Ante el centenario de la muerte de Rosario de Acuña

Huevos para incubar

La escritora pone en marcha su propia granja avícola tras una catástrofe de fortuna que la dejó "a las puertas de la miseria"

Portada de «Avicultura» y anuncios de los productos de su granja en la prensa santanderina.

Portada de «Avicultura» y anuncios de los productos de su granja en la prensa santanderina. / Macrino Fernández Riera

Macrino Fernández Riera

Macrino Fernández Riera

"Después, aún podéis hacer más. La máquina incubadora podrá proporcionaros los beneficios de un recurso sin explotar en nuestra patria. Desde vuestro hogar, sin moveros de él y sin que en él se note vuestra falta, podéis mandar a los mercados remesas de patos, gallinas, pavos y faisanes, pingües productores de una renta fija, que entrará en el hogar para aumentar sus bienestares" (Rosario de Acuña, "En el campo. Resumen", 1885).

Aunque ya había dejado por escrito su intención de "retirarse del trabajo activo de la inteligencia", de abandonar su activa campaña como publicista en defensa de la libertad de conciencia, a la "crítica edad de los cuarenta", lo que en modo alguno podía llegar a imaginar por entonces era la gran transformación que experimentaría su escenario vital poco tiempo después de dar por concluida la campaña de "Las Dominicales": al doloroso revés sufrido por la prohibición de "El padre Juan" la misma noche del estreno, siguió la caquexia palúdica que la tuvo a las puertas de la muerte, el abandono de su casa de Pinto, su partida al encuentro con el mar, las interminables jornadas de trabajo que se vio obligada a realizar para mantener su hogar libre de la miseria…

Aquejada de un incipiente proceso palúdico, desoyendo su instinto, partidario desde el principio de combatir la enfermedad con pequeñas dosis de quinina y un cambio de aires, acepta trasladarse a la Corte para ser tratada de forma conveniente por la ciencia médica. Recluida en aquel espacio urbano del que hace años huyó, su estado se complica, los episodios febriles se agravan. A pesar del tratamiento recibido, la malaria pasa de la fase aguda a la fase crónica. Fueron varios meses de "agonía perpetua", durante los cuales la evocación de los espacios naturales por ella tan bien conocidos, tan bien disfrutados, ejercían en su organismo un efecto reconstituyente que le daba fuerzas para luchar contra aquel mal que la tenía postrada en cama. Su deseo de volver a los campos, a las montañas, a las costas, insuflaba en sus venas anhelos de vida; la esperanza de poder volver a contemplar los "acantilados ciclópeos sacudidos por las rompientes del Océano" resultaban la mejor pócima para su postración.

Al fin, su firme voluntad de vivir, el cariño y cuidado de los suyos y las atenciones médicas recibidas obtienen resultados. Rosario de Acuña sale de esta larga enfermedad con la firme voluntad de huir de nuevo de la ciudad. Nada más tenerse en pie, sin atender a otro tipo de razones, movida tan solo por el deseo de marchar a los campos, a las costas cantábricas, a los acantilados oceánicos que reciben las salutíferas corrientes del mar de los Sargazos, "acribillándome yo misma a inyecciones de quinina para no decaer en mi resolución" corrió hacia el Norte. Tras una temporada en las costas gallegas decide asentarse en las de Cantabria, en las proximidades de Santander.

Será, pues, en la Montaña donde iniciará una nueva etapa en su vida, y lo deberá hacer en unas condiciones bien diferentes a las que había conocido con anterioridad como consecuencia de un lance imprevisto, "una catástrofe de fortuna que me puso a las puertas de la miseria". Sigue estando convencida de las bondades de la vida en el campo, pero las cosas han cambiado mucho desde que, allá en los primeros años ochenta, se fuera a vivir a Pinto. Desamparada del padre protector, desasistida de la servidumbre que, por un buen jornal, ayudaba en los quehaceres domésticos, y desprovista de una parte del capital que aseguraba su ilustrada vida campestre, debe ahora poner en práctica todo lo que ha venido predicando.

No había más remedio que echar ingenio a la situación y pensar en cómo ganarse la vida cada día, para ella y para quienes la acompañan en aquella tierra: su madre y Carlos Lamo, su compañero y fiel discípulo. A su cabeza acude el recuerdo de una viuda que conoció en su juventud en el sur de Francia. Aquella mujer que, viéndose joven aún con dos hijos que mantener y una modesta pensión, decidió emprender una nueva vida: vendió cuanto tenía y se marchó a Bayona donde tomó en arrendamiento una casa de campo en la que estableció una pequeña granja avícola que, seis años después, cuando la joven Rosario la conoció, estaba a pleno rendimiento. Teniendo este ejemplo bien presente, próxima a cumplir los cincuenta, decide poner en marcha su propia granja avícola "simultaneando la teoría y la práctica, el ideal de altísima y noble ciencia con la tradición vulgar de seculares experiencias".

