El agosto verbenero de 1924
Las fiestas y los bailes se sucedieron en Gijón el verano de hace un siglo, en el que se celebró la primera Feria de Muestras de la historia

Terraza alta del pabellón del Club de Regatas con la construcción efímera montada para las verbenas veraniegas de hace un siglo. / Muséu del Pueblu d’Asturies
Desde la década de 1870, con escasas interrupciones, cada año hay una parte de Gijón que se construye para destruirse casi de inmediato. Festejos, visitas oficiales, ferias... un importante número de eventos dependieron y dependen de arquitecturas efímeras para llevarse a término.
Esta peculiar tradición se inició con la parafernalia preparada para las estancias estivales de María Cristina de Borbón (1852) y de su hija Isabel II (1858), siendo las obras más destacadas sendas casetas de baño levantadas en el arenal de Pando. Tras ellas, hace algo más de 125 años las construcciones temporales pasaron de ser una excepción a una necesidad recurrente, en numerosas ocasiones durante los veranos, perdurando hasta el presente; si bien ahora predominan las estructuras desmontables y reutilizables.
Durante el estío de 1924 ese Gijón evanescente tuvo un episodio reseñable. La primera Feria de Muestras, montada sobre el paseo y jardines de Begoña, supuso levantar un recinto que albergó 225 stands y que solo estuvo en pie 15 días. Alfonso de Borbón y Battenberg, entonces príncipe de Asturias, vino a Gijón para clausurar la Feria y su estancia incluyó la asistencia a un partido en El Molinón. La visita hizo necesario añadir al campo de fútbol gradas, tribunas y un arco de triunfo como entrada principal, todo ello desmantelado tras el encuentro entre el Real Sporting y el Stadium de Avilés, equipo que resultó ganador.
Otro epicentro de actividad durante aquel verano fue el pabellón del Real Club Astur de Regatas, emplazado en Santa Catalina. La entidad, con una nueva dirección elegida poco antes y capitaneada por José Antonio García Sol, organizó en su sede de Cimavilla una intensa programación estival atendiendo a lo que iba a ser un verano excepcional para la alta sociedad local, en gran parte, por efecto de la Feria de Muestras.
Entre las novedades estuvo incluir un servicio de restaurante a cargo de Alfredo Fernández que recibió múltiples elogios, la celebración de banquetes, homenajes y bailes, así como la organización de verbenas que constituyeron un rotundo éxito.
Para enmarcar a estas últimas se creó un espacio efímero en la llamada terraza alta, colindante con el pabellón del Club. La explanada se cerró en su parte abierta al mar con una estructura que incluía al fondo un recinto para los músicos y que tenía una función esencial: servir de soporte a un alumbrado eléctrico ornamental con decenas de bombillas de colores instalado por la Compañía Popular de Gas y Electricidad. El objetivo era, como quedó descrito en la prensa local, que aquel privilegiado emplazamiento sobre el mar pareciese "un cuento de las mil y una noches". Y se consiguió, convirtiendo a la sede estival del Club en un espectáculo nocturno visible desde toda la playa.
La inversión debió de ser costosa pero fue bien amortizada debido a la numerosa sucesión de verbenas organizadas entre el viernes 1 de agosto y el domingo 7 de septiembre. A aquellas llamadas "verbenas aristocráticas", asistieron el dictador Miguel Primo de Rivera y el príncipe de Asturias.
El primero lo hizo a inicios de agosto durante un periplo por el norte de España. Resulta oportuno precisar que aunque con motivo del centenario de la primera Feria de Muestras se haya publicado días atrás que Primo de Rivera vino a Gijón a su inauguración, este hecho nunca tuvo lugar. El presidente del directorio militar que gobernaba entonces el país llegó a Gijón el 2 de agosto, dejando la villa poco después tras disfrutar de la hospitalidad del Club. La Feria se inauguró el día 15.
Como ya se indicó unas líneas atrás, Alfonso de Borbón sí acudió a Gijón a la clausura de la Feria y también disfrutó en Cimavilla de otra verbena enmarcada por el decorado luminoso multicolor en cuestión.
Aquel "ensueño fantástico surgido del mar" –las crónicas periodísticas laudatorias se repitieron– enmarcó otras verbenas, unas patrióticas, otras benéficas, otras muchas sin más función que ser sesiones de baile y de diversión nocturnas.
Aquel agosto de 1924 fue especialmente verbenero. Ocupado el territorio habitual de los festejos veraniegos de Begoña por la Feria, la actividad festiva popular se trasladó a la avenida de Rufo García Rendueles –en concreto a la explanada entonces existente ante la sede del Ateneo Obrero entre las calles Juan Alonso y Caridad- y a su paseo, instalándose allí también iluminación ornamental y organizándose multitudinarias verbenas, todo ello gestionado por la comisión de festejos del Ayuntamiento. Aunque la noche previa al día de Begoña se suspendió el lanzamiento de los fuegos artificiales por no llegar a tiempo el material pirotécnico enviado por la casa Espinós desde Reus, el éxito de la verbena popular de tan señalada fecha suplió el espectáculo que, finalmente, sí tuvo lugar el 21 de agosto.
Pero el paseo de Begoña tampoco se quedó sin su habitual fiesta al celebrarse el 19 agosto en el recinto ferial otra verbena también acompañada de espectáculo pirotécnico, organizada en homenaje al regimiento Tarragona cuyos soldados saldrían poco después camino del matadero del Rif.
La Feria de Muestras se desmanteló a comienzos de septiembre y, poco después, le llegó su turno al decorado de la terraza del Club de Regatas; si bien queda la duda de si este fue recuperado en algún verano posterior.
Para quien, más allá de esta reseña, tenga interés en la historia de la arquitectura efímera gijonesa, tiene disponible en la web del Ayuntamiento de Gijón la publicación "Pompa y circunstancia. Construcciones efímeras en las colecciones fotográficas del Muséu del Pueblu d’Asturies" editada en 2020. En la fototeca de esta institución están, entre muchas otras, las imágenes de esa primera feria de muestras y también la de aquel decorado montado sobre el acantilado de Santa Catalina en el que una centuria atrás se acomodaron la música, el baile, las luces multicolores y el infatigable arrullo del Cantábrico.
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