La figura de la semana

Javier Arjona, un activista social de los pies a la boina

Minero jubilado y habitual de los centros culturales de Gijón, fue profesor de Agronomía en Nicaragua y es un referente del internacionalismo solidario

Javier Arjona, un activista social de los pies a la boina

Javier Arjona, un activista social de los pies a la boina / Mortiner

Confesaba hace unos días Javier Arjona Muñoz sentirse "abrumado" por suceder en la lista de vencedores del premio "Juan Ángel Rubio Ballesteros", que concede la Sociedad Cultural Gijonesa, a la histórica socialista "Maricuela". Arjona, integrante de la directiva de la asociación con sede en Gijón Soldepaz Pachakuti y exponente de un internacionalismo solidario del que ha hecho gala durante décadas, se desvive por toda causa que considera justa, ya sea por los derechos laborales en su entorno más cercano o por un conflicto que le queda a miles de kilómetros. Prefiere los caminos a las fronteras, como dice Joan Manuel Serrat en una de sus letras.

Nacido un 11 de marzo de 1956 en Jaraíz de la Vera, un municipio de Cáceres, y de familia campesina, Javier Arjona realizó el servicio militar en León, donde conoció a unos mineros que le contaron que en Asturias había trabajo. Y para allá que se fue tras estudiar Agronomía. Recaló en el Pozo Sotón, en San Martín del Rey Aurelio, en el que desempeñó la totalidad de su periplo laboral hasta su jubilación. Una etapa que despertó en él las ganas de arrimar el hombro en pro de la justicia. No se arrugó para ir a Nicaragua, en pleno momento de Revolución Sandinista, donde pasó tres años como profesor en un instituto.

En la mina del Pozo Sotón "mamó" el movimiento obrero y la militancia. De San Martín del Rey Aurelio era el sacerdote y poeta Gaspar García Laviana, que fue guerrillero en Nicaragua. Fue una suerte de inspiración para Javier Arjona, de quien resulta una quimera acotar su ámbito de implicación. Es uno de los fundadores de la Plataforma de Solidaridad con Chiapas y ve a América Latina como su "segunda casa". Ha pisado Colombia, Brasil, Paraguay, Venezuela... tanto para conocer el territorio como a sus gentes. La primera casa de Arjona, actualmente, es Pola de Siero. Su mujer, Ana García Calleja, le acompaña en su incontenible activismo. Se casaron en 1998, en Sotrondio, y comparten el deseo de lograr un mundo mejor en el que impere la justicia social. Arjona tiene una hija, Alhama, y dos hermanas, Pilar y María Jesús. Sus padres, Martiria y Víctor, ya fallecieron.

Javier Arjona Muñoz es miembro del Comité de Solidaridad con América Latina y de la Plataforma Solidaria Asturies con Palestina, entre otras organizaciones. Ha sufrido episodios desagradables, como unas amenazas vertidas hacia él y Ana hace meses por un grupo sionista. Pero ni esas circunstancias merman la lucha de Arjona, un habitual en las manifestaciones que tienen lugar en la región. Si no está presente, algo raro pasa. Sensibilizado también con el Frente Polisario del Sáhara, el genocidio palestino en Gaza le quita más de una vez el sueño. Es lo que caracteriza a Javier Arjona, que sufre en sus carnes los conflictos por muy lejos que sean.

Al "Juan Ángel Rubio Ballesteros" 2024 le encanta la huerta, no en vano el matrimonio tiene un pequeño espacio en la vivienda para cultivar y plantar. Gijón le tira por mucho que no viva en la ciudad. Un paseo por la zona de la playa de San Lorenzo es uno los planes favoritos del cacereño, para el que las Madres de la Plaza de Mayo de Argentino son unas de sus referentes. Con Javier Orozco, un refugiado colombiano residente en Asturias, mantiene una estrecha relación. Las visitas al país "cafetero" le marcaron.

El galardonado por la Sociedad Cultural Gijonesa también ha plasmado su visión y vivencias por escrito, como con artículos en revistas o el libro "Rebeldes sin tierra", sobre el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra de Brasil, obra que firma asimismo Carlos Aznárez. Aficionado a la cultura, no es extraño verle en centros culturales de Gijón disfrutando de charlas y exposiciones. Persona muy unitaria, defiende firmemente sus convicciones. El premio le pilló por sorpresa. A su juicio, Miguel San Miguel, de la Charanga Ventolín, era un gran candidato para tomar el testigo de "Maricuela".

Javier Arjona, que no le tiene apego a lo económico, actúa de enlace con multitud de organizaciones. Es la bisagra entre las numerosas causas que coinciden en distintas partes del mundo. Aunque algunas parezcan perdidas, para Arjona todas merecen la pena. Por ello se esmera en elaborar pancartas reivindicativas a mano para exhibir en las concentraciones. O en ofrecer conferencias y viajar a cualquier país para verificar que se respetan los derechos humanos. Es un embajador de la cooperación internacional, siempre luciendo su representativa barba blanca que recuerda a revolucionarios de otra época y una boina de la que no se despega.

De carácter tranquilo, no es muy hablador pero sí risueño. Y, sobre todo, muy trabajador e inquieto. No puede parar de hacer cosas. Tampoco es de bares y la sidra, ahora que está en boca de todos, no le llama. La familia tiene un perro, dos gatas y varias gallinas, una vía para relajarse y desconectar de un día a día frenético en el que Javier Arjona se empeña, consideran sus allegados, en estar "en el lado correcto de la historia", en la brecha para remar por la solidaridad y la justicia. Especialmente concienciado sobre la situación de los pueblos indígenas, rehúye del primer plano mediático y le quita tiempo a su vida familiar y social para volcarse en la lucha. Arjona, símbolo de la sociedad democrática para la Cultural Gijonesa, posee la loable capacidad de empatizar. De empatizar y de actuar para velar por un activismo social que, para Javier Arjona, no entiende de fronteras.

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