La figura de la semana | Paulino Tuñón Blanco Presidente de la Asociación de Vecinos de La Guía y exdirectivo del Sporting

El alma incansable de La Guía

Tenaz, elegante y extrovertido, el catedrático jubilado se desvive por su barrio con el Sporting siempre en la memoria

Paulino Tuñón

Paulino Tuñón / Mortiner

Tiene un semblante tranquilo, pero Paulino Tuñón acumula una biografía que empieza a ser ya imposible de resumir. El catedrático jubilado de Química Analítica en la Universidad de Oviedo, exdirectivo del Sporting y presidente de la Asociación de Vecinos de La Guía no ha llegado a estar nunca quieto. Nació en el concejo de Lena, en 1945, pero se crió en ambiente playu, en la céntrica calle Garcilaso de la Vega. Vivió el Gijón de entonces: las largas sesiones de cine en los Campos Elíseos, las tardes de pesca, las fiestas en el Rocamar y El Jardín –siempre cuenta que, en su día, cambió la pesca por el baile–, y las caminatas hasta la playa de Estaño con su familia. Vivió, también, el último período del Sporting antes de que el club se convirtiera en una sociedad anónima. Y, desde hace mas de dos décadas, especialmente tras su jubilación como catedrático, se desvive por un barrio que, según cuenta, tiene una esencia propia.

Fue Tuñón un alumno aplicado, casi empollón, que se labró expedientes brillantes con los jesuitas en la Laboral, primero; y en el Instituto Jovellanos, después. En esos centros se gestó el germen de lo que acabó siendo una larga trayectoria académica en la Universidad de Oviedo, un recorrido que empezó en 1965 como estudiante y que le hizo ganarse su primer contrato de prácticas apenas un lustro después. Realizó su estancia posdoctoral en Birmingham y, a finales de la década de los 70, se ganó su plaza como profesor adjunto. Así puso rumbo a la cátedra.

El docente dirigió el departamento de Química Analítica desde 1994 hasta 2008 –se prejubilaría poco después, en 2011–, en una etapa que le llevó a ser el maestro de toda una generación de investigadores que le recuerdan como alguien peculiar, alejado de la norma. En aquella época, los alumnos se sentían muy alejados de los catedráticos, casi siempre seres más bien serios y de poca paciencia. En ese ambiente, Tuñón destacó por tratar a sus estudiantes de tú a tú y por huir siempre que fuese posible del sopor de los largos discursos. Eso, sumado a sus aires más bien modernos –alérgico a las corbatas, la pajarita preside desde siempre el "look" del profesor, que completa desde hace unos años con sombreros de ala ancha–, le hizo convertirse sin querer en el confidente de una comunidad educativa que nunca le tuvo miedo, pero sí mucho respeto.

Paulino Tuñón

Paulino Tuñón / Mortiner

Para el gijonés, la Universidad fue siempre más una institución que un lugar de trabajo. Firme defensor de la importancia de una "esencia" académica basada en las Humanidades –aunque él sea de Ciencias– y con la triste sospecha de que las generaciones del nuevo siglo se acercan a sus estudios superiores cada vez con más apatía, tuvo una vida muy activa en la gestión educativa. Formó parte del Consejo Social universitario y del Consejo de Gobierno. Y, durante una breve etapa, dirigió la Cátedra Jovellanos de Extensión Universitaria, un proyecto de corto recorrido, pero que le permitió soñar con una Universidad más ordenada y cercana con su territorio.

Tuñón está casado con María Jesús García, también química. Contrajero matrimonio en 1979, en Covadonga. El profesor vio en el "sí quiero" la recompensa a sus largos años de insistente cortejo con viajes constantes hasta el pueblo natal de su esposa, en Mieres. Tuvieron seis hijos: María José, Ana, Rocío, Lucía, Pablo y Miguel. La familia tuvo que despedir a Rocío demasiado pronto, a los doce años, por un cáncer. Un fallecimiento que marcó la biografía del padre, que se aferró a su mujer, al resto de sus hijos y a su inquebrantable fe para seguir adelante. Esa relación con la religión le llevó a ser pregonero de la Semana Santa gijonesa en 2014, un oportunidad que le sirvió para compartir sus creencias. Aquel día se subió al altar de San Pedro con traje, chaleco y, por supuesto, pajarita. Y defendió la cultura como vehículo para acercarse a Dios. Pudo citar sin leer varios versículos y explicar de memoria el símbolo de cada procesión. Para el gijonés, la fe va más allá de un sentimiento.

La familia se mudó de Las Mestas a La Guía hace ahora 30 años, cuando nació el benjamín, y reforzó un sentimiento de pertenencia al barrio que ya venía de antes –siempre le gustó la zona– y que Tuñón defiende hoy a capa y espada. Vecino activo y preocupado por la idea de la vida en comunidad, se volcó con un proyecto que tardó años en sacar adelante: recuperar la capilla de la patrona del barrio, destruida durante la Guerra Civil. La Virgen de La Guía regresó oficialmente a su "casa" en 2015, tras tres años de obras y varias décadas de exilio en la iglesia parroquial de San Julián de Somió. Tuñón, sobra decirlo, es gran devoto de la advocación.

Presidente vecinal desde 2009, ha ido peleando en todo lo que se le ha ocurrido: mejorar el atractivo de las fiestas del barrio para atraer a vecinos de otras localidades, controlar los cruces peligrosos de un entorno que hace unos años era víctima frecuente de atropellos y mejorar el aspecto general del barrio, porque a veces tiene la sensación de que sus calles se arreglan únicamente para ser un buen escaparate en fechas próximas al concurso hípico de verano. Siempre hay algo que se puede pedir para La Guía. Una marquesina, más semáforos, un paso de cebra.

Junto a la Universidad y La Guía, la tercera pata de la vida del profesor es el Sporting. Formó parte de la última directiva rojiblanca antes de la conversión de la entidad en sociedad anónima deportiva, proceso que siempre rechazó. Fue aquella una directiva que estuvo presidida por Plácido Rodríguez y en la que Tuñón, como en el resto de sus facetas vitales, se involucró al máximo. Quizás su mayor logro fue gestionar la llegada al equipo rojiblanco de Bert Jacobs como entrenador en 1992. De aquella, el catedrático estaba en pleno apogeo universitario y entre sus alumnos se extendió el rumor de que se las apañó para gestionar a la vez la venida del holandés a Gijón con su participación en un importante congreso de química. Hicieron muy buenas migas y de aquella convulsa etapa queda un buen recuerdo. El técnico le regaló a Tuñón unos tulipanes. Él comenzó a cultivarlos y así surgió su pasión por la floricultura, a la que aún se dedica en sus ratos libres. Que, pese a la jubilación, son pocos.

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