Cuando se le pregunta a Celso Suárez cuánto tiempo lleva en la Cuesta del Cholo, el popular hostelero responde con la misma seguridad con la que serviría el enésimo culete de su historial. “Toda la vida”, afirma. Y añade: “He visto todas las transformaciones”. Razón no le falta al chigrero, al que le ha dado tiempo para contemplar desde primera línea de barra el último cambio, el que trajo la pandemia. Ese que transformó el popular espacio de Cimadevilla, otrora plagado de grupos que bebían sidra apoyados en el muro de la cuesta, en una zona más de terrazas. Ayer, viernes, no lucía el sol, pero hacía calor. Y aunque costaba encontrar hueco, el ambiente no es el que era. “Ojalá el año que viene vuelva la esencia”, desean los clientes y hosteleros del lugar.

El hostelero Celso Suárez, con una foto prepandemia y, abajo, Cayo Wey, escanciando un culete de sidra. | Ulises Arce

Sara Rodríguez y Celia García son dos chicas de 27 años que ayer apuraban su primera botella en la Cuesta del Cholo. “Lo de sentarse en el muro a beber la sidra era algo mítico”, dice la primera. “Era muy normal relacionarse aquí con todo el mundo y luego terminar de fiesta”, añade la segunda. Alberto Seoane es un chico madrileño de 29 años que no conoció la Cuesta del Cholo en sus buenos tiempos. “Nunca estuve. Es como una zona más ¿no?”, se pregunta un joven al que por razones sanitarias le ha tocado conocer una estampa que nada tiene que ver con la que existía antes del coronavirus. “Bueno, mejor esto que nada. A ver si el año que viene vuelve a la normalidad”, razona Cayo Wey, otro de los chigreros más populares de Cimadevilla, aunque afincado al pie del hormigonado tránsito de Las Ballenas.