Gijón se entrega al Cristo de la Misericordia: "Nunca vimos tanta gente"
El Vía Crucis, masivo desde el inicio en la explanada del Campo Valdés, tuvo que aligerar su paso cuando restaban cuatro estaciones por la lluvia: "Tener las calles llenas es una gran noticia"

Nico Martínez
Con la solemnidad y la elegancia que tanto la caracterizan, la procesión del Jueves Santo elevó aún más el fervor por la Semana Santa. El Vía Crucis fue masivo y el único inconveniente surgió al caer una tromba de agua cuando los cofrades afrontaban la recta final.
La expectación era notoria incluso antes de arrancar en San Pedro. Todo estaba listo. Comenzaba a oler a incienso cuando centenares de fieles intentaban hacerse con un hueco en el Campo Valdés para apreciar al Santo Cristo de la Misericordia y de los Mártires, que aguardaba en el pórtico de la iglesia ya adornado con claveles rojos sobre un fondo de helechos y aralias.
A su alrededor, además de los penitentes, ya le respaldaban los integrantes del batallón "Toledo" de la Escuadra de Gastadores del Regimiento Príncipe número 3, con acuartelamiento en Cabo Noval. Tampoco ellos quisieron faltar a esta multitudinaria cita de la Pascua gijonesa. "Venimos para mantener la tradición. Hay un gran ambiente, se nota que hay un montón de gente en Gijón", afirmó el Teniente Coronel García de Bejar.

La procesión del Cristo de la Misericordia en Gijón (en imágenes) / Marcos León
Poco después de que las campanas de San Pedro marcaran las ocho de la tarde, el Conde de Revillagigedo, Álvaro Armada y Valdés, dio la anhelada orden de salida. Previamente, muchos ya habían aprovechado para grabar con sus teléfonos las siempre llamativas maniobras de los Gastadores. Había muchas ganas de disfrutar del Jueves Santo, especialmente después de la suspensión del año pasado por lluvia. El Vía Crucis, organizado por la Santa Misericordia, arrancó mientras sonaban los acordes del himno nacional. La procesión empezó a paso lento ante la atenta mirada de quienes acompañaron la procesión y de los que inundaban las aceras. Otros se asomaban a las ventanas de sus viviendas, con una perspectiva envidiable.
Eran veinticuatro componentes de la cofradía que lidera Ignacio Alvargonzález los que se echaron al hombro el paso y elevaron la imagen, obra de Francisco González Macías. Por delante de ellos, en todo momento, iban decenas de cofrades del Santo Sepulcro y de la Vera Cruz. Marcaban el camino de una comitiva religiosa en la que abundaban los tan reconocibles trajes blancos y negros de la Santa Misericordia que en esta ocasión lucieron más de un centenar de hermanos. Los encargados de pronunciar las reflexiones y las citas evangélicas de las estaciones fueron José Antonio Álvarez, sacerdote de San Pedro, y el diácono Enrique Palomo.
El respeto de los asistentes hacia la procesión era máximo. Sin embargo, a pesar del silencio, para escucharles resultaba necesario estar a escasos metros debido a la cantidad de personas que seguían la procesión. Al término de cada parada, las carracas sonaban antes de que la Banda de Música de Gijón reanudaba su actuación y los porteadores volvