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La figura de la semana Secundino Suárez, “Cundi” Exfutbolista del Sporting, dará su nombre a la puerta 3 de El Molinón

"Cundi", el lateral de los mil galones

Afable y tranquilo, el histórico jugador, hijo de un minero sotrondino y de una tapiega, es una figura esencial de la era dorada del Sporting

Cundi visto por Mortiner. Mortiner

La puerta 3 del estadio de El Molinón llevará pronto el nombre del histórico Secundino Suárez, “Cundi”. Cumplió los 67 hace dos semanas. Hijo de minero, empezó a darle patadas al balón poco después de la primera comunión y con doce años fichó por el Amistad de Blimea. Como juvenil, pasó al San Martín, así que a los quince debutó en Tercera División. La cosa empezó a ponerse seria en los 70, cuando fichó por el Ensidesa y, en el 73, por el Sporting. Salvo por una cesión en el 76, vivió toda la era dorada del equipo gijonés hasta su retiro hace ahora 32 años. Es uno de los jugadores con más partidos a sus espaldas de la historia de la entidad, más de 300, y una figura eterna para la afición rojiblanca.

Hijo del barrenista sotrondino Elviro Suárez y de la tapiega Teresa Vázquez, la infancia en la capital de San Martín del Rey Aurelio la pasó en la barriada de El Serrallo, en un entorno predominantemente minero. Siendo aún un niño, vivió en primera línea la huelga de 1962, y vio como muchos de sus amigos de pupitre pasaban hambre. Quizás en esos años empezó a gestarse la humildad y el saber estar de los que siempre hizo gala en el campo. Su familia, que se las apañó un poco mejor, le daba comida para que la compartiese en el colegio con compañeros con peor suerte, y le dejaban que invitase a alguno a casa para merendar.

Los veranos de su infancia fueron las playas de Tapia de Casariego, pero aprendió a nadar en La Chalana, en Laviana. Siempre se reconoció un niño travieso: robaba manzanas al vecino y se bañaba a escondidas en el río, demasiado cerca del lavadero, así que aparecía en casa chorreando un agua casi negra del carbón. Como estudiante, fue un poco tozudo. Tenía buena memoria, pero se aburría. Cerró los libros a los 15, antes de la reválida de cuarto curso, y se las apañó antes de entrar al fútbol profesional como peón caminero, como camarero y como obrero de carreteras.

En el campo, por su físico, con Suárez no podía casi nadie, así que se ganó a pulso el apodo de “Facultades”. Siempre le hizo gracia ese mote, aunque sus compañeros se lo decían muy en serio. Aquí la genética tuvo algo que ver. El futbolista siempre describió a su padre como un portento, un gigante, un barrenista de manos enormes que jamás faltó un día a trabajar a la mina. Le echó de menos demasiado pronto. Elviro Suárez falleció aún muy joven, a los dos años de prejubilarse, por una silicosis que le empañó los pulmones.

Cundi visto por Mortiner.

Muchos siguen considerando al asturiano como el mejor lateral izquierdo de la historia del Sporting, aunque “Cundi”, que nunca ha pecado de orgullo, siempre ha tratado de rebajar los cumplidos. Que a él le gustaba subir la banda no lo podía negar, pero quizás el fútbol moderno se fue haciendo más defensivo cuando ya había colgado las botas. Era duro, pero siempre iba con cuidado para no lesionar al compañero. Llegó al Sporting, de hecho, muerto de miedo y con cierto complejo de sentirse inferior, así que se pegó todo lo posible al portero Ángel Abelardo, paisano de Sotrondio.

Vestir la rojiblanca en aquellos años parecía un poco más fácil con Quini de delantero. Por eso, a “Cundi” le apetecía tanto atacar: sabía que si centraba el balón, Enrique Castro se encargaría del resto. Cuando les dijo que se iba al Barcelona, al sotrondino casi le da algo y sintió que se le marchaba un referente, aunque El Brujo, siempre bromista, se deleitaba torturando con pequeñas maldades al bonachón de Sotrondio. Sus compañeros de aquella época recuerdan que, una vez, Quini le quitó las llaves del coche y se lo aparcó en el campo número 2. Suárez, qué remedio, se buscó la vida para volver a Gijón, y al día siguiente regresó a Mareo y vio su coche en el mismo sitio pero, y aún hoy no se explica muy bien cómo, sus llaves volvían a estar en su chaqueta. De todas formas, la carrera de “Cundi”, con o sin El Brujo, se defiende sola: dos finales de la Copa del Rey, varios años como titular en la Selección Española, una Eurocopa y unos Juegos Olímpicos.

Se retiró con 35 años tras acumulársele varias lesiones que le robaron su esperanza de poder colgar las botas a pleno rendimiento. Le falló una rodilla, algo la cadera y, sobre todo, la espalda. Una cirugía de columna le dio la puntilla, y ya un año antes de retirarse, siendo previsor, había impulsado un negocio hostelero. Siempre tuvo buena cabeza y ni en lo más alto de su carrera despilfarró el dinero. Echó bien las cuentas: se pagó la casa, el coche, la cafetería. Después montó una marmolería, gracias a una amiga que le presentó a gente del sector. Le hizo un poco de gracia al principio, porque él no sabía diferenciar el mármol del granito, pero el negocio funcionó bien hasta su jubilación.

La vida de Cundi sigue siendo tranquila. Su gran amigo, casi hermano, es otro histórico rojiblanco, José Antonio Redondo, con quien siempre salió a tomar vinos y a hablar de fútbol (ambos se encargan del área social del Sporting). También era habitual que debatiera con su hijo, Rubén Suárez, que empezó a darle patadas al balón y que vistió la rojiblanca desde 1998 y hasta 2004, siguiendo la estela de su padre, enorme referente.

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