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La escalada trepa en Gijón: los rocódromos, a rebosar

Los jóvenes se lanzan a las instalaciones para practicar este deporte: “Se está convirtiendo en el nuevo surf”

Ambiente, ayer, en el rocódromo One Move de Gijón.

Con las manos empolvadas en magnesio, Jordana López explica que ha hecho muchos amigos trepando por las paredes. Lleva tres años escalando y entrena tres veces por semana en el rocódromo Boulder Up, en Nuevo Roces. Se inició en la disciplina con 28 años, por diversión, y ahora ya tiene su propia pandilla: “Al final, acabas haciendo amistades”. Cada vez hay más casos como el de López de jóvenes fascinados por los rocódromos. En palabras de Carmen García, usuaria de One Move, el otro gran rocódromo gijonés, situado en La Calzada, “la escalada se está convirtiendo en el nuevo surf”.

Alan Menéndez, gerente de este último negocio, ratifica este éxito entre los más jóvenes. “El perfil de cliente más habitual se mueve entre los 22 y los 35 años. No ha habido ningún mes que no hayamos tenido un incremento de clientela desde que abrimos en 2019”, explica. Desde Bulder Up, por su parte, también se observa el auge del sector en veinteañeros. “El crecimiento es exponencial”, asegura Guillermo Arismendi, su propietario. Este aumento tiene acento femenino. “Entre los socios menores de 16 años, la mayoría son chicas. Hace años era impensable, porque no había casi escaladoras y las pocas que había eran pareja de escaladores”, detalla Menéndez.  

Ambiente en un rocódromo local. | Juan Plaza

Este éxito entre los jóvenes tiene varios motivos. El primero, lo social de este deporte. “A raíz de acudir al centro ya estoy en varios grupos de aficionados a la escalada o al senderismo”, relata Yaiza de la Prieta, de 25 años. La zamorana, que se trasladó a Gijón por trabajo, se inició en la escalada hace tan sólo dos meses por recomendación de unos amigos. “Desde entonces, intento escalar una vez o dos al mes como mínimo”, añade. Otro ejemplo es la gijonesa Claudia Alvargonzález, de 21 años, que frecuenta rocódromos desde hace casi dos. Después de la pandemia, probó escalar en la naturaleza y se “enamoró”. “Es importante rodearte de gente que valora lo que está haciendo”, sostiene. 

Otro punto a favor de los rocódromos es la comodidad. Explica Jaime Carrero, poleso de 27 años, que sería muy complicado practicar escalada sin los dos centros gijoneses, ya que es fisioterapeuta y solo tiene las tardes libres. “Llamas, reservas, tomas algo y te vas”, explica: “Es mucho más accesible”.

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