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Nuevas epístolas a "Bilbo"

Contra la neurosis del éxito

Vuelvo un tanto del revés el título, "Elogio del fracaso", de un artículo del escritor Jordi Soler, con el único afán de reproducir unas opiniones que comparto. Pretender la originalidad a machamartillo, "Bilbo", además de inútil, genera estrés Y no estamos tú y yo para agites constantes.

Predomina hoy el espejismo de que todos somos unos triunfadores. Una falacia alimentada por las redes sociales, donde el exhibicionismo, la autoexposición son monedas corrientes. No hay que ser un lince para alcanzar el minuto de gloria en "TikTok" o en cualquier otro escaparate. Lo expresa así el escritor: "Las redes sociales han sido ideadas, entre otras cosas, para que nadie sea un don nadie". Importa ganar, triunfar, el éxito a toda costa. Si no se consigue, uno se convierte en un perdedor, de acuerdo con los estándares contemporáneos.

Parece ser que esto no era así cuando reinaba la sensatez en nuestra especie. La neurosis del éxito en nuestro tiempo se basa en eslóganes tóxicos, por falsos, del tipo: "Sí se puede", "no aceptes un no por respuesta", "sí o sí"… y una amplia y delirante letanía. La cruda realidad nos demuestra a cada momento que casi nunca se puede y que el sí con demasiada frecuencia es no. Lo habitual no es tener éxito. Lo normal es fracasar. Es más, si todos fuéramos unos triunfadores, el éxito perdería su prestigio. Las palabras "perdedor" y "fracasado" suponen una condena, un estigma, una endemia que cualquier persona rehúye, evita, abomina.

Lo cierto es que lo único que una persona sensata puede hacer es intentarlo todo, como el arquero pretende alcanzar la diana; este es el verdadero fin. Lo demás es propaganda o neurosis. Faulkner decía: "Fracasar y luego volver a intentarlo. Eso es el éxito para mí". Beckett decía: "Inténtalo otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor". La manera en que concebían estos dos escritores el fracaso y el éxito proviene de la antigüedad, de aquella gente que se sentaba a pensar en las cosas verdaderamente importantes de la vida. Los estoicos diferenciaban entre el objetivo y el fin. Para ellos era más importante el empeño que el éxito, por una razón que olvidamos: el éxito no depende de nosotros, pero sí el propósito personal. Jordi Soler mienta una frase de Marco Tulio Cicerón: "El arquero debe intentarlo todo para alcanzar la diana, pero es la propia intención de intentarlo todo para alcanzar la diana, para lograr su propósito, el verdadero fin pretendido por el arquero". Y otra: "Conseguir nuestro propósito es algo que cabe desear, pero no algo que merezca lograrse por sí mismo".

No te noto, "Bilbo", precisamente neurótico por el ansia de triunfar.

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