La tumba sin nombre del gijonés arrojado en Somiedo que velaron los vecinos durante diez años: "Llegué a pensar que fue un rito satánico"
"Se sabía que de aquí no eran", coinciden los vecinos de Somiedo, impactados con la resolución del caso

Pablo Palomo

Con un manto de niebla gris escondiendo a los ojos el valle de Saliencia y cubriéndose con un gran paraguas negro de unas gotas de lluvia tan frías que se clavan en la piel como pequeños cristales, Juan Saturnino Fernández, el antiguo cura del pequeño pueblo somedado de Arbellales, recordaría ayer el 23 de marzo de 2015, cuando ofició uno de sus funerales más solitarios. Apenas un puñado de operarios municipales, los empleados de la funeraria y otro vecino del pueblo le acompañaron para inhumar los restos mortales de un hombre sin nombre. De un número, el 1.360/2015, la cifra que figura en el acta del entierro de "El hombre delgado". Ahora, el cura, Somiedo y toda Asturias saben una década después que en esa tumba desde la que se escucha correr el río Saliencia descansa Luis María J. C., tal y como desveló ayer LA NUEVA ESPAÑA.
"Me parece que vivimos en un mundo que no tiene sentido", reflexiona el sacerdote jubilado justo cuando se ha desvelado la verdad de uno de los casos sin resolver más importantes de Asturias. Ahora que se sabe que a Luis María J. C. lo dejaron tirado sus dos hermanos, un hombre y una mujer, en el puente de la Inmaculada de 2014, en una cuneta cerca del mirador de Los Rebecos, cerca del kilómetro 50 de la carretera AS-227. Un punto remoto de Asturias, casi en la frontera con León, que ayer, como el día de diciembre en que se deshicieron del cuerpo, estaba cubierto por la nieve. Y también al saber que los dos hermanos, Enrique y Enriqueta J. C., los mismos que le cuidaron en vida, siguieron, supuestamente, cobrando durante todo este tiempo la importante ayuda social que percibían por su pariente, inválido total.

Por la izquierda, Micaela Nicola y Julia Raimúndez, ayer, en Pola de Somiedo.
Juan Saturnino Fernández no esperaba ayer la llegada de LA NUEVA ESPAÑA a Arbellales, un pueblo de apenas 14 vecinos, la mayoría de más de 60 años. El sacerdote recibe la llamada de este periódico y aparece caminando con su paraguas, madreñas y una vara de avellano de sus tiempos como ganadero. Con paso firme, pese a sus 72 años, muestra el camino hacia el cementerio de Arbellales. Al lugar, como muchos enclaves del concejo, se llega primero cuesta arriba y luego cuesta abajo.
El trayecto al pequeño camposanto, de apenas un puñado de metros cuadrados, implica atravesar un prao. La lluvia que caía ayer en buena parte de la región hacía aflorar el barro, mezclado con algún que otro purín de caballo. El sacerdote va marcando el camino. Tiene que abrir dos puertas con verjas metálicas que luego cierra con cuidado tras de sí. Explica que lo hace porque, efectivamente, por la zona hay caballos y no quiere que se escape ninguno. De hecho, uno de estos animales sale a recibir al religioso con curiosidad. Como si al igual que cualquier otro vecino de Arbellales no esperase ayer visita. La tumba de Luis María J. C. está al fondo del cementerio. La cartilla de enterramiento la triangula junto a la pared oeste, a un metro de la pared sur.
¿Cómo "el hombre delgado" acabó enterrado en este lugar? La respuesta también la tiene el religioso. "En este cementerio teníamos un sitio en el que no había nadie enterrado. Lo enterramos aquí para evitar suspicacias por si hubiera habido que levantar la sepultura", cuenta. El cura tiene, como el resto de vecinos, la memoria fresca pese a los diez años que han transcurrido. Casi tan fresca como el invierno somedano, que mostró su crudeza con apenas un grado. "Cuando apareció el cuerpo, la Guardia Civil nos preguntó si conocíamos de algún sospechoso", expresa.
El cuerpo fue localizado el 11 de enero por dos excursionistas de León. Las incógnitas entorno a su identidad hicieron correr las dudas. Juan Saturnino también tuvo sus sospechas y llegó a barajar que pudiera tratarse de algún rito satánico. El cadáver, cabe recordar, pertenecía al de un individuo con muchas deformidades por la discapacidad que marcó toda la vida de Luis María J. C., pesaba poco más de 35 kilos y le faltaba una pierna, devorada por las fieras de la zona. "Mandé que se mirara por los cementerios. Quizás podía haber habido algún tipo de profanación de alguna tumba. De aquella hubo alguna pintada satánica por el concejo. No se encontró nada raro", recuerda. "Lo que está claro es que los hermanos no eran expertos. Si lo tiran en una zona boscosa o en cualquier pista de las brañas de aquí nunca lo habrían encontrado", sentencia. La implicación de Juan Saturnino, hombre de sonrisa amplia y mirada azul, en el caso fue importante. Tanta, que consiguió la cruz para la tumba y se encargó de dejarle flores.

Samuel González, paseando por las calles de Pola de Somiedo.
No solo el cura amaneció ayer impactado por la noticia. Todo el concejo de Somiedo se despertó igual. La sensación en los pueblos cercanos a donde localizaron el cuerpo era de confirmarción. Muy pronto, cuando el caso saltó a los medios, en Somiedo se consideró que nadie de la zona podía estar implicado en algo así. "Se sabía que de aquí no eran. En los primeros días se dijo de todo. Incluso se habló de un ajuste de cuentas", señala Julia Raimundez, una vecina de Pola, junto a su tienda de ultramarinos. "El caso ya había quedado como una leyenda", afirma Samuel González. En Caunedo, otro pueblo próximo a donde se encontró el cadáver, María Elena Ménguez, aguardaba ayer asomada a la puerta de su casa tras haber prendido su chimenea, de la que brotaba fumata blanca. "De la zona no podían ser. Es una falta de humanidad terrible", reflexiona.
A falta de que los análisis de ADN confirmen la confesión de los dos hermanos, la verdad asoma por Somiedo. Ni ritos satánicos, ni ajustes de cuentas. Solo dos humanos con un supuesto móvil económico. La única duda que les queda es por qué este concejo, un lugar en el que, según el entorno de los implicados, no tienen raíces. Queda por saber cómo montaron en el coche con un cadáver desnudo, cubierto con una manta y se dejaron zarandear y comer por las curvas y los túneles de la AS-227. Con "el hombre delgado" a sus espaldas. Con su hermano, Luis María, en sus conciencias.
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