Con estanterías en todas las habitaciones y con archivos guardados hasta en los armarios de la ropa, Luis Miguel Piñera, cronista oficial de Gijón y colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, puede presumir de tener una de las bibliotecas más interesantes de la ciudad. Lector voraz desde su tierna infancia y heredero de una familia que nunca ha sido muy dada a tirar nada, el gijonés, profesor retirado, acumula unos 5.000 libros en su más bien pequeño piso del barrio de Laviada. De ellos, la mitad tienen que ver con Gijón o con Asturias, con colecciones que van desde publicaciones del propio Ayuntamiento hasta pequeñas viejas reliquias, como un reglamento de la policía urbana de la ciudad editado en 1888 que el cronista supone que encontró en un rastro. La otra mitad de sus estanterías, sin embargo, revelan la otra gran fascinación del investigador: la literatura. Una ambiciosa colección de libros de Lovecraft (más de 300, y varios de ellos editados en idiomas que Piñera no habla), y otra casi igual de numerosa del gallego Álvaro Cunqueiro copan un muestrario cultural que se completa con todo tipo de ensayos sobre etnografía, antropología y tradiciones populares. Y muchos libros con Conan el Bárbaro como protagonista, que fue una de sus lecturas de infancia. "Siempre entendí que para escribir, primero, tienes que leer mucho", defiende el cronista, que pese a su colección es un habitual frecuentador de bibliotecas.
Lo de que su familia no tiraba nada no es un decir. Piñera guarda alrededor de una media docena de libros, un poco deteriorados y con aspecto de ser antiquísimos, editados en francés hace unos dos siglos. Piñera apenas entiende el francés y sus padres no lo entendían en absoluto. Varios de estos ejemplares son ensayos médicos, uno es un tercer volumen de una edición de textos de Edward Young y otro es un enorme diccionario económico. Este extraño rincón comparte balda con varias guías de Gijón y con otros varios ejemplares de "Memoria de El Humedal y Laviada", uno de los libros del cronista. Es imposible explicar el criterio. "Pero yo sé donde está todo", aclara.
"Dentro del caos, lo tengo bastante controlado; si me cambian un libro lo voy a notar", bromea
Sí hay, no obstante, ciertas normas en la biblioteca de Piñera. La gran estantería del salón, al fondo, luce bastante bien ordenada toda la obra del propio cronista, uno de cada. Se reserva un rincón menos lucido de la balda baja para guardar ejemplares repetidos, que suele regalar. En toda esta estantería principal del salón la presencia de libros con temática gijonesa es acaparadora. Obras sobre el Puerto, sobre el Club de Regatas, manuales turísticos, ediciones municipales. "Sobre se Gijón se ha editado muchísimo y tampoco lo tengo todo", reconoce. Hay libros de Xuan Cándano y de Pablo Batalla, y también casi toda la obra de Ángel de la Calle y varias novelas de Miguel Barrero. Una de ellas, "La tinta del calamar", sobrevive como puede sujetando una veintena de recortes de periódico entre la cubierta y la primera página. Son páginas de periódico sobre el libro y sobre Rambal, tema central de la obra, y es la manera que tiene Piñera de "archivar" informaciones relacionadas con libros.
En un despacho anexo, otra estantería alargada tiene a Gijón o Asturias como protagonista, aquí con una presencia mayoritaria de archivadores, carpetas antiguas y muchos libros fotocopiados. Aquí hay obras de los cuatro cronistas anteriores –Julio Somoza, Fabriciano González, Joaquín Alonso Bonet y Patricio Adúriz– y de autores como Ramón Alvargonzález, Manuel Sendín García, Agustín Guzmán Sancho, Janel Cuesta y Héctor Blanco. Es en esta estancia donde parte de los archivos duermen en los armarios, por falta de sitio, compartiendo espacio con los abrigos. "Dentro del caos, lo tengo todo bastante controlado. Si alguien viene a casa y me mueve un libro yo lo voy a notar", asegura Piñera.
El criterio es más claro en la cocina, con una pequeña estantería con unos 150 libros de recetas o sobre gastronomía. Y en el pasillo que comunica el salón con el resto de estancias, una estantería alargada sirve como una especie de altar para el resto de filias del investigador, que define como "Dios" a los autores que le gustan. Buena parte de estas baldas las ocupa Jovellanos, con sus diarios, viajes y correspondencia editados en enormes volúmenes. "Jovellanos es Dios. Yo creí que no me llamaría la atención, pero es alucinante en cuanto lo empiezas a leer", asegura el cronista. Junto al prócer, dos de las grandes obsesiones del Piñera más lector: Lovecraft, con unos 300 libros, y Álvaro Cunqueiro, con unos 200. Sobre el escritor de terror estadounidense –que "es Dios", según Piñera–, no salen las cuentas: escribió unos 60 cuentos y una novela. Pero el cronista tiene distintas ediciones –algunas en idiomas que no entiende–, juegos de rol, estudios, tesis, fancines, cómics... Trató de coleccionarlo casi todo, pero el mercado empieza a superar la capacidad adquisitiva del gijonés.
Lo de Cunqueiro es, casi, una historia de amor. "Es Dios", dice. Lleva leyéndole varias décadas y reprocha que el realismo mágico latinoamericano –que también le obsesiona– tenga una entidad tan propia y más representativa que el mismo género que impulsaron los gallegos. Le gusta mucho, claro, Juan Rulfo y Gabriel García Márquez. Y tiene libros de Lezama Lima, de Bioy Casares, de Alejo Carpenter. También muchos de Juan Perucho, otro de sus autores de referencia y, para Piñera, una especie de Cunqueiro pero en catalán. Esta estantería alargada del pasillo tiene una fila entera dedicada a Galicia y otra a Zamora. Y, en un dormitorio, hay unos doscientos poemarios. Esto último y lo de Zamora fueron las grandes aportaciones de su esposa, Elena de Uña, fallecida en 2019, que fue otra gran lectora. "Empecé a escribir con más de 40 años, y es verdad que después no paré, pero no lo habría hecho si no hubiese sido un lector voraz. No entiendo a la gente que escribe sin haber leído", razona el cronista.