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La procesión del Martes Santo: Mirada al cielo para retomar el paso

La procesión del Silencio, con las imágenes de San Pedro y el Cristo Flagelado, porteadas por la Vera Cruz y arropadas por decenas de fieles, acorta el recorrido por la meteorología

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En imágenes: Procesión de Martes Santo en Gijón Ángel González

Amenazaba lluvia, pero el nordeste se encargó de alejar las nubes de agua de San Pedro poco antes de que el reloj marcase las nueve de la noche. Feligreses, penitentes y curiosos poblaban la explanada del Campo Valdés mientras el incienso emanaba tras los pórticos del templo y las carracas anunciaban ya el inicio de la procesión de las Lágrimas de San Pedro, conocida también como la del Silencio. Fueron los de ayer, Borriquilla al margen, los primeros pasos penitenciales por las calles de Gijón tras los dos años de pandemia. “Después del parón se echaba de menos y se nota el cambio. Se necesita ver las imágenes y oír estos tambores que disfruto desde que soy niña”, reflexionaba Ana Llamedo, integrante de la hermandad de la Santa Vera Cruz.

El incensario de la Santa Misericordia, ataviados todos con sus capirotes negros y túnicas blancas, salvo los niños, marcaba el rumbo de la comitiva, que estuvo arropada por decenas de personas en la procesión más nocturna de la Semana Santa de Gijón. Un estandarte de estreno, con los colores de la bandera del Vaticano –por aquello de ser el primer Papa– anunciaba el paso de San Pedro, en posición de oración, y con lágrimas en su rostro, tras haber negado a Jesucristo hasta tres veces. Las mujeres de la Santa Vera Cruz, de capirote morado y túnica gris, eran las encargadas de portear la imagen mientras los presentes aguardaban con un respetuoso silencio. Silencio solo interrumpido por el graznido de las gaviotas –porque ya dejó escrito José Ramón Fernández Costales que la de Gijón era una Semana Santa muy marinera– y, a lo lejos, ladridos de perros en San Lorenzo aprovechando la hora de la bajamar. De todo hay en la viña del señor.

Una rampa facilitaba a las penitentes el sortear los escalones del Campo Valdés, mientras voluntarios de Protección Civil hacían sitio entre los fieles. Al llegar a la altura de los Jardines de Juan Ramón Pérez Las Clotas, el sonido de los tambores de la hermandad anunciaba que los varones de la Santa Vera Cruz ya cargaban con el Cristo flagelado, precedido también por un estandarte de estreno. El paso iba adornado con lirios azules y claveles rojos, luciendo, además, cuatro faroles de nueva adquisición por parte de la hermandad, largos en el tramo de madera y rematados con cristal para proteger las velas que iluminaban la imagen de Jesucristo, que en Martes Santo ya anticipó a sus discípulos tanto la traición de Judas como las tres negaciones de San Pedro antes de que cantase el gallo. Como así ocurrió.

Al llegar el inicio de la procesión a la altura de la popular “rampla” de San Lorenzo, las gotas de lluvia volvieron a recordar que la meteorología podría frustrar el arranque de las procesiones hasta el Domingo de Resurrección. Los cofrades iban marcando el ritmo, animando a los porteadores a administrar sus fuerzas para seguir adelante. Detrás llevaban a una treintena de fieles, incluido el párroco de San José, Fernando Llenín, que hoy, Miércoles Santo, dará lectura al sermón del Encuentro Camino del Calvario.

Los paraguas, al tercer aviso, empezaron a asomar entre los penitentes que desde las aceras escoltaban a los penitentes. Algunos, desde sus balcones, estaban más protegidos. La lluvia traicionó a la fe, igual que hizo San Pedro, y al llegar su paso a encarar la calle Julio Somoza, desde la hermandad de la Vera Cruz se optó por acortar el recorrido. Encararon la calle San Bernardo en dirección al Ayuntamiento, sin bajar por la calle San Antonio, y de ahí girar por Instituto, como estaba previsto. Al llegar a la calle Ventura Álvarez Sala, con el mismo silencio que imperó durante toda la procesión, encararon ya el regreso a San Pedro, despojada ya de toda expectación por la lluvia.

“El fin de semana estuve en León, porque me gustan mucho las procesiones. Es cultura y todo lo que le venga bien a la ciudad hay que cuidarlo. Siempre habrá gente devota y gente que no, por eso, hay que respetarlo”, compartía la gijonesa, Montse Conesa Alvargonzález. Pero el olor a incienso no solo atrae a los autóctonos, sirve también para que visitantes de la ciudad se empapen de una tradición que las hermandades y cofradías han logrado recuperar. “Resulta interesante para mí porque en mi país no hay esta cultura”, aportaba Renke, un joven alemán sorprendido por los pasos de Semana Santa a su llegada ayer mismo a la ciudad dentro de un viaje por el norte de España, que igual que Gijón ha vuelto a recuperar el paso de las procesiones.

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