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El estigma del alcoholismo sigue al alza: así viven el día a día las familias de los enfermos

La pandemia dispara las llamadas a los grupos de apoyo para familiares de personas con adicción a la bebida: “Se ha normalizado el consumo”

Cuatro miembros de la asociación Al-Anon, en su sede de la calle Magnus Blikstad. | Ángel González

Llegó el confinamiento y los móviles de los grupos de Al-Anon, los grupos de apoyo para familiares de personas alcohólicas, empezaron a sonar. Madres de jóvenes que se refugiaban con una botella en el cuarto, esposas de maridos que no eran capaces de pasar un día sin beber, hijos de padres con los que no podían dejar de discutir. Este repunte de llamadas lo notaron también en “Armonía”, uno de los grupos de Al-Anon constituidos de Gijón. Cuatro de sus integrantes, que en este texto usan nombres ficticios para proteger su privacidad, comparten su historia de superación en una sociedad que, entienden, “ha normalizado mucho el consumo de alcohol, pero sigue viendo con estigma el alcoholismo”.

Beatriz es hija de un padre alcohólico. Se crio, dice, en un ambiente “inseguro” que no entendía. “Notas que el que se supone que te cuida no puede protegerte, pero solo sabes que aquello no es normal, no que se trata de una enfermedad. Cuando entendí que mi padre estaba enfermo pude empezar a procesar las cosas”, relata. Pero tardó muchos años en llegar a esa conclusión, y por el camino se fue de casa en cuanto pudo, muy joven, y creó lo que entendía que era su propio proyecto de vida. Trabajo, pareja, casa: “Pensé que lo dejaba todo atrás, y físicamente fue así, pero emocionalmente noté que las cosas empezaban a ir mal. Caí en un pozo, no encontraba sentido a la vida. La relación terminó, cambié de trabajo”.

Dentro de ese pozo conoció la existencia de Al-Anon. “Hablado con otras personas que habían pasado por lo mismo fue cuando entendí que lo de mi padre era una enfermedad, que aquello no significaba que no me quería ni que fuese una mala persona. Entender eso te cambia mucho, cicatrizas un montón, comienzas a vivir de otra manera”, señala. Y esto último, añade, sucede independientemente de que el familiar alcohólico se recupere o no. Esa es, de hecho, una de las claves que se aprende nada más entrar en Al-Anon. “Aprendes que quizás el alcohólico no vaya a vivir de otra manera, pero que tú sí puedes y que no es culpa tuya que tu familiar no se recupere o recaiga. Aprendes a poner límites, a protegerte. Entenderlo también les ayuda a ellos, porque vemos muchos casos de alcohólicos que piden ayuda cuando su entorno va a estas terapias”, concluye Beatriz.

“Vivíamos en un bucle”

Margarita también se crio en un entorno difícil de peleas y botellas escondidas al fondo del mueble-bar. “Lo de mi padre me afectaba, pero no lo entendía. Me casé muy joven, y me di cuenta que mi marido tenía un problema parecido. Controlarlo se convirtió en una obsesión, lo único que quería era que no bebiese. Y no lo conseguía, así que no era feliz”, relata. “Le acabé amenazando, le dije que o lo dejaba o me separaba. Los alcohólicos son muy listos, saben que muchas veces les amenazas con cosas que no vas a hacer, pero en cuanto le comenté el divorcio buscó teléfonos y encontró el de Al-Anon”, añade. Así, hablando con otras mujeres en una situación similar, se dio cuenta de que ella, que siempre se había creído fuerte, era en realidad “muy sumisa”, y que tenía que aprender a trazar líneas rojas. “Al final él dejó de beber y yo soy ahora mejor persona. No exagero: Al-Anon me salvó la vida. Cuando llegué aquí yo no quería vivir”, reconoce.

Una de las integrantes más novatas es María, madre de una hija alcohólica. Fue una de esas llamadas que se volvieron cada vez más habituales en Al-Anon a raíz del confinamiento. “Siempre entendí que una madre tiene que hacer todo lo posible para que su hija esté bien, así que me dedicaba a controlarla. Veía que ella no bebía como lo hacían sus amigas, pero ella lo negaba, me mentía, vivíamos en un bucle”, resume. El registrar continuamente la casa en busca de botellas y la obsesión constante por cómo volvía su hija a casa acabó pasándole factura: “Caí en depresión, ya no podía trabajar en ese estado, me aislé por completo del resto. Ella, mientras, seguía en su mundo, me aseguraba que bebía como los demás. Empezó a mentirme. Cuando llegué aquí entendí que mi hija, como enferma que es, manipulaba y mentía, pero también entendí que en ese estado mi hija no era mi hija”. Como en el resto de casos, entender el alcoholismo como una enfermedad fue el gran detonante para su recuperación: “Antes pensaba que bebía por vicio, por diversión. Ahora la relación es mucho mejor porque la entiendo, así que ya no hay insultos, ya no hay gritos. Ahora me siento mucho más fuerte”.

Sin subvenciones

Un último caso, Luci. Lleva ya unos cuántos años vinculada a Al-Anon. “En casa hubo una pérdida y mi vida se limitaba a trabajar, llegar a casa y reñir. Le veía a él en el sofá y me ponía histérica. Él nunca reñía y eso me enfadaba aún más”, cuenta. Añade: “Entre mi hija y yo decidimos controlar qué estaba pasando porque estábamos en números rojos. Él iba al psiquiatra y le confesó que sí, que bebía. Él se fue a Alcohólicos Anónimos y yo vine aquí. Yo me había intentado suicidar, necesitaba ayuda. Aquí me enseñaron que daba lo mismo lo mucho que yo le controlase, que su problema no era mi culpa”. Ahora su compañero ha dejado de beber y a raíz de la pandemia hasta ha dejado de acudir a las sesiones de grupo, pero ella sigue acudiendo al suyo. “Venir a estas charlas me ha devuelto las ganas de vivir. No me había dado cuenta de que me había convertido en una máquina de reñir, de que mi vida se había quedado anulada. Ahora soy otra”, concluye.

El grupo “Armonía” se reúne en su sede de la calle Magnus Blikstad número 58, a las 18.00 horas, los martes. Se autogestionan y no aceptan donaciones públicas ni privadas, así que con las aportaciones de sus socios se financian los gastos de luz del local y los folletos informativos que se reparten a los recién llegados. “Y lo más importante: no pasamos lista. Cualquiera puede venir y dejar de venir, puede hablar o no hablar. Los que llevamos años en esto actuamos un poco como mentores, y por eso nos preocupa poder llegar a gente nueva. Sabemos que este confinamiento ha sido muy duro para mucha gente”, razona Beatriz.

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