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José Carlos Díaz Poeta, acaba de publicar “Aires de lugar y gente”

“La literatura no sana por sí misma, sino por cómo llegamos a ella”

“Rastreé en los archivos para contar la vida de mi abuelo, republicano; esa es mi actitud ante la llamada memoria histórica”

José Carlos Díaz, en el Puerto Deportivo. Ulises Arce

Lo que José Carlos Díaz (Gijón, 1962) empezó como una especie de duelo literario por el fallecimiento de su padre en enero de 2018, acaba de ver la luz, bajo la edición de “Trea”, en forma de un completo poemario titulado “Aires de lugar y gente”. El escritor rememora también en el libro su infancia y el desarraigo que heredó de su familia, represaliada por el franquismo, y deja para el final varios versos dedicados a su hijo, un broche luminoso en un poemario más bien nostálgico ya a la venta.

–Afirma al final del libro que parte de los poemas recogidos en “Aire de lugar y gente” fueron como un duelo prolongado.

–Este libro se comenzó a escribir tras el fallecimiento de mi padre, en enero de 2018. Reúno entonces una serie de pequeños textos y poemas que tienen que ver con su enfermedad y con el duelo, en efecto, que sigue a esa pérdida, y que se escriben muy contaminados emocionalmente, por lo que claramente pedían un periodo de reposo, una perspectiva temporal que permitiera su atemperamiento. Ese paréntesis de reflexión me anima a proyectar un libro que vaya más allá de la elegía. Y, toda vez que las cenizas de mi padre fueron enterradas en el lugar de su nacimiento, de donde lo habían expulsado las penurias de la posguerra siendo poco más que un crío, en ese poemario intento reconstruir la historia de su desarraigo, que, de alguna manera lo siento también propio.

–¿De dónde vino la necesidad de escribir sobre el hogar?

–Esa exploración del desarraigo en la que me sumerjo, se convierte al mismo tiempo en la reconstrucción del lugar que al abandonarse lo provoca. Un lugar que está en la cuenca media del Navia, en la aldea de Armal. Allí estaba la casa familiar, hoy en ruinas. El poema inicial del libro habla de reconstruir una casa, de encender el fuego de su hogar, de dotarla de una atmósfera que sea la que una vez la envolvió y de repoblarla con la memoria de quienes la habitaron. Ese es el aire de lugar y gente que da título al libro, y que refleja su propósito, remontar el río hasta recuperar la memoria de una familia que, como tantas otras, fue golpeada trágicamente por la Guerra Civil, desperdigada por la necesidad y que olvidó en esa diáspora su lengua y raíz.

–En un capítulo del libro, “Flashback”, reflexiona sobre el pudor de las familias humildes.

–“Flashback” persigue una doble intención: acercarme al contexto histórico en el que mi abuelo actúa, con sombras y luces, como cabecilla republicano, siendo finalmente ajusticiado; e identificar en esa muerte el momento en que se gesta del desmembramiento familiar. No son sólo cuatro poemas, son cuatro poemas escritos después de rastrear en los Archivos de Salamanca la presumible verdad histórica de esa vida truncada por la Guerra Vivil. Esa es mi actitud ante lo que se ha dado en llamar “memoria histórica”. Vengo, en efecto, de una familia humilde. Mi padre era camionero y mi madre se ocupaba de las labores del hogar. Ambos empezaron a trabajar a edades que hoy en nuestro país estarían penadas.

–Termina con un capítulo mucho más luminoso, centrado, en parte, en su hijo. ¿Escribir sirvió en parte como sanación?

–Todo proceso creativo es un proceso indagador. Ahonda en nuestras obsesiones, se interroga por el dolor que generan ciertas pérdidas, por la conmoción ante circunstancias sociales o históricas; pero celebra igualmente la alegría de la luz, de la amistad o del amor, y al celebrarla nos esforzamos también en identificar cómo y por qué reaccionamos a ese impulso con la necesidad de, por ejemplo, escribir unos versos. La literatura no sana o consuela por sí misma, sino por el modo en que llegamos a ella. La parte final del libro cierra de modo esperanzado pero realista el trayecto que nos condujo desde nuestros orígenes, en un pequeño pueblo de media montaña en el occidente asturiano, hasta el hijo que continúa nuestra vida pero que, como tantos otros ha tenido que irse a trabajar fuera de Asturias, poniéndole así punto y seguido al desarraigo.

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