La figura de la semana: Juan Antonio Rodríguez-Pládano, el guía de la cofradía más antigua de Gijón
Afable, trabajador y familiar, ejerció como juez de penas y vicehermano mayor antes de pasar a llevar a cabo las labores de líder

Juan Antonio Rodríguez-Pládano / Mortiner
Un compañero "afable" que siempre está dispuesto a ayudar. Así definen a Juan Antonio Rodríguez-Pládano Rodríguez (Gijón, 1975) aquellas personas que mejor conocen al que desde hace cerca de una década es hermano mayor de la Hermandad de la Santa Vera Cruz, la más antigua de Gijón. Ahora, su cuenta atrás más anhelada ha llegado a su fin un año más, y desde esta mañana vivirá por todo lo alto y disfrutará como nadie la celebración de la fiesta cristiana por la que trabaja a diario: la Semana Santa.
La bendición de los ramos en la capilla de los Remedios y la posterior procesión a San Pedro supondrá el pistoletazo de salida de la Semana Santa. Las cofradías y hermandades penitenciales gijonesas volverán a tomar las calles con unas procesiones que siguen superándose. Ese es el gran reto de Rodríguez-Pládano, entre otras personas entregadas a la causa. Al gijonés le apasiona acudir cada tarde a San José y a los locales de Cimavilla, al término de su jornada laboral, a poner su granito de arena en los preparativos. Es un parte fundamental de su vida, aseguran sus cercanos.
Rodríguez-Pládano ingresó en la Vera Cruz en 2002. Tras demostrar su tenacidad como juez de penas y vicehermano mayor, en 2016 fue elegido hermano mayor de la entidad a la que tanto mima. Llegó con el objetivo de aplicar lo que había aprendido de sus predecesores en el cargo, José Luis Llorens y Mónica Rivera, y de aumentar el número de componentes de la cofradía. Sus allegados dicen de él que nunca para de pensar en cómo ampliar el patrimonio de la cofradía, ni en sus labores sociales.
La Semana Santa, aseguran desde su entorno, es la forma de vida de Rodríguez-Pládano. Su vínculo con lo religioso y lo social estuvo presente desde su feliz infancia y juventud como vecino de Cenero, la parroquia más extensa de Gijón, donde fue catequista y en cuya comisión de fiestas participó con entusiasmo.
Escolar del Pinzales, del Alfonso Camín y del IES Roces, Rodríguez-Pládano se formó más tarde en el Fernández Vallín y comenzó la licenciatura en Derecho por la Universidad de Oviedo. No tardó en ponerse los guantes de trabajo, compaginando sus estudios con sus tareas en la desaparecida factoría asturiana de Coca Cola. Fue a raíz de su cierre, que significó un varapalo para él, cuando pasó a formar parte de una empresa ovetense dedicada a la gestión y administración de bienes inmuebles, en la que continúa actualmente aportando su experiencia y conocimiento. Precisamente, esa capacidad de reinventarse es una de sus señas de identidad.
En cualquiera de esas etapas le ha acompañado siempre su mujer, María Luisa, a quien conoció en las fiestas de 1995 de su querido Santo Cristo de la Abadía. Una amiga que tenían en común le había presentado como "un chico elegante". Y María Luisa no tardó en enamorarse de ese joven tan sonriente con el que el 7 de diciembre de 2003 se casó, donde si no, en Cenero. En ese mismo año se mudaron al centro de Gijón, donde han fundado una bonita familia con su hijo de 19 años, Ismael.
Ellos se sienten orgullosos de ver cómo Rodríguez-Pládano dirige con tino la Hermandad de la Santa Vera Cruz. Eso le ha llevado a ser recientemente elegido miembro de la junta directiva de la Confraternidad de Hermandades y Cofradías de la Vera Cruz, una novedad que le obliga a viajar con frecuencia al sur de España.
En esas escapadas le gusta presumir de las características de la Semana Santa local. Especialmente de su carácter marinero y de actos como el de la procesión de la Soledad, en la que el Barrio Alto apenas se está desperezando cuando ya suenan las horquillas y los bombos de los cofrades. Defiende que eso solo lo hay aquí y nadie lo puede comprar.
Todo está listo para que se desate el fervor hasta el Domingo de Resurrección en unas jornadas que a Rodríguez-Pládano se le pasarán volando. Y bastará con que finalicen las procesiones para que a finales de abril el guía de la Vera Cruz ya tenga entre ceja y ceja aquellos aspectos que entienda que aún se pueden pulir. Lo hará, una vez más, al tiempo que cumple a la perfección con sus obligaciones laborales y familiares. Y también encontrará instantes de desconexión para dar rienda suelta a sus otras pasiones, que son el billar y la investigación de archivos históricos para profundizar en sus orígenes familiares y el mundo cofrade.
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