Piñole enlutado: combinar el Gijón del pasado con un mejor futuro de sus edificios históricos

El nuevo "Gijón negro" debería combinar el recuerdo del pasado con un mejor futuro para la imagen de la ciudad

El edificio en 1969, cuando residía en él Nicanor Piñole.

El edificio en 1969, cuando residía en él Nicanor Piñole. / G. del Campo / Muséu del Pueblu d’Asturies

Héctor Blanco

Héctor Blanco

Quienes tengan menos de treinta años apenas conocieron lo que se podría definir como el "Gijón negro". Esta referencia no tiene nada que ver con la literatura ni los sucesos y sí con el aspecto que tuvieron gran parte de los edificios históricos de la ciudad hasta la segunda mitad de la década de 1980. Un Gijón de fachadas ennegrecidas por años de hollín y polución provenientes de fábricas, de cocinas de carbón y, desde la década de 1960, de un tráfico creciente.

Como testimonio sirven hoy los laterales de la basílica del Sagrado Corazón y la antigua residencia de los Jesuitas anexa que acumulan la suciedad de más de un siglo. Bajo esa costra negra hay una hermosa caliza "Griotte" rosada casi imposible de percibir. Lo mismo ocurría cuarenta años atrás con todo el centro urbano, sólo hace falta ver "Volver a empezar" para apreciar como toda edificación antigua contaba con un tenebroso rebozo que enmascaraba los colores originales de canterías y paramentos.

El desarrollo del Plan de Ordenación de 1986 introdujo una relación de edificios históricos de conservación obligada, lo que llevó a abordar desde la segunda mitad de esa década el tratamiento de los edificios indultados. Una de las primeras sorpresas fue la intervención en 1987 de las fachadas de la primera manzana de edificios de la calle de Ezcurdia, el popular "martillo de Capua", auspiciada por la administración del Principado. Chorreos de agua y áridos hicieron visibles los cálidos tonos de la sillería arenisca y renovados enfoscados y pintura recuperaron los colores burdeos y ocres del pasado. Vendrían después el Palacio de Revillagigedo, la Plaza Mayor y el Ayuntamiento, la sede del antiguo Banco de Gijón, la actual Biblioteca Jovellanos… cada renovación traía aparejada una mutación sorprendente, más aún en los casos en los que se completaba con iluminación nocturna.

Arriba, una de las primeras vistas del edificio en la publicidad de la fábrica «La Simpar». Sobre estas líneas, propuesta para la reconstrucción del edificio. A la izquierda, estado actual de una batería de miradores completa y del rótulo de «El Jazmín». |

Una de las primeras vistas del edificio en la publicidad de la fábrica «La Simpar». / Hemeroteca Municipal

A partir de ahí el proceso fue englobando innumerables fachadas realizadas desde mediados del siglo XIX hasta la década de 1930. En algunos casos el afán colorista fue excesivo, dejando edificios racionalistas con acabados naranjas, verdes y amarillos chillones que no habían tenido nunca, la euforia por el color llegó hasta ese extremo. Y así aquel "Gijón negro" prácticamente desapareció en este siglo.

Hace aproximadamente un quindenio comenzó un fenómeno inverso. Poco a poco, en fachadas nuevas y en recrecidos de edificios antiguos, comenzaron a introducirse paramentos de color negro. Primero fue algo anecdótico hasta que, dentro del plan de renovación de las fachadas del Muro promovida por el Ayuntamiento y en la segunda manzana de la calle de Ezcurdia, se revistió uno de los inmuebles con mayor volumetría con franjas y medianeras negras con un resultado estético cuestionable.

En estos últimos años se han levantado bloques con envolventes negras –el edificio de la confluencia de la calle Ezcurdia con la avenida de Castilla puede ser el más significativo– y hasta se llegó a plantear el uso de ese color en el revestimiento del antiguo hotel Robledo, un bloque de 40 metros de altura frente a la plaza de Nicanor Piñole en un entorno sobreedificado y oscuro. Con las obras actualmente paradas, no queda claro si en un futuro llegaremos a ver materializada tal solución que supondrá una importante perturbación en la luminosidad de la zona.

El edificio en 1969, cuando residía en él Nicanor Piñole. | G. del Campo / Muséu del Pueblu d’Asturies |  HEMEROTECA MUNICIPAL/ FERCAVIA

Propuesta para la reconstrucción del edificio. / Fercavia

A poca distancia de este último edificio se ubica el que albergó el domicilio de Piñole durante casi toda su vida.

Esta construcción, hoy en un estado de deterioro alarmante, fue encargado por el indiano Manuel Prendes –tío del pintor– al arquitecto Rodolfo Ibáñez en 1889, fecha en la que el casco urbano de Gijón terminaba allí. El edificio tuvo la peculiaridad de ser una de las mayores promociones inmobiliarias de su época, ocupando una manzana entera delimitada por las calles Covadonga, Pelayo, Anselmo Cifuentes y la plaza de Europa; conteniendo más de una treintena de viviendas agrupadas en siete portales y más de una docena de locales comerciales. En estos últimos se asentaron innumerables negocios hasta las postrimerías del pasado siglo, desde la fábrica de mantequilla "La Simpar" instalada al poco tiempo de acabar las obras hasta la mercería "El Jazmín", uno de los últimos negocios en cerrar y que incluso hizo que el nombre de "el edificio de El Jazmín" se haya popularizado para identificar al inmueble.

También hay quien aún lo conoce por "la casa de Piñole" ya que en el número 11 de la plaza de Europa vivió y pintó este artista hasta su fallecimiento, ya centenario, en 1978.

A pesar de su lamentable estado el edificio aún mantiene en sus fachadas elementos singulares. Uno de ellos es una de sus baterías de miradores realizada en hierro forjado, precisamente la ubicada sobre la entrada de "El Jazmín", hecha hace más de 130 años y que es hoy una de las más antiguas que se conservan en la ciudad. También constituye ya un icono el antiguo rótulo luminoso de la citada mercería, así como el menos conocido rótulo de la calle Pelayo –fracturado pero completo– realizado por la fábrica de loza La Asturiana y que es una auténtica pieza de museo.

Como es bien conocido esta manzana está actualmente camino de la ruina debido a un progresivo asentamiento diferencial de su cimentación –casi con seguridad ejecutada sobe pilotes de madera– debido a las variaciones freáticas del terreno en esa zona, a lo que se suma una total falta de mantenimiento durante las últimas cuatro décadas. También es conocido que la intervención propuesta para el edificio plantea su demolición, realizando una réplica de las fachadas del inmueble sobre las que se añadiría un recrecido de dos plantas más bajocubierta.

Lo inquietante de la solución para el nuevo edificio que se ha difundido es que esas plantas añadidas cuentan con un revestimiento negro, al igual que todas las carpinterías, mientras que las plantas inferiores tendrían un acabado en dos tonos de gris.

El impacto visual que transmiten las infografías publicadas es descorazonador y muestra nula comprensión del efecto que esa intervención produce sobre la imagen histórica de la zona.

Enlutar la que fue casa de Nicanor Piñole y su familia es enlutar su recuerdo, afectando además a uno de los espacios más emblemáticos de la ciudad. Este nuevo "Gijón negro" debería repensarse buscando una solución de mayor solvencia capaz de aunar el recuerdo del pasado con un mejor futuro para la imagen de la ciudad. Gijón no se merece esto.

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