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Los viajes de Jovellanos: En el corazón de Vitoria

“Bella y sencilla, de tránsito espacioso bajo los arcos y buena luz en las tiendas”, describe el gijonés la Plaza Nueva, foco del desarrollo de la villa

Jovellanos en el corazón de Vitoria

El 28 de agosto de 1791 nuestro viajero se encontraba en Vergara conociendo de primera mano la evolución de aquel Seminario, con tan claros tintes ilustrados, que sin duda, fue fuente de inspiración para Jovellanos y su Instituto.

Don Gaspar asistió a una tertulia antes de finiquitar la jornada y ya con preparativos de partida para el día siguiente, que veremos a continuación. Así escribe: “Deseé conocer a Landázuri, historiador de Vitoria, y hombre, según dicen, de grande instrucción en las antigüedades de este país; no concurrió, como esperaba, a la tertulia. Despedida; cena. Orden para salir mañana a las cuatro; está aquí el caballo, aunque todavía cojo”.

Se refiere Jovellanos a Joaquín José de Landázuri y Romarate, vitoriano de nacimiento pero muy ligado a la vida pública y política de Vergara donde fue, por ejemplo, alcalde y procurador en las Juntas Generales de Guipúzcoa. También ejerció de diputado general de Guipúzcoa en dos ocasiones. Como no podía ser de otra manera, fue miembro de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. Pero sobre todo Landázuri destacó como historiador y en 1790 las Juntas Generales acordaron la impresión de la “Historia civil y eclesiástica de Álava”. Fueron impresas por separado, aunque esto no fue del agrado del autor, “La historia eclesiástica” en Pamplona, en 1797, y “La historia civil” en Vitoria en 1798.

Por desgracia para Jovellanos, no se presentó a la tertulia y no pudo conocerle en persona.

Pero nuestro viajero descansa y bien presto lo tenemos en marcha de nuevo, veamos hacia donde se dirige. Su amigo Peñalba también parte, pero mejor ver como nos lo describe él: “ Día 29. Nos despedimos a la hora de montar y partimos a las cinco, él para Bilbao y yo para Vitoria. Niebla muy húmeda; se camina a orilla de un río a la derecha, que se pasa y repasa por puentes. Buen cultivo; casas de dos pisos, el segundo adesvanado, y algunas de tres. A Mondragón, dos leguas: lugar grande, posada buena y nueva; tomé aquí chocolate; casas grandes. Buen camino y bien reparado con relleno de piedra; gran cuesta de Salinas. Salinas, lugar alto y mediano; sigue la cuesta para vencer los montes divisorios de las dos provincias; antes de bajar se ve el mojón terminal a la izquierda del camino, colocado a manera de guardarrueda, aunque más alto. Bajada la cuesta y entrando en Álava, todo es distinto: tierra más llana, más árida, más rasa y batida de los vientos, y por lo mismo menos cultivada y peor; más adelante es un remedo de Castilla; los montes altos, distantes, por todas partes y en semicírculo; algunas colinas muy bajas; llanuras dilatadas; ninguna casería”.

Que hermosa y precisa descripción nos ofrece Jovellanos, y es que nos explica con nitidez por donde pasa en su trayecto y sus sensaciones ante el cambio paisajístico que percibe en su paso a Álava, camino de la capital, Vitoria.

Sale hacia el oeste y se topa rápidamente con Mondragón, cuya Carta Puebla fue otorgada por el rey Alfonso X el Sabio el 15 de mayo de 1260, concediéndosele el Fuero de Vitoria, y el texto decía así “que avie ante nombre de Arresate a que nos ponemos nombre de Mondragón”. Con lo que la cuestión toponímica hizo que ambos nombres fuesen utilizados, tanto el Arrasate como el Mondragón. La historia económica de la población siempre giró en torno a la metalúrgia, pero sobre todo hay que destacar la industria cerrajera, donde Mondragón fue absolutamente pionera.

A continuación pasa por Salinas de Léniz, donde el nombre ya nos da la pista, porque fue la sal la principal riqueza de esta villa, que nació de mano del rey Alfonso XI en 1331. Y esta población es ya puerta de salida de Guipúzcoa para entrar en Álava. Apenas 20 kilómetros la separan de la capital vitoriana, y sin duda Jovellanos no se equivocaba en el cambio de perspectiva paisajística que aún hoy se percibe con claridad.

