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La figura de la semana Tatiana Velázquez Stavinova Presidenta de la Asociación Niños de Rusia

Tesón para recuperar la memoria

Geóloga, nació en un gulag y vive volcada en identificar a todos los niños que, como su marido, Orlando Velázquez, partieron a la URSS en 1937

Tatiana Velázquez Stavinova vista por Mortiner

Con un tesón a prueba de cualquier contratiempo y con una fuerza de voluntad inquebrantable, conjugado todo con una generosidad y discreción pasmosas, Tatiana Velázquez Stavinova (Arjanguelsk, Siberia, 1949) comenzó hace siete años una lucha contra el tiempo, yendo de casa en casa para escribir con nombres y apellidos la historia de todos aquellos niños y niñas que en septiembre de 1937 partieron hacia la Unión Soviética (URSS) para dejar atrás el horror de la Guerra Civil española. Identificar y recuperar del olvido a esos pequeños, la gran mayoría asturianos, se convirtió en la prioridad de esta mujer licenciada en Ingeniería de Minas y Geología por la Universidad Federal de Siberia que se casó con Orlando Velázquez, uno de esos niños. Es la suya, cuentan sus allegados, “una vida de novela, increíble”, que ahora está volcada en identificar a esos más de mil menores que se embarcaron en el puerto de El Musel, siguiendo así con la labor iniciada por Araceli Ruiz Toribios, a través de la Asociación Niños de Rusia que preside.

Con el avance de los nazis hacia territorio soviético, la madre de Tania, como así la conocen sus amistades rusas, terminó prisionera en Alemania. Pero el final de la II Guerra Mundial no supuso el final del calvario, pues muchos compatriotas, bajo el estalinismo, sospechaban de aquellos que volvían tras el cautiverio alemán y les acababan enviando a campos de trabajos forzados. En el gulag de Arjanguelsk, al norte de Siberia, nació Tatiana Stavinova el 1 de febrero de 1949, doce años después de la partida de aquel barco desde El Musel. Con poco más de un año fue trasladada hasta un orfanato para hijos de presos políticos, en compañía de otros muchos niños, en la región de Kaluga. No fue hasta la muerte de Stalin cuando comenzó la liberación de aquellos presos, reencontrándose con su madre en 1955.

Para volver a empezar se establecieron en Briansk, una pequeña ciudad próxima a la frontera rusa con Ucrania y Bielorrusia donde estaban las raíces familiares de su madre. Tatiana fue niña aplicada y estudiosa y en esa localidad, mientras su infancia y su adolescencia la iban curtiendo, completó sus estudios secundarios. El siguiente paso la llevó a Krasnoyask, en Siberia central, para matricularse en esa universidad de metales no ferrosos para estudiar Geología. Una vez licenciada llega a Moscú para trabajar en un departamento del Ministerio de Geología, un empleo que le permitió recorrer muchos rincones de Rusia.

Ilustración de Mortiner.

Fue en esos años cuando conoció a su hoy marido, Orlando Velázquez, un gijonés del barrio de La Calzada nacido en 1930, del que tomó su apellido y con el que creó una familia. Tuvieron dos hijos, Rubén, el mayor, y Antonio. Muchos de aquellos niños asturianos que zarparon hacia la URSS se casaron con mujeres rusas. Fue entonces cuando Tatiana Velázquez comenzó a interesarse por la historia que habían protagonizado, sin saberlo, su marido y cientos de niños. Tras unos años en Cuba, regresaron a la tierra de Orlando, estableciéndose en La Calzada.

La llegada a Asturias fue en 1995. Tatiana Velázquez, una mujer discreta, muy generosa, a la que no le gusta hablar de sí misma y a la que todos aciertan a definir como una fuerza de la naturaleza, realizó diferentes trabajos ajenos a su verdadera profesión hasta que alcanzó la jubilación. Pero sus inquietudes y sus deseos por hacer justicia y recuperar del olvido a aquellos niños la llevaron a movilizarse. Primero, en 2016 comenzó a investigar la historia de su marido, contactando con la Asociación de repatriados de la URSS “Pablo Miaja” e iniciando una estrecha colaboración con su presidenta, Araceli Ruiz Toribios. “A mí lo que me faltaba después de ver la cara de un niño era un nombre y apellidos, no se puede dejar a esos niños sin identificar. Alguien tenía que hacer ese trabajo”, repite con frecuencia.

Así, Tatiana Velázquez empezó una carrera contra el tiempo, a sabiendas de que aquellos niños sobrepasan hoy los noventa años en el mejor de los casos. Para su investigación tuvo el respaldo del Museo del Pueblo de Asturias, donde trabaja infatigablemente en colaboración de un grupo de colaboradores con descendientes de los niños de la guerra. Poco a poco fueron ampliando el archivo, tanto con documentos como con imágenes de los protagonistas. Fotos que, de hecho, quieren exponer durante la próxima primavera. Su ímpetu investigador supuso un gran impulso a la labor iniciada por Ruiz Toribios.

La labor fue de casa en casa, acudiendo a las fuentes primarias o, en su defecto, a los familiares de aquellos niños. Siempre con prudencia, con respeto por todas esas vidas, pero con la convicción de que no pueden caer en el olvido esas historias. Su amplia labor, además, busca estar al margen de cualquier relato ideologizado, pues son muy variadas las vivencias de quienes partieron a la URSS. Escucha, apunta y archiva esos relatos. Y siempre está pendiente de los que aún viven. Para ella, siempre seguirán siendo sus niños y niñas y es por ello que luchará para que nadie les olvide.

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