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La Basílica ilumina sus reliquias

El Sagrado Corazón limpia sus vidrieras al cumplirse dos años del regreso del sagrario de plata y el Cristo de la Paz, de Miguel Blay

El sagrario de la basílica. Ángel González

La limpieza de las vidrieras de la Basílica del Sagrado Corazón es el primero de los pasos para acometer las mejoras que este céntrico templo, conocido popularmente como la Iglesiona, hace tiempo que necesita. Su actual rector, Manuel Robles, no ceja en su empeño y confía en la colaboración de la feligresía para dejar cada rincón y bóveda en perfecto estado de revista justo cuando se cumplen dos años del regreso de dos piezas históricas: el sagrario de plata y el Cristo de la Paz de Miguel Blay. “Poco a poco se están dando pasos, pero hay que echar una mano”, reconoce el sacerdote, que vivió en primera persona el regreso de las dos obras gracias a las gestiones llevadas a cabo entre el arzobispado de Oviedo y la Compañía de Jesús, que tras dejar la Basílica en 1998 se las habían llevado a Burgos.

La importancia de estas dos obras, de principios de los años veinte del siglo pasado, es más sentimental y simbólica, al margen de cualquier otra consideración. “Las dos forman parte de la vida de los gijoneses, de toda la ciudad, porque esta Basílica siempre ha sido punto de encuentro para todos”, destaca Manuel Robles.

Manuel Robles, rector de la Iglesiona Ángel González

Las dos piezas se crearon por y para este templo ubicado en la calle Instituto que se construyó entre 1918 y 1922. El Cristo de la Paz es obra del célebre escultor catalán Miguel Blay y Fábrega (Olot, 1866-Madrid, 1936) y data de 1924. “Es una talla muy buena, un Cristo muy vivo”, señala el rector, que asegura que son muchos los feligreses que sienten especial devoción por esta imagen, que desde hace años ha vuelto a ocupar un lugar privilegiado en el lateral izquierdo del templo, muy cerca del altar.

El sagrario, por su parte, de grandes dimensiones (pesa alrededor de los 200 kilos) es de plata por fuera, pero dispone de una estructura interna de oro, separada por una parte de madera. También su creación se remonta a esos primeros compases de los años veinte, y nació gracias a las donaciones de los feligreses que entregaron a los jesuitas, entonces, muchas piezas de plata para dar forma al sagrario.

La Basílica ilumina sus reliquias

Prueba de que la obra se concibió para Gijón y para este templo es su diseño exterior. “La parte frontal representa el cuerpo central inferior de la fachada de la basílica. Y está custodiado por los tres arcángeles, Miguel, Rafael y Gabriel”, explica el sacerdote. Esta pieza, asentada detrás del altar sobre un mármol, es base cuadrangular y forma de basílica romana y su instalación de nuevo en la Iglesiona resultó muy compleja. “Hicieron falta muchos operarios para poder transportarla”, recuerda Robles.

Tanto el sagrario como el Cristo de la Paz dieron lustre al templo durante muchos años de la mano de la Compañía de Jesús. Todo cambió a partir de 1998, año en el que los jesuitas cedieron la entonces iglesia (el Sagrado Corazón no se convirtió en Basílica hasta el 23 de octubre de 2003, proclamada por la Santa Sede) al arzobispado, pero se llevaron con ellos estas dos reliquias hasta la parroquia de la Merced de Burgos. Los feligreses de Gijón nunca dejaron de reivindicarlas como suyas, y hasta iniciaron una masiva recogida de firmas para ello. Finalmente, las negociaciones entre el arzobispado de Oviedo y los jesuitas dieron sus frutos para que ambas luciesen de nuevo en una Iglesia que está volviendo a brillar.

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