Abrigos, guantes y fervor en Cimadevilla por la misa del Cristo Redentor

Un centenar de feligreses viven con emoción la celebración religiosa, "uno de los lugares casi secretos de Gijón"

Gabriel Cuesta

El fervor por el Cristo Redentor en Cimadevilla supera cualquier fría mañana de invierno. Lo demostró ayer el centenar de feligreses que vivieron con "pasión" desde el exterior de la capilla de la Soledad la misa cantada que se celebra cada primer viernes de marzo. Ahí, al aire libre, en el cruce de la calle Soledad y Artillería, todos los bancos se llenaron media hora antes del comienzo de la ceremonia. Nadie se olvidó de los guantes, el gorro y la bufanda para combatir la fresca mañana. Como es habitual, el atril se colocó a las puertas de la pequeña capilla, cuyas reducidas dimensiones hace que solo puedan estar su interior los miembros del Coro de Voces de Cimadevilla para poner la nota musical a la eucaristía.

Las mujeres fueron amplia mayoría en esta tradicional misa cuyo origen se remonta a 1921, según los apuntes del recientemente nombrado cronista de la villa, Luismi Piñera. Tras su celebración, las puertas de la capilla permanecieron abiertas hasta las nueve de la noche para que los feligreses venerasen y pidiesen protección a la imagen del Cristo Redentor. El jubilado Joaquín Uría nunca falla a la cita. Es un mítico de Cimadevilla. Allí vive desde los ocho años y se dedicó, como tantos otros en el barrio, a acarretar pescado y venderlo en la rula. "Siempre acudo a adorar al Cristo Redentor. Y durante el año a la imagen de la Soledad –es la virgen de los marineros– para pedir que parase de llover", confiesa.

Tampoco falla ningún año Marisol García. La devoción por el Cristo Redentor le hace venir desde Oviedo todos los años. "Es un día especial", se justifica. Como también lo es para Luis Domingo, miembro de la Hermandad de la Vera Cruz que dice vivir este día "con pasión", y para Esperanza García. Esta gijonesa acude cada año desde hace siete, cuando volvió a su villa natal desde Barcelona. "No hace frío porque él nos da calor", afirma animada, con un rosario de madera en una mano y el paraguas en la otra. Eso sí, esta feligresa lamenta "el paso constante de vehículos" que impiden "escuchar bien la homilía".

La eucaristía estuvo oficiada de nuevo por el párroco de San Pedro, Javier Gómez Cuesta, como en los últimos 23 años. "Marca el inicio de la Semana Santa y es uno de los lugares casi secretos de Gijón. Aquí no viene el rey, como en el Cristo de Medinaceli, pero pasa casi todo Gijón", bromeó. El sacerdote pidió en su sermón "abrir el corazón al Cristo" a pesar de que "la vida a veces se enreda y nos trae sufrimiento". "Hoy, este lugar es el corazón de Gijón. Pedid para que la devoción por el Cristo Redentor siga y se transmita de familia en familia", invitó.

La emotiva nota musical sale de las cuerdas vocales de los componentes Coro de Voces de Cimadevilla. Están presentes desde hace dos décadas. Una quincena de integrantes, acompañados de un teclado simulando un órgano, interpretaron clásicos como la "Salve marinera", que cerró la ceremonia entre aplausos de todos los asistentes. Muchos de ellos se la sabían de carrerilla. El presidente del coro, Monchu Suárez, destaca una "tradición muy especial para alguien del barrio", como también lo son la Soledad, los Remedios, el Carmen... "Y el año que viene cumplimos nuestro veinticinco aniversario", presume. Ayer volvió a ejercer de directora Montse Serrano. Explica que el coro se reúne dos veces a la semana para realizar ensayos de hora y media y así pulir hasta el más mínimo detalle. "Intentamos que sean canciones sencillas y que resulten familiares a la gente. Tenemos que adaptar los ensayos a los nuevos integrantes y los más veteranos", destaca.

Precisamente, las últimas notas de la "Salve marinera" apelotonaron a buena parte de los asistentes en la puerta de la capilla, esperando impacientes a poder entrar en su interior para venerar al Cristo una vez acabada la misa. En este caso, la talla es una réplica de la del Cristo de Medinaceli de Madrid, obra actual del escultor gallego Manuel Cagide que tuvo un importante taller en Santiago de Compostela.

Destruida la anterior imagen, la actual fue adquirida por la parroquia en 1942. Reproduce la escena en la que Jesucristo es presentado al pueblo que pide su crucifixión, un episodio bíblico que, junto al de Moisés y la serpiente de bronce, precisamente fue una de las lecturas realizadas durante la eucaristía. Ayer quedó demostrado que esa imagen sigue adorándose con intensidad en Cimadevilla.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents