño Villarejo, el que hace dos días dio la voz de alarma tras haber pasado en varias ocasiones por la calle del barrio de El Llano en el que residían y verificar que desde hacía un tiempo no encendían las luces. Los vecinos del bloque también llevaban semanas sin noticias de María Elsa Candás, que por sus problemas de salud apenas podía moverse de la cama, ni de Vanessa Fernández, que apenas pisaba la calle para comprar comida, tabaco y medicamentos para su madre.

Dos vecinas pasan junto al portal de las dos mujeres en El Llano. | Á. González

La investigación de la Policía Nacional descarta que detrás de la muerte de las dos mujeres haya indicios de criminalidad, aunque será la autopsia, cuyo resultado aún no había sido comunicado ayer a la familia, la que determine que fue lo que sucedió en el segundo piso del número tres de la calle Juan Alvargonzález. Las mujeres fueron halladas, tras llevar varias semanas muertas, en sus respectivas habitaciones y vestidas con ropa de calle. Los cuerpos se encontraban en un considerable estado de descomposición lo que hará complejo establecer el orden cronológico en el que se produjeron los decesos. Una hipótesis que se baraja es que fuera María Elsa Candás la que falleció primero y que después su hija se quitó la vida. El cadáver fue hallado con pastillas alrededor. “Siempre dijo que si su madre faltaba, no sabría qué haría”, explicó ayer por la mañana Villarejo, en la sala diez del tanatorio de Gijón-Cabueñes, donde reposaron los restos mortales de ambas.

Las dos mujeres tenían una relación de dependencia y ninguna quería pasar tiempo sin la otra. Así lo contó un familiar de ambas, que aseguró que Candás Fernández había encontrado plaza en una residencia en Villaviciosa, pero que, tras hablarlo con su hija, declinó ingresar en el centro. “Tenían una relación estupenda”, profundizó el sobrino de Candás Montoto. Naturales de Lastres (Colunga), María Elsa Candás, a la que apodaban “Elsita”, llegó en la década de los setenta a Gijón. Residió junto a su marido, Julio Guillermo Fernández Pascali, en un piso en la calle Eleuterio Quintanilla. Trabajó en guarderías y tuvo, además de Vanessa, otros dos hijos. Las dos mujeres se trasladaron con la muerte de su marido y padre, en 2014, al piso de la calle Juan Alvargonzález. Las cuatro paredes de la vivienda se convirtieron en sus últimos años de vida en prácticamente todo su mundo. La madre no podía salir de casa e incluso tenía que acudir un peluquero para arreglarla el pelo. Tampoco la joven salía mucho.

Fernández, que habría cumplido 40 años en septiembre, vivió durante algunos años en la isla de Tenerife. Se la conoció pareja, pero llevaba tiempo soltera. Tampoco tenía trabajo y desde hacía tiempo tampoco tenía actividad en las redes sociales. Las dos vivían con la pensión por jubilación de la madre. La joven sufría depresión desde hacía tiempo y tenían problemas alimenticios. Ingresó en el Hospital de Jove en varias ocasiones cuando sus pérdidas de peso eran demasiado drásticas. “Fue una estudiante brillante, pero la machacaron en el instituto. Sufrió acoso y nunca remontó”, añadió el sobrino, que junto a otros familiares, acudieron ayer al tanatorio gijonés.

Los vecinos del portal tampoco salieron ayer de su asombro por lo sucedido. “Conmigo vino a llorar alguna vez, pero yo poco podía hacer, porque en mi casa también tengo lo mío”, comentó Chelo Espina, una de las vecinas más cercanas de las dos mujeres. “Alguna vez vi a Vanessa yendo a comprar, le dije de tomar un café en una terraza pero no quiso”, prosiguió la mujer. “Uno de los policías me dijo que tenían que haber intervenido los servicios sociales. Todos debimos hacerlo, pero no se pudo”, lamentó.

