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Los guardianes de la fe en el Codema: así es la comunidad religiosa de los claretianos

Los seis misioneros del centro auguran a la congregación otro siglo en la ciudad: “La vida religiosa va a menos, pero el colegio nos da potencial”

Por la izquierda, Juan Lozano, José María Valdivielso, Miguel Corral, Arturo Muiño, Germán Padín y Simón Cortina, en su capilla. Ángel González

Con la idea de cubrir la atención pastoral de un barrio de El Llano por entonces en pleno auge, los claretianos llegaron a Gijón hace justo un siglo. Fueron seis sus fundadores –la comunidad llegó a superar la treintena– y vuelven a ser seis los que actualmente residen en dependencias del Colegio Corazón de María. Son Simón Cortina (director del centro), Juan Lozano (párroco y arcipreste de Gijón) y los religiosos José María Valdivielso, Miguel Corral, Arturo Muiño y Germán Padín. Tras una pandemia que les hizo entender “el lujo” de un local residencial como el suyo, la congregación augura ahora “al menos otro siglo de vida” claretiana en una ciudad a la que todos se sienten muy ligados. “La vida religiosa va a menos, pero el colegio nos da mucho potencial. Siempre habrá claretianos en Gijón”, asegura Lozano.

La residencia de los claretianos, en una de las plantas superiores del edificio, tiene 22 habitaciones y una generosa batería de espacios comunes. Los religiosos cuentan con biblioteca, varias salas de estar, un salón con butacas para ver la televisión y hasta una enorme y centenaria mesa billar que ya no recuerdan muy bien cómo lograron subir hasta el salón. Todos tienen una rutina de vida bastante estable. El despertador suena muy temprano, a las seis y media, para llegar a tiempo al rezo de las siete y poder empezar a trabajar a las ocho. Cuenta Muiño: “Los que estamos jubilados también tenemos tarea. Yo hago oratorios, Corral se encarga de las capellanías –la eucaristía para las monjas– de las Dominicas y ‘Valdi’ de las de las Siervas de Jesús y del huerto que tenemos en Contrueces”. Comen juntos siempre que pueden y, tras las labores de la tarde, variables, saldan la jornada un poco después de las nueve, en la cena: “Aquí no se aburre nadie”.

La pandemia trastocó estos hábitos –Cortina coordinó la educación telemática de los alumnos y Lozano supervisó las eucaristías por Facebook y la atención a fieles que vivían solos en sus casas, por ejemplo– y, de paso, les dio un buen susto: el propio Muiño acabó en el hospital con covid-19 y el resto de compañeros, confinados. “Quedó todo en una alarma, pero ahí vimos la suerte que teníamos de tener estas instalaciones, con terraza y tanto espacio para pasear. Es un lujo vivir aquí”, defiende Muiño.

Del grupo, el más novato en la ciudad es Padín, de 60 años y destinado desde 2020. Se vino desde Valencia –aunque niega horrorizado con la cabeza si se le pregunta si es valenciano, porque es un orgulloso gallego de O Grove, “paraíso del marisco”– y ahora da clases de Plástica y de Religión. Además de Lozano y de Cortina, los otros tres religiosos son tres figuras icónicas de la historia del Codema. A Valdivielso, burgalés, siempre le han llamado “Valdi”, así que cuando tiene que dar su apellido completo se saca del bolsillo del pantalón una copia plastificada del DNI. Se vino a Gijón en 1972 a raíz de una otitis muy grave que le pilló de misionero en Francia. Llegó como secretario y profesor de Francés y coordinó durante muchos años el grupo de montaña del centro. Se jubiló en 2012. Tiene 83 años.

Corral, también burgalés, es un poco mayor, con 85 años, y es el que más tiempo lleva destinado en Gijón. Le mandaron con 27 años y, salvo un parón de tres años para estudiar Magisterio en Madrid, ha estado siempre en la ciudad. “Me vine tan joven que le di clase a gente pocos años más joven que yo, estaba un poco asustado. La ciudad era muy distinta a como está ahora”, recuerda el claretiano, muy conocido en el Codema por haber sido durante años el coordinador de deportes del colegio. Muiño, por último, tiene 72 años, es de Ferrol, y llegó a Gijón en 1981. Fue ayudante del noviciado en Contrueces y profesor, y tras seguir como misionero por otras ciudades –recuerda París con especial cariño–, regresó como jubilado a la ciudad hace cinco años y medio.

Con un siglo de experiencia a sus espaldas, la congregación augura un “futuro asegurado” de los claretianos en la ciudad. “Somos 3.000 claretianos repartidos por 69 países, con la gran diferencia de que nuestra presencia es ahora menos eurocentrista y está más en auge en países como la India, Indonesia o Vietnam. Estamos creciendo en otros lugares, y sabemos que para la congregación Gijón es un lugar a mantener”, defiende Cortina.

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