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Así funciona el piso de La Calzada para reinsertar a drogodependientes: tranquilidad y ayuda para olvidar el pasado

“Nacai” redobla esfuerzos por el covid en su vivienda: “Tenemos la obligación de ayudar”

Por la izquierda, Mercedes García, Cristina Díez y Arantza Martín, con dos usuarios del piso. Juan Plaza

La Calzada, año 1999. La droga empuñaba al barrio. Fue entonces cuando unas estudiantes de Trabajo Social emprendieron un proyecto para ayudar a sus vecinos con problemas de adicción. Al volante de una furgoneta, le dieron una vuelta a la asistencia: iniciaron una campaña de “reducción del daño”, que incluía reparto de jeringuillas y preservativos. Donde no llegaba la furgoneta, llegaban ellas con sus mochilas a la espalda. Estaban donde hacían falta, en la calle. Así nació el Colectivo “Nacai”.

Mercedes García era una de esas estudiantes, hoy es secretaria de la entidad. La presidenta es Arantza Martín y la tesorera, Cristina Díez. Las tres son trabajadoras de la asociación, además de los cargos. Reciben a este diario en el piso del colectivo, la sede de su proyecto más reciente: facilitan la reinserción de personas que han superado un problema de adicción. Un paso intermedio entre la rehabilitación y la vuelta a la vida totalmente normalizada. Una labor que no cabe en esos noventa metros cuadrados. Ahora más difícil por la crisis económica que ha traído la pandemia del covid-19.

El piso está donde empezaron, en La Calzada. “Yo soy de este barrio de toda la vida, veía el problema de la droga muy de cerca”, explica García. También veía la seña de este barrio obrero: la solidaridad. “Teníamos la obligación y la necesidad de echarles un cable, teníamos que preocuparnos”, añade.

Y llegó la furgoneta. Y llegaron las mochilas. Y “pateaban” todo lo que podían para mejorar la calidad de vida de sus vecinos. “Entonces el proyecto se centraba al cien por cien en la reducción del daño. Desde el Principado se fijaron en lo que hacíamos y, a través de fondos decomisados de las drogas, nos empezaron a subvencionar”. El Colectivo “Nacai” fue pionero en la reducción del daño, la primera entidad que de verdad salía a la calle. El Principado contó con la entidad para la puesta en marcha del “metabús”, proyecto que sigue funcionando. También está en vigor la asistencia original del Colectivo “Nacai”, para la reducción del daño. Lo coordina Cristina Díez.

Pero aún había una pieza que no encajaba. “Nos dimos cuenta de que había personas que entraban en programas terapéuticos y, al no tener apoyo económico, social o familiar, luego retornaban a sus lugares de reunión. Se producían entonces las recaídas”, señala Arantza Martín. El Ayuntamiento de Gijón y la Administración regional respaldaron el proyecto del piso de reinserción.

“Aquí recibimos a personas derivadas de comunidades terapéuticas, el centro penitenciario de Asturias (Villabona) y salud mental”, destaca la presidenta. Hace años, la reinserción era más fácil. “Algunas personas salían de aquí con trabajos estables”, explican. Llegó la crisis del ladrillo, y la búsqueda de empleo se complicó. Ahora, tras la pandemia del covid, es aún peor: “Ofrecen trabajos por dos o tres días”. A su favor, la mayoría de las personas que pasan por el piso tienen derecho a ayudas sociales. “También trabajamos su economía. Aquí lo tienen todo cubierto, así que procuramos que ahorren todo lo posible para cuando vuelvan a la normalidad total”, dicen.

Lo explican sentadas en la mesa del comedor, es casi la hora de comer. Kiko, uno de los usuarios del piso, está cocinando garbanzos. Hay tranquilidad en la casa, siempre es así. “Llegan con una forma de vida muy estructurada, con respaldo psicológico y demás. Aquí trabajamos en ayudarlos, para que no se vean perdidos en el día a día”. Mari Carmen (nombre figurado), también usuaria, dice que hacen mucho más: “Aquí nos devuelven la dignidad”.

“Sé que no debo juntarme con nadie de mi pasado”

La historia de Kiko podría empezar por el primer “porro”. Tenía catorce años. O por el día que tocó fondo, tras un lustro viviendo en la calle. Pero es mejor que empiece por lo bueno: Kiko se ha rehabilitado y ahora es uno de los tres usuarios del piso del Colectivo Nacai. “Hacía mucho tiempo que no estaba así”, afirma Kiko, y abarca con las manos el salón-comedor de la vivienda. Hoy se ocupa de la comida, anda pendiente de los fogones: “A mí del día a día, de las cosas que hay que hacer, no me cuesta nada. Lo paso mal aquí”, apunta a la cabeza. “A veces pienso que me pueda volver a pasar, que puedo volver a caer”. Su historial con los problemas de adicción es largo. A los catorce años probó la marihuana, poco después la heroína. “Antes de ir a Palencia, viví cinco años en la calle”, afirma. En Palencia fue a terapia, tenía que alejarse de todo: “No puedo juntarme con nadie de mi pasado. Tengo que rehacer mi vida”. Entra en el salón Mari Carmen (nombre figurado), otra usuaria del piso. “Yo empecé con 23 años. Policonsumo y alcohol, he consumido de todo”, apunta. “Tuve hasta ocho ingresos en centros de rehabilitación”. En el piso del Colectivo Nacai está alcanzando una vida nueva. “Me cuesta un poco el día a día. Pensar en la falta de trabajo, en las relaciones familiares... Todas las cosas que son difíciles para el resto, a nosotros se nos hacen más cuesta arriba”. Tiene el apoyo de sus allegados, ha contado con buenos psicólogos y psiquiatras. Se despide con un apunte: “Por favor, que se diga que agradezco mucho la atención que tuve en El Valle”. Queda escrito, aunque ella hizo lo difícil. Luchó mucho, va ganando.

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