El hallazgo de los cuerpos se produjo gracias a la intervención de Toño Villarejo, que conoció a Vanessa Fernández hace varios años y con quien mantenía una relación de amistad. Aunque con el paso de los años habían ido perdiendo el contacto, siempre tuvieron una relación fluida y en varias ocasiones colaboró con las mujeres en tareas informáticas. Explica que comenzó a sospechar de que algo iba mal hace algo más de un mes cuando los dos teléfonos de Vanessa Fernández le “desaparecieron de los contactos de Whatsapp”. Aunque llamó a ambos terminales, así como al teléfono fijo de casa, nadie descolgó. “Pasaba por la calle y siempre veía la ventana sin luz, así que me preocupé”, comentó.

Fue pasado el medio día del miércoles cuando se decidió a ir en persona a la vivienda. En ese lugar, comprobó que el buzón se encontraba lleno de publicidad. También tocó el telefonillo del portal y al timbre de la casa, sin obtener respuesta alguna. Decidió entonces dirigirse a la farmacia de la calle Alonso de Ojeda, a pocos metros del portal de las dos mujeres, donde le confirmaron que la última vez que vieron a Vanessa Fernández fue el 3 abril, cuando acudió a comprar medicamentos. Ante esa información decidió avisar al 112 y rápidamente se personó en la zona la Policía Nacional.

Las dos mujeres residían de alquiler por lo que los agentes tuvieron que localizar al dueño de la residencia. Este se encontraba en Galicia por lo que no pudo acudir a abrir la puerta. Confirmó que sus inquilinas habían abonado la última mensualidad, aunque todo indica a que fue así porque la transferencia bancaria estaba automatizada. Tras descartar que ninguna de las dos había ingresado en el Hospital de Cabueñes ni tampoco en el de Jove, los policías avisaron a los bomberos, que entraron por una ventana, sin romperla, a la casa.

“Hablaba con Vanessa siempre que necesitaba algún arreglo en el móvil o en el ordenador. La notaba rara en los últimos meses, pero esto es algo que nunca te esperas. Hoy –por ayer– me levanté llorando”, explicó Villarejo, que barajaba ayer acudir al funeral de ambas, fijado para hoy a las 17.00 horas en la iglesia parroquial de Santa María de Sábada, en Lastres. Con las dos mujeres convivían además dos gatos. Uno fue trasladado el mismo miércoles al albergue municipal y al otro costó localizarlo en la jornada de ayer. “El contacto más estrecho era con mi madre, que falleció hace dos años, pero claro que estamos afectados. Eran familia, me crié con mi tía. Siempre estuvieron arropadas”, zanjó ayer el sobrino de “Elsita”.

El marido de la mujer solicitó una ayuda a domicilio poco antes de morir, hace siete años

A pesar de su delicada situación, el Ayuntamiento de Gijón negó ayer que María Elsa Candás Montoto y Vanessa Fernández tuvieran trato alguno con los servicios sociales municipales. Sí que hace siete años pidieron un Servicio de Ayuda a Domicilio (SAD) para Julio Guillermo Fernández Pascali, marido y padre, respectivamente, de las dos finadas. Este solicitud nunca llegó a ejecutarse ya que el hombre falleció al poco de haberles sido concedida. Los allegados de las dos mujeres señalaron el precario estado de salud en el que pasaron su últimos días. María Elsa Candás, que tenía 74 años, llevaba ya bastante tiempo sin poder moverse de la cama. Gran parte del tiempo lo pasaba viendo la tele y acariciando a los dos felinos que tenía por mascota. Tampoco se encontraba en buen estado la hija, Vanessa Fernández, que a sus 39 años arrastraba problemas de depresión y alimenticios. Por esa razón, ingresó en el Hospital de Jove en varias ocasiones. Tampoco salía demasiado de casa. Lo hacía solo lo necesario para comprar comida, tabaco y medicamentos para su madre. Con la pandemia sus interacciones sociales se restringieron aún más.

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