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Somió llora a Don Pío, su párroco “infatigable” durante medio siglo

El religioso, fallecido a los 93 años en la localidad tapiega de Serantes, dirigió San Julián de 1961 a 2012 y dejó una “impronta enorme”: “Fue bueno, sencillo, trabajador y muy querido”

Pío Sánchez Iglesias, en un rincón junto al templo parroquial de San Julián de Somió. | ÁNGEL GONZÁLEZ

Los vecinos y parroquianos de Somió y la comunidad religiosa de la región están de luto por el fallecimiento en la madrugada de ayer a los 93 años de Ángel Pío Sánchez Iglesias, que durante más de medio siglo protegió el templo de San Julián con su “carácter sencillo” y la vocación de “ayudar a los demás”. “Fue una persona que siempre se volcó en ayudar a los demás, alguien muy querido y que fue un apoyo para todos nosotros a todos los niveles”, relataban ayer sus sobrinas Marta Pérez y Leonor Sanjurjo, camino a la parroquia de Serantes, en Tapia de Casariego, donde esta tarde se celebrará su funeral, presidido por el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes. Es la última iglesia en la que Don Pío celebró misa. Lo hizo hasta el día anterior de su muerte.

Don Pío, como todos le conocían, llegó al mundo en 1928 en el concejo de Tapia de Casariego. Siempre tuvo muy claro que su futuro estaba vinculado al clériman y la sotana. “Quise ser cura desde que comencé a pensar”, reconocía él mismo en una entrevista concedida a LA NUEVA ESPAÑA en enero de 2006, año en el que la parroquia de La Guía le concedió su medalla de oro. Sus planes no se vieron ni siquiera truncados por el inicio de la Guerra Civil, ni tampoco por el cierre del seminario de Oviedo, cuando apenas contaba con ocho años de edad. Entonces, eran seis los amigos que ansiaban con la ordenación sacerdotal, aunque luego no todos llegaron al altar. Era tiempos convulsos para Iglesia, pero nada les amilanó. “Hasta nosotros habían llegado noticias de tantos sacerdotes asesinados, que la tragedia, lejos de intimidarnos, nos animó”, confesaba el propio Don Pío en estas páginas.

Con esa convicción, que le acompañó toda su vida, comenzó a estudiar Humanidades en Tapia de Casariego, para dirigirse después, con diez años, a Valdedios, donde estuvo un lustro de férrea disciplina. Don Pío, desveló en este periódico que durante aquella etapa esperaba “como agua de mayo”, la caja que cada quince días le enviaba su abuela con chocolate y galletas caseras. Luego, puso rumbo al el Seminario de Oviedo, donde cursó cuatro años de Teología, pero como al terminar aun tenía 19 años, y no cumplía la edad mínima para el sacerdocio, le enviaron durante otros tres años a la Universidad de Comillas, donde aprovechó para estudiar Derecho Canónico. Así, el 6 de agosto de 1950, con 22 años, la iglesia de Barrios de Luna (León) fue testigo de su ordenación como sacerdote, bajo la bendición del obispo Luis Alonso Muñoyerro, en compañía de José Morán y Luis García Pola. “Siempre fue un gran sacerdote”, reflexionaba ayer su sucesor en Somió, Luis Muiña.

Teverga fue el primer destino sacerdotal de Don Pío, donde atendió durante un curso las parroquias de Alesga, San Justo de Páramo y Santa María de Focella. Luego se acercó a su localidad natal, ejerciendo durante una década en Serantes, el mismo templo que hoy acogerá su funeral y donde ofició su última misa, algo habitual desde su jubilación hace nueve años. “Fue un hombre bueno, sencillo, trabajador y muy querido que hasta el último día venía a celebrar a la iglesia todos los días. Aunque de fuerzas andaba más justito, de cabeza estaba muy bien”, compartió Jorge Fernández, párroco de San Andrés de Serantes que hoy recibirá a Sanz Montes para oficiar la misa. “Su muerte ha sido una sorpresa para todos, estamos muy disgustados toda la familia. Todavía el martes había oficiado una misa y luego había salido a dar un paseo. Se acostó pronto a dormir, y de madrugada se murió, pero afortunadamente no sufrió nada”, compartió su sobrina, Leonor Sanjurjo, tras la repentina muerte de Don Pío.

En los últimos años como párroco de Serantes, debía seleccionar varios destinos como posible opción de cara a futuro. De aquella había un concurso para parroquias, previo examen, y en función de la calificación se podía elegir destino. “Firmé todas las que pensé que no me iban a dar, porque quería quedarme en Serantes, donde estaba feliz”, reconoció el propio Sánchez Iglesias en una entrevista a este periódico en 2011, poco antes de que una zona verde de Somió empezase a llevar su nombre. Fue esta parroquia la que selección en último lugar, pero al final nada pudo evitar su llegada. Era el 13 de agosto de 1961, le fue a recoger en coche el entonces alcalde, Ignacio Bertrand, y Cándido del Campo, feligrés de San Julián. Don Pío ofició la misa de doce. “Se portó francamente bien, era una persona sociable, conversadora, y además tenía algo muy importante para ser párroco, y es que la mano izquierda no sabía lo que hacía la derecha. Era muy serio y discreto con las personas, dejó una impronta muy importante en Somió. Lo hizo todo en Somió, desde la comunión a todo. Esto es triste para los vecinos de Somió, no estaba enfermo, fue algo inesperado totalmente. Todo lo que se me ocurre es bueno”, aportó Soledad Lafuente, presidenta de la asociación de vecinos de San Julián de Somió, que han alquilado un autobús para desplazarse mañana hasta Serantes para asistir al funeral, previsto a las 17.30 horas. Saldrá a las 15.40 horas de San Julián y es necesario inscribirse previamente.

La labor de Don Pío en el templo le permitió estar en contaco con generaciones y generaciones enteras. Bautizos, comuniones, bodas y funerales se convirtieron en su hoja de ruta en la parroquia, donde también participó activamente en otras actividades, como la revista parroquial o el concurso de belenes. Era un cielo, una persona buena que te puedas imaginar, dispuesto a hablar. No quería molestar, preparativos ya busco yo. Era capaz de cargar con todo encima por no molestar a nadie. “La tarde de Navidad se recorría la parroquia viendo los belenes, y disfrutaba como nadie el día de Reyes, porque a los niños los adoraba. Llevó a cabo una labor pastoral enorme, y siempre dedicó un día al cuidado de los enfermos. Fue infatigable, una persona cercana y cariñosa a la que no le faltaba el sentido del humor”, recordaba Teresa Requejo, una de las feligresas de un templo que hoy llora a su párroco.

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