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La figura de la semana: Víctor, "el de Cimadevilla", leyenda musical del gijonesismo

Coqueto y galán de los de antes, el músico está aprendiendo a tocar el piano y tras 60 años de carrera sigue amando cantar

Víctor, "el de Cimadevilla"

Un playu tiene permiso para nacer donde le de la gana. Por eso Víctor Manuel García es de La Calzada. Claro, que salvo cuando tenga que ir a renovar el DNI, muy poquita gente le conocerá ya por su nombre de pila porque todo el mundo sabe cuando le escucha cantar que está ante Víctor, “el de Cimadevilla”. Sus 60 años subido a un escenario ya valdrían para considerarlo un referente. Pero habiendo tenido un papel tan importante en el alumbramiento del “Gijón del Alma”, el himno oficioso de la ciudad, nadie le discutiría su papel como leyenda del gijonesismo musical.

Elegante y coqueto, sus dedos se deslizan con facilidad por las cuerdas de una guitarra, que podría considerarse como una prolongación más de su cuerpo. Dicen los que le conocen que sin tocar las seis cuerdas se siente algo huérfano a la hora de interpretar un tema. No es muy amigo de decir la edad, y ya se ha mencionado que lleva más de seis décadas dando la nota, pero ahí va un dato nuevo de uno de los habitantes más famoso del Gijón de siempre. Víctor, “el de Cimadevilla” está aprendiendo a tocar el piano.

Nacido en la zona oeste de la ciudad, Víctor se trasladó al antiguo barrio de pescadores porque se enamoró de la que fue su mujer, Antonia Suero, conocida popularmente como “Toñi”, quien falleció en el pasado 15 de junio de 2017 con 64 años. Junto a ella regentó un local en la calle del Rosario, que es historia del microcosmos gijonés. Hablamos, claro, del Pub Víctor, conocido popularmente como “Casa Víctor”, un negocio que estuvo en pie durante 37 años entre 1970 y el 2007 y cuyas paredes escucharon la letra primigenia y los primeros acordes del “Gijón del Alma”.

El alumbramiento del tema más cantado en los chigres, celebraciones y también durante el confinamiento a este lado del Cantábrico es de sobra conocido. Corría el final de 1991, principios de 1992, cuando Javier Díaz, el ovetense de “Zapato Veloz”, aquel grupo al que las verbenas le deben “Tractor Amarillo”, se dejó caer por Casa Víctor para ver a su fiel amigo. Estaba el local cerrado, porque abría solo por la noche. Era la hora del vermú, cuando comenzó a chapurrear una canción que él había compuesto. El tema, claro, no tenía nada que ver con lo que hoy se conoce y fue Víctor Manuel García el que le imprimió su sello personal. El resto, ya se sabe, es historia.

Con dos hijos, Abelardo, que jugó en el Gijón Industrial, y Víctor, el cantante es una persona que prima la elegancia en el vestir. Hay miles de fotos en sus actuaciones que lo acreditan, casi siempre con camisa blanca bien abrochada, metida por dentro del pantalón y su melena bien cuidada. Alegre y chistoso, dice que no cambiaría Gijón ni por el Caribe. Y es que es la clásica persona que sube a La Providencia para contemplar la playa de San Lorenzo y se le pone la piel de gallina. Lo mismo le pasa al ver El Molinón o La Laboral.

Pero Víctor no solo es un gijonés de pro. También es un gijonudo como pocos. Esa forma de ser la esgrimió muchas veces en su bar, Casa Víctor, donde hilvanó noches de gloria con grandes conciertos que duraban horas y se prolongaban hasta la madrugada. Ahí no faltaba la picaresca. En los tiempos del tardofranquismo, aquello de cantar y pasarlo bien de noche no estaba del todo bien visto como tantas otras cosas. El que se pasaba de la raya se enfrentaba a una multa de los “grises”, o sea, la Policía.

Para evitar rascarse el bolsillo, cuentan los más cercanos al músico una anécdota que es de genio y figura. Lo que es él, vamos. El caso es que su casa estaba justo encima de su local. Y se las ingenió para instalar un timbre conectado a una sirena roja, que estaba dentro del bar. La jugada era que si desde el balcón del piso veían acercarse a los agentes alguien daba el agua y allí se dejaba de cantar, que no de tomar copas. En Casa Víctor, el músico atesoró mil anécdotas. Una de las que siempre cuenta es cuando le tocaron la puerta “Los Panchos”, que como muchos otros, se dejaron ver por ese templo añejo.

Víctor es un galán de los de antes. También una persona que se entrega en cuerpo y alma cuando alguien cercano a él lo necesita. Mítico de Gijón como Cholo Juvacho o Pipo Prendes, dos buenos amigos suyos que refleja el documental “Entre amigos” de Pablo Monella, lo de este gijonés ha sido (y es) una carrera trufada de éxitos en su patria chica asturiana. Siempre quedará la duda de si hubiera podido hacer su magia más allá del Huerna.

Lo que está claro es que en las calles de villa marinera tiene seguidores para dar y regalar. Y es que este gijonés cachondo, expresión que a él le sienta como un guante, aún pone al servicio del espectáculo sus cuerdas vocales en un local musical al pie de La Escalerona. Porque Víctor, “el de Cimadevilla” es mucho Víctor. Toda una leyenda del gijonesismo musical.

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