Tiene la peculiaridad la fiesta de San Andrés en Ceares de resistir por el empuje de unos pocos. Por la voluntad de un puñado de amigos que, año tras año, realizan un magüestu de confraternización para estrechar lazos. “Es una tradición, es el espíritu del barrio, nos juntamos siempre por estas fechas para rendir tributo al patrón y comentar qué tal nos va a todos”, señala Rufino Gallegos, el alma máter de estas fiestas desde 1987, momento en el que se diluyó la última sociedad de festejos. Ni el agua ni el frío impidió este fin de semana una tradición que solo interrumpió la pandemia el año pasado. Y la misa solemne volvió a celebrarse ayer en la parroquia de San Andrés, con un buen puñado de fieles, y con un reconocimiento a cuatro vecinos por su colaboración altruista: el gaitero Eloy Fernández, los hermanos Luis y Bernabé Areces, y Ricardo Díaz.

Vecinos de Ceares, ayer, durante la misa por el patrón. | M. L.

“Están siempre para todo, llevan aquí toda la vida y se merecen nuestro reconocimiento”, resaltó Gallegos, antes del inicio de la misa, cuando les comunicó la sorpresa a estas cuatro personas, con la distinción de la cruz de piedra. Para los hermanos Luis y Bernabé Areces Alonso fue “por su colaboración y compromiso con esta parroquia”, y además por su disponibilidad. “Están siempre de chóferes para lo que necesitemos hacer, son los primeros en ayudar”, relató Gallegos. De Ricardo Díaz destacó Rufino Gallegos su maña para el magüestu, que repiten cada año, y donde ayuda a asar castañas. Mientras que de Eloy Fernández, uno de los gaiteros que amenizaron la fiesta ayer, recordó que lleva desde niño tocando en la parroquia, cuando empezó con Pepe Blanco, y ahora se mantiene en el Grupo de Coros y Danzas Jovellanos.

La misa de ayer fue oficiado por José Luis Montero, párroco de San Andrés de Ceares, y contó con la presencia de Eduardo Zulaiba, parróco de Fátima y Jove, y del diácono laico de San Vicente de Paul, Alberto González Caramés. No estuvo en la celebración, al encontrarse de viaje, Simón Cortina, director del colegio Corazón de María y oriundo de Ceares, quien habitualmente se suma a esta celebración que suele reunir a todos los sacerdotes vinculados al barrio.

Las fiestas de San Andrés retornaron al barrio tras el parón de la pandemia. Lo hicieron como siempre, con cercanía, reconocimientos, lazos estrechos entre vecinos y castañas. Muchas castañas. Cerca de 150 kilos bañados por casi 200 litros de sidra dulce se saborearon durante todo el fin de semana en la casa del sacerdote. “Esta es una iglesia románica, la más antigua de Gijón, y la tradición que aquí tenemos queremos mantenerla, a pesar de que haya pandemias o llueva, seguimos adelante, es un punto de encuentro siempre para los vecinos”, concluyó, satisfecho, Rufino Gallegos.