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Adoquines en las calles de Gijón contra el olvido de la barbarie nazi

Comienza la colocación de las 34 placas en homenaje a gijoneses deportados a campos de concentración: “Llega tarde, pero llega”

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En imágenes: Colocación de adoquines en las calles de Gijón para recordar a las víctimas del nazismo Marcos León

La gijonesa Olvido Fanjul, nacida en 1910, trabajaba en la Algodonera de La Calzada y defendía entre los suyos sus profundas ideas republicanas y antifranquistas, y partió desolada rumbo a la Unión Soviética desde El Musel el 23 de septiembre de 1937 como una de las cuidadoras de los 1.100 niños que huían de las bombas. Allí se enamoró de un ruso, Dimitri, pero estando embarazada la encarcelaron y dio a luz en prisión a un niño que se llamaba como su marido y que le arrebataron. Nunca más supo del niño ni de su marido y, superando aún ese duelo, fue deportada al campo de concentración nazi de Ravensbrück. Sobrevivió, la liberaron en 1945 y pronto pidió su traslado a Francia, donde se reencontró con un viejo conocido gijonés, Gerardo Blanco, con quien tuvo tres hijos: Eloína, Manuel y Amelie. Esta historia de película acabó con un final feliz a medias: la familia regresó a Gijón, pero Fanjul falleció en 2001 sin que se reconociese su condición de víctima. Hasta ayer. El de Fanjul fue el primer homenaje de los llamados “stolpersteines”, unos adoquines dorados en el suelo, obra del alemán Gunter Demnig, que recuerdan la historia de víctimas del nazismo. “El homenaje llega tres o cuatro décadas tarde, pero llega”, recordó Eloína Blanco, emocionada y vestida con un fular trenzado con los colores de la República.

En Gijón se colocarán 34 de esos adoquines, y seis de ellos ya están instalados gracias a la ágil labor de un Demnig que, aunque llegó ayer a Gijón con intérprete, apenas cruzó palabra con las decenas de presentes y se limitó a colocar sus placas en los veinte minutos de plazo que se había autoimpuesto para cada acto. La comitiva –compuesta por familiares de los homenajeados y representantes de entidades memorialistas de la ciudad– le fue persiguiendo por toda la ciudad. El primer acto, el de Fanjul, fue en la calle Rufino García Sotura, donde la gijonesa había vivido durante años. En la avenida Constitución se instalaron adoquines para Víctor Cueto y Manuel Cortés. En la calle Aserradores, en Roces, el de Evaristo Rebollar. Y en Marqués de Casa Valdés, en La Arena, el de Aurelio Aquilino Acebal.

Adoquines contra el olvido de la barbarie nazi

La edil Salomé Díaz acompañó a las seis familias homenajeadas y la alcaldesa Ana González intervino en el acto de Fanjul. “Vivimos momentos muy complicados de la historia que nos recuerda a tiempos pasados, tiempos que creíamos superados. Lo de hoy es un homenaje o, mejor dicho, una reivindicación de la memoria contra el olvido”, señaló la Regidora, que agradeció a la familia de la algodonera su “empeño constante” en mantener viva la memoria de la gijonesa durante todo este tiempo. A esta primera cita acudió casi toda la familia, con Manuel y Eloína como principales portavoces, pero también nietos de Fanjul y un bisnieto, Adrián Colado. La primogénita, encargada del discurso de agradecimiento –en el que resumió la biografía de la fallecida relatada al inicio del texto–, terminó con un simple: “Gracias, salud y República”.

En el homenaje a Cueto habló Santiago Lobato, su sobrino, en representación de la hija del deportado, Silvia Cueto, que reside en Austria y que redactó lo que se imagina que habría dicho su padre si viviese, que a su juicio habría protestado que actos como el de ayer lleguen después de décadas de lucha. “España nunca asumió su responsabilidad con nosotros. Intentó declararnos víctimas del nazismo alemán y eludió lo del fascismo español”. Cueto fue deportado a Mauthausen y falleció en 1990.

“Es una alegría que se rompa el silencio que anidó durante tantos años en nuestra sociedad”, añadió, por su parte, Balbina Rebollar, hija de Evaristo Rebollar, “un luchador antifascista y republicano” que luchó en la Guerra Civil y contra el ejército alemán y que acabó deportado al campo de concentración Neuengamme. Logró sobrevivir y falleció en 1996 a los 79 años.

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