Un viaje al corazón y a las cimas de Marruecos: "Nos cambió más a nosotras"
Una expedición de La Muyerada hace seis cumbres en el Atlas y lleva material escolar y comida a zonas afectadas por el terremoto de 2023

Por la izquierda, Mohamed Ait Taleb, Gloria Rodríguez, Omar Id Yoos, Irene Mena, Tamara Corral, Carmela García, Mar Méndez, Charlotte Malmgren, Emma Posada, Noe Ordieres y Eva González, en la cima del Ras. / LNE
Desde los más de 4.100 metros del Tubqal, el pico más alto del norte de África, caben en las pupilas buena parte de la descomunal cordillera del Atlas, la más grande de Marruecos, y un desierto que parece infinito. En esta cumbre del mundo, donde además de oxígeno se respira sobre todo paz, ondearon en mayo las banderas de Gijón, Asturias y Palestina. También la del club de montaña La Muyerada, una entidad deportiva femenina gijonesa que emprendió un viaje al otro lado del estrecho de Gibraltar con dos objetivos. Uno, deportivo: lograr hacer cumbre en cinco picos de más de 4.000 metros y en otro más que lo ronda, y otro benéfico: ayudar con material escolar en una aldea del valle de Imlin, una de las zonas que fue sacudida por el terremoto que se cobró la vida de casi 3.000 personas el año pasado. "El ejercicio más importante no fue lo que cambiamos allí, sino lo que cambiamos en nosotras", cuenta Noelia Ordieres, concejala de Izquierda Unida y la promotora de este viaje.

La comida en una aldea del valle de Imlin. / LNE
Un viaje que arrancó el doce de mayo, cuando salieron de Asturias rumbo a Bilbao para tomar el avión a Marrakech. Partieron nueve mujeres, muchas de Gijón, pero otras también de Oviedo y de Luanco y de Nava. Fueron, además de Ordieres, Charlotte Malmgren, Mar Méndez, Irene Mena, Tamara Corral, Eva González, Glory Rodríguez, Emma Posada y Carmen García. "Fue una gran experiencia. Era la primera vez que viajaba a Marruecos y también la primera que hacía trekking fuera de Asturias", explica Posada. La intención de estas mujeres no era solo hacer turismo. Sabían a dónde iban. Eran conscientes de las realidades paralelas enfrentadas entre esos 14 kilómetros del Estrecho. Apenas la distancia que hay de San Lorenzo a la playa de la Ñora. "Sabíamos a dónde íbamos y queríamos dejar el menor impacto negativo posible. Poder contribuir de alguna forma", relata Ordieres.
Para este fin jugó un papel importante uno de los guías de la expedición, Mohamed Ait Taleb. Él les detalló cómo estaba el valle de Imlin, donde el 60 por ciento de las construcciones se habían venido abajo por el seísmo. Y cuando se dice el 60 por ciento se habla de las viviendas de ladrillo. Las de adobe se vinieron abajo a la mínima de cambio como un castillo de naipes. El terremoto no hizo distingos tampoco entre casas y equipamientos públicos, así que la escuela de la aldea a la que fueron también se vio afectada. Decidieron llevar comida y también todo tipo de material escolar.
Aquí viene uno de los matices importantes del viaje. No llevaron ellas el material y los víveres, sino que recaudaron dinero, cerca de mil euros, para hacer gasto allí. "Hicimos la compra en la zona cero. Quisimos entender que no podemos pasar de puntillas por otras realidades peores que las nuestras. Que esas ayudas sirvieran para algo y que no solo fueran para lavar nuestras conciencias", añadió Ordieres. Aparte de material escolar llevaron, por cierto, balones de fútbol que alegraron, y mucho, a los pequeños de ese lugar.

Las mujeres que participaron en el viaje dejan el material escolar. / LNE
La parte deportiva del viaje fue también impresionante. Subieron seis picos: el Ras, el Ouanoukrim, el Tiemzguida, el Toubkal Oeste, el Toubkal, el Imouzar y el Tibhrine. Hicieron todas las cumbres en dos días, yendo y viniendo al refugio en el que dormían. Recorrieron 65 kilómetros en total y acumularon un desnivel de 5.000 metros. En algunas, como en el Ras o en el Tiemzguida, tuvieron hasta que trepar. "Lo que más me gustó fue, sin duda, esta parte y también el buen rollo que teníamos entre todas nosotras", recuerda Mar Méndez, otra de las integrantes de la expedición. No todo fue tajo. Tuvieron también lugar para la fiesta. En el refugio, con los guías, llegaron hasta a componer su propia danza prima y a tirar de pandereta con las bandejas de la comida para mezclar música asturiana y beréber. "Fue un bonito momento de intercambio", añadió Ordieres.
El viaje dio para todo eso y para más. Para llevarse momentos imborrables, como lo que sintieron allí arribita, como canta Rodrigo Cuevas, en esas cimas de Marruecos. O lo que anidó en sus corazones viviendo esa otra realidad que no queda tan lejos, apenas a 14 kilómetros. Quizás les dio para comprobar que vivimos en un mundo en el que después de un terremoto la gente todavía malvive, en el que los niños lo tienen crudo para ir al colegio y a convivir con un calor que recuerda que los glaciales mueren. Pero también que no está todo perdido, que merece la pena seguir andando para hacer nuevos caminos y que lo importante no son las cumbres, sino lo que nos lleva a ellas.
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