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La gijonesa Portachiavi, pionera en imprimir en 3D sillas ortopédicas infantiles

“La sanidad da a los niños moldes de escayola, y no sirven”, señala Alejandro Gil, el inventor

Por la izquierda, Ángela García y Alejandro Gil, madre e hijo, con la silla ortopédica infantil que han diseñado en su empresa.

En menos de dos días y a raíz de un molde de escayola, la empresa familiar de impresiones en 3D del gijonés Alejandro Gil ha construido la que dice que es la silla ortopédica infantil más grande del país. El emprendedor, tornero de profesión que se adentró por curiosidad en el mundo de las impresoras 3D hace unos siete años y dirige hoy una de las empresas más punteras del sector en la ciudad, ha dado con la manera de imprimir una silla ortopédica en plástico biodegradable para una familia de Madrid que tiene una pequeña de diez años con problemas físicos severos. La pasada Navidad, Gil hizo algo similar con un niño gijonés. “Llevamos meses haciendo pruebas. La sanidad a estos niños les da unas sillas de escayola, y se puede hacer mejor”, defiende.

Los Gil se adentraron en el mundo de las sillas ortopédicas el pasado diciembre cuando conocieron al citado niño gijonés con discapacidad. En estos casos, explica el responsable, a los pequeños con problemas físicos la sanidad pública les fabrica una silla a medida, una especie de molde que funciona como sostén para que el niño pueda mantener una postura correcta. Estos moldes, después, se colocan encima de sillas de ruedas o infantiles para pasear o para estar en casa. Los sanitarios hacen lo que pueden, y suelen revestir estas escayolas con pinturas o forros de colores, pero el material se resiente rápido. “Se ensucian y se deforman con cierta facilidad, y estos niños suelen necesitar varias, así que no sirve. Al niño de Gijón, por ejemplo, le hemos hecho otra en otro color para la casa de los abuelos. Es más cómodo, pero dar con la técnica para hacerlo es difícil, tuvimos que inventarnos la manera”, aclara el empresario.

La pequeña de Madrid, al tener diez años, necesitaba una silla mucho más grande, y a nivel logístico no existía un protocolo claro. “Había que preparar una impresora muchísimo mayor y encontrar a una empresa que nos escanease el molde, que con este tamaño tampoco era fácil. Al final tuvimos la máquina encendida 46 horas y las luces de la tienda apagadas, porque si se va la luz se pierde todo el trabajo. Pero quedó bien”, aplaude Gil. Su empresa familiar, que se llama Portachiavi y en la que trabaja con sus padres y su hermana, empezó imprimiendo llaveros por diversión y acabó dando el gran salto empresarial en 2019, cuando comenzó a construir balanzas para calibrar el centro de gravedad de aviones de aeromodelismo y logró llamar la atención de proveedores de todo el mundo. Ahora, desde Gijón los Gil se alzan también pioneros en el sector ortopédico.

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