Seguidamente nos dice lo siguiente: “Cerca de Vitoria ni aun se ven setos vivos ni otros cierros, los que antes áridos y pobres; raros árboles. Los lugares de Álava son Uribarren, Mendívil, Landa a la izquierda…, Vitoria”.

Fragmento corto pero que hay que tratar, porque menuda transformación tuvo ese entorno de lo que observó Jovellanos a lo que hoy existe. Me refiero a lo que él llama Uribarren, que sería Ullibarri-Gamboa. Y es que el río Zadorra que vértebra esa zona, tuvo una gran transformación con la creación del embalse del mismo nombre, en los años 50 del pasado siglo. Hoy es fuente vital de abastecimiento de electricidad y agua potable a Vitoria y a la propia Bilbao. Con una capacidad de almacenamiento de 220 hectómetros, se convirtió en el mayor embalse del País Vasco. Auténtica zona de esparcimiento en la actualidad de los vitorianos.

Estas poblaciones mencionadas por Jovellanos, miran prácticamente y se asoman, a las aguas del embalse, por eso la transformación ha sido inmensa.

Seguidamente nuestro ilustrado entra en Vitoria y nos lo narra así: “Entrada por una corta alameda bien cuidada; ya no hay aquí el aseo de Vizcaya y Guipúzcoa, aunque más que en Castilla. Grandes edificios. Plaza Nueva, bella y sencilla cuanto cabe, sin ser magnífica, la única de España sobre un plan; toda sobre arcos divididos por pilastras, perfectamente cuadrada, de sillería y de dos pisos altos; tránsito espacioso bajo los arcos y buena luz en las tiendas; los balcones principales, con adorno de frontones triangulares y semicirculares, alternados; los segundos, con simple sombrero corrido; los balcones son todos de hierro y volados. En la fachada principal se ve en medio la Casa de Ciudad; su adorno es un cuerpo de arquitectura resaltado del plano de la obra cosa de un pie, en el piso bajo, de seis columnas toscanas arrimadas a los estribos de los arcos; encima su cornisamento, del mismo orden, sobre el cual corre un balcón con bellos balaústres de piedra, interrumpidos por pedestales que corresponden a las seis columnas; dentro de él hay cinco ventanas con el adorno del resto en ambos pisos, unas y otras divididas por fajas que hacen de pilastras; sobre éste el segundo piso, y encima un frontón que abraza todo este cuerpo, algo resaltado y distinguido por unas fajas que le cercan y corren entre las ventanas de arriba abajo. Falta sólo a esta obra un balaústre que la coronase cubriendo el tejado y las azoteas, aunque, por estar colocadas con buena euritmia, hacen bien. Es grande la belleza que resulta de la simple uniformidad de esta obra, única en su especie, con la singularidad de ser inventada, bajo la dirección del gran don Ventura Rodríguez, por D. Justo Antonio de Olaguíbel, discípulo suyo y natural de esta provincia”.

Magnífica y precisa descripción de la plaza de España o plaza Nueva. Para Jovellanos sin duda nueva, ya que sus obras principales se desarrollaron entre 1781 y 1790, es decir, que nuestro protagonista la vio recién inaugurada prácticamente. Es difícil añadir nada a nivel constructivo a lo escrito por Jovellanos, pero si decir que Ventura Rodríguez no dirigió las obras sino que dio el visto bueno al proyecto de Justo Antonio de Olaguíbel, vitoriano nacido en 1752 y formado en la Academia de San Fernando en Madrid, y cuya obra en esta plaza transformó la historia urbanística de un núcleo poblacional que crecía intensamente en aquellos momentos. La plaza se convirtió en foco central de aquella nueva Vitoria en desarrollo. Plaza de estilo neoclásico, con unas dimensiones de 61 metros de lado, donde se ubica la casa consistorial. Lo más destacado a nivel visual es el perímetro, formado por soportales de arcos de medio punto y pilastras. La fachada del ayuntamiento se remató con un gran frontón y el escudo de la ciudad. Dificultades serías a nivel técnico las que tuvo que superar el arquitecto, como por ejemplo explanar el terreno para reducir un desnivel de casi veinte metros. Pero hoy lugar de obligada visita en cualquier itinerario turístico por la ciudad.

Escribe a continuación esto: “Comí poco; dormí alguna siesta y salí a ver cosas”.

¿Qué cosas vio? En el próximo capítulo lo desvelamos.

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