Con esa intención arrendó una casa de campo no muy lejos del faro de Cabo Mayor, en Cueto, localidad situada a escasos kilómetros del centro de Santander. Lo primero de todo era aprender el oficio y para ello nada mejor que dejarse asesorar por quien pasaba por ser la persona que más sabía de avicultura en España: Salvador Castelló, editor de la revista Avicultura Práctica y propietario de una afamada granja ubicada en Areyns de Mar. Tras apropiarse de los fundamentos básicos de la ciencia avícola, lo que sigue es la elaboración de un buen proyecto. Diseñó la instalación; la dotó de las últimas novedades técnicas (incubadoras, secadoras, bebederos mecánicos, cajas de cría o hidromadres…); compró lotes de las mejores razas ponedoras de gallinas, la mayoría de las cuales fueron adquiridas en la citada granja catalana por una cantidad elevada de duros; adquirió también, con el objetivo declarado de diversificar la producción, unas cuantas parejas de patos procedentes de Francia, a un precio exagerado, según propia confesión; y se dedicó de lleno, en largas jornadas cada uno de los siete días de la semana, al cuidado de sus queridos animales.

Con las selectas aves adquiridas, con una completa y moderna maquinaria para la cría artificial, con el texto Avicultura de Salvador Castelló como libro de cabecera y con la determinación de no escatimar esfuerzo alguno, comenzó a desarrollar la teoría que iluminaba el proyecto: crear mediante cruces una casta de gallinas rústicas, "ponedoras excelentes (de huevos gordos), fuertes, resistentes a las crudezas atmosféricas, de polladas sanas y fáciles de criar". Frente a la práctica habitual, que apostaba por la pureza de las razas como línea a seguir en la selección de las especies, ella lo hacía también por la mezcla, apelando a sus conocimientos de Darwin, a la importancia de la variabilidad genética en la evolución de las especies que había escuchado decir a su abuelo materno, y a sus muchas horas de observar pausadamente cómo en la lucha por la vida acababa triunfando el mestizaje: "la selección, sí, pero antes la variabilidad; sigamos humildemente a la Naturaleza, que para seleccionar mezcla antes siempre".

No sin dudas, se adentró por aquel sendero que había trazado. Ocuparse de la granja sin desatender las ocupaciones domésticas, la abundante correspondencia, la escritura de artículos, la cotidiana lectura de un buen libro o la prensa de cada día, hacían que sus jornadas se alargaran lo indecible, comenzando bien de madrugada y concluyendo cuando ya había anochecido. Poco más de seis horas de reparador sueño para comenzar al día siguiente con la alimentación de animales, el cuidado de las cluecas, la cura de las aves enfermas, la selección de los huevos, según sea para la venta, la incubación o el consumo... Trabajo interminable y metódico, pues no falta cada noche a su cita con los diferentes cuadernos (Gastos e ingresos, Libro de puesta y Alta-baja de pollitos), así como la anotación en cada uno de los huevos de la fecha de su puesta y la raza de la gallina ponedora.

No tardando mucho, el tesón va consiguiendo sus frutos y la pequeña empresa avícola empieza a recibir las alabanzas de quienes comprueban la calidad de sus huevos y la productividad de sus gallinas ponedoras. Las páginas de "El Cantábrico" acogen varios artículos suyos dedicados a mostrar las bondades que para el desarrollo económico de la región representa la práctica racional y metódica de la avicultura. El mismo periódico inserta con cierta frecuencia un anuncio que, bajo el título "Huevos para incubar", enumera los productos que la granja de doña Rosario tiene a la venta: huevos de las distintas razas de su gallinero, así como de patos de Rouen y mixtos del país. Su labor también terminaría por ser reconocida por los entendidos en la materia: primero fue la publicación de un elogioso artículo firmado por uno de los promotores de la Sociedad de Avicultores Montañeses, luego la obtención de la Medalla de Plata en la Exposición Avícola Internacional celebrada en Madrid en el mes de mayo de 1902. Aquel premio supuso todo un espaldarazo para su proyecto. Su fama trascendió los límites de las localidades próximas y debió de atender encargos de casi todas las provincias españolas y de algunos países americanos como México y Argentina: "en un solo año vendí catorce mil huevos para incubación". La lista de productos se fue incrementando paulatinamente. Además de los huevos, también empezó a vender lotes de aves vivas destinadas a la producción, tanto de patos y patas, como de gallos y gallinas…

Satisfecha por lo conseguido, escribe por entonces: "Como nos enseña el cuento asiático, creo que la felicidad es privilegio del que no tiene camisa… ¿Chifladuras?... Podrá ser; sin embargo, mi sueño es profundo; mi existir, apacible; digiero bien; Epicteto es mi filósofo favorito, y en el polvo de la tierra creo que dormirán mis huesos más tranquilos si hasta el postrer aliento los hice trabajar…".

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