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Los "colilleros": así evitan en otras ciudades del mundo las colillas en las calles

La necesidad de buscar soluciones en Gijón a un elemento contaminante de primer orden

Rejilla de alcantarillado en Gijón a última hora de cualquier día.

Históricamente la consolidación de poblaciones estables, la base de nuestra civilización, fue posible gracias a la implantación de procedimientos capaces de hacerlas habitables, siendo un factor esencial para ello la adecuada gestión de sus residuos. Y en ello seguimos hoy en día.

El desarrollo de las redes de alcantarillado, con su propia evolución en complejidad y efectividad, fue la primera clave y sin ellas nunca Roma, Córdoba o Londres habrían llegado a ser las grandes urbes que fueron, respectivamente, hace dos milenios, mil años o un siglo.

Pero las ciudades no sólo generan importantes volúmenes de aguas residuales, también son productoras de residuos sólidos urbanos, lo que genéricamente llamamos basura. Durante el siglo XX estos desechos han variado en dos cuestiones cruciales: el vertiginoso aumento de su volumen y la pérdida de su carácter biodegradable parejo al aumento de su toxicidad.

Y dentro de este ámbito también cuenta con especial importancia el tamaño: hay desechos medioambientalmente muy nocivos pero pequeños, lo que dificulta su control y también la sensación de que tengan importancia. Ese es el caso de las colillas.

Aunque no lo parezca, las colillas constituyen un elemento contaminante de primer orden que podemos ver por todas partes, pero en Gijón apenas existe concienciación del problema que representan. Igualmente, tampoco existen recipientes específicos para su recogida que podrían servir, además, como recordatorio permanente de ello.

Un hecho es evidente: en nuestro entorno social muy pocas personas tirarían una pila a la calle, sin embargo cientos arrojan cada hora multitud de colillas a aceras y calzadas, a las rejillas del alcantarillado o por el inodoro. Y a esto se suma el hábito estival de enterrarlas en la arena de las playas o el tirarlas en cualquier entorno rural o natural, haciendo que hoy sean uno de los principales componentes de lo que se ha llamado “basuraleza”.

Colillero en Montevideo.

En nuestras ciudades esta dinámica se ha visto agravada además durante las dos últimas décadas por las sucesivas normativas que han puesto fin al consumo de tabaco en interiores acentuándose, debido a la pandemia, por la extensión de esa prohibición a las terrazas de hostelería. Si hasta hace veinte años la mayoría de las colillas generadas en un bar quedaban en sus ceniceros ahora acaban directamente en la vía pública.

Una simple colilla, esos escasos centímetros cilíndricos de color anaranjado, contiene un filtro con residuos de alta toxicidad que le permite contaminar decenas de litros de agua. Su tamaño también permite que puedan terminar siendo ingeridas por diversas especies, especialmente en el medio marino, haciendo que esas sustancias pasen a la cadena trófica incluyendo finalmente su ingesta por humanos.

Colillero en Edimburgo.

El pasado verano Emulsa hacia público que sus trabajadores y trabajadoras recogen más de un millón de colillas cada semana en las calles de Gijón, pero no son pocas las que escapan a esa captura. Los datos oficiales (ONU y MITECO) indican que el 7’3% de los residuos sólidos que se vierten al mar diariamente en España son colillas. Estamos pues ante un problema medioambiental importante.

Si la concienciación social sobre esta realidad es un asunto esencial no lo es menos instalar en espacios públicos recipientes para su recolección que por ello podemos denominar “colilleros”.

Durante la última década, antes del parón pandémico, no dejaba de resultar llamativo ver como en otras ciudades ya habían emprendido esta tarea aunando en esos recipientes la recogida y la información sobre lo que es realmente una colilla. Incluso se han diseñado colilleros dobles que ingeniosamente tienen la posibilidad de incluir encuestas que, además de incentivar su relleno, también introduce una necesaria dosis de humor en la vida cotidiana.

Colillero en Montreal.

En Gijón supondría un evidente avance sumar colilleros a la red de papeleras, teniendo la ventaja de que su menor tamaño facilita su instalación en farolas y semáforos, así como en terrazas, ejes comerciales y accesos a centros administrativos y similares en los que los “sembrados” de colillas son cotidianos y masivos.

De forma complementaria está la posibilidad de que el diseño y fabricación de estos elementos puedan diversificar la actividad de empresas locales o incluso incentivar la creación de otras nuevas.

Poca duda cabe que merecerá la pena seguir avanzando en esta cuestión.

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