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El Gijón que se va: las piezas arquitectónicas que está perdiendo la ciudad

El legado artístico languidece por falta de sensibilidad o de un plan que catalogue los elementos esenciales

Puerta del portal en la calle Trinidad, 25, desaparecida en 2020. El edificio fue proyecto de Mariano Marín de la Viña (1938).

En el ámbito arquitectónico Gijón vivió un momento luminoso durante la década de 1930, a pesar de ser este uno de los periodos más turbulentos de su historia contemporánea. Crisis económica y auge constructivo, modernidad e innovación, revolución y guerra, destrucción y creación se solaparon durante algo más de un decenio constituyendo una amalgama de acontecimientos compleja y fascinante.

Fueron años en los que la eclosión de las distintas variantes del Art-Déco junto a la influencia de la Bauhaus y de las vanguardias del primer tercio del siglo XX imprimieron a Gijón una identidad singular. Ahí están La Escalerona –este será su verano número 88– o el Café Dindurra –en breve cumplirá 90 años– como referente de esa época.

En ella, si bien encontramos obras con envergadura y empaque, incluyendo los edificios de viviendas más altos que hasta entonces había conocido la ciudad –Asturias 4, Marqués de San Esteban 27–, resultan cuantitativamente relevantes obras de menor entidad construidas tanto en el centro urbano como en los barrios e, incluso, en la zona rural.

Hablamos de muchos edificios de dimensiones convencionales y modestas, de aspecto limpio y diseño comedido en lo decorativo vinculado a lo que se ha definido como arquitectura racionalista pero que también presenta conexión con el Déco. Fachadas con enfoscados de revoco pétreo gris y rojizo, paramentos de ladrillo visto, vanos horizontales, barandillas tubulares y voladizos aerodinámicos, recursos con los que sus tracistas conseguían modernidad estética, acortaban los tiempos de construcción y aminoraban los costes de la obra al simplificarse notablemente los acabados.

Los diseños más elaborados pasaron a circunscribirse mayoritariamente a las puertas y vestíbulos de los portales, haciendo que durante estos años continuasen manteniendo especial protagonismo los oficios artísticos y las artes aplicadas, esenciales en la arquitectura gijonesa durante casi un siglo.

Pavimento de baldosa hidráulica en el portal de la calle Juan I, 6, destruido en 2019. El edificio fue proyecto de Manuel García Rodríguez (1934).

Los positivos efectos de la decimonónica Escuela de Artes y Oficios (1887) ya se habían evidenciado en el Gijón construido en las décadas anterior y posterior a 1900, con trabajos de cantería, escultura, carpintería, metalistería, vidriería y pinturas murales sobresalientes. Todo ello contribuyó a que edificios eclécticos, modernistas e historicistas resultasen una obra de arte múltiple, en las que el todo importa pero en las que también, individualmente, una puerta, un balcón o un techo pueden contar con entidad propia.

La escuela de Artes y Oficios llegó al siglo XX convertida en la Escuela Superior de Industrias y posteriormente pasó a denominarse Escuela Industrial (1911) y Escuela Superior de Trabajo (1924). Mudó su denominación, pero lo que no varió es que durante todo ese periodo se formaron en ella artesanos-artistas, algunos especialmente capaces de llevar a la piedra, a la madera y al metal los diseños más sofisticados. Sus nombres casi en su totalidad nos son hoy desconocidos, pero nos queda su obra, una producción continua vinculada a numerosos edificios repartidos por la ciudad, entre los que destacan precisamente los realizados durante esos años treinta.

Rejería ornamental en la calle Emilio Villa, 4. En proceso de demolición. El edificio fue proyecto de Miguel García de la Cruz y fue finalizado por Manuel del Busto (1934-1935).

Pero ese patrimonio estético “Made in Gijón” va desapareciendo inexorablemente. Para quienes disfrutamos con estos detalles y sufrimos con su pérdida, poco podemos hacer más que vivir una desazón constante. Es evidente que el nuevo Catálogo Urbanístico, si bien supone una mejora abismal respecto al pionero realizado hace treinta años, sigue contando con importantes lagunas. Precisamente una de las más graves es la ausencia de un criterio de documentación y registro de este tipo de obras carentes de protección pero de valor artístico antes de que acaben convertidas en chatarra, astillas o cascotes.

Ejemplos de ese buen Gijón que se va puede verse en las imágenes que ilustran estas líneas. Lo que se ve en estas fotos, aún sucio, ajado y abandonado durante años, es capaz de mostrar creatividad y belleza. Algo que nunca conseguirán los materiales y diseños estandarizados por los que serán sustituidos casi sin excepción.

Mientras progresivamente nuestras ciudades van siendo anodinamente iguales, con las mismas tiendas, las mismas marcas, las mismas fachadas... aquí nos subimos a ese carro destruyendo año a año parte de nuestra identidad más singular, una herencia brillante que constituye un recurso del que no se sabe o no se quiere sacar partido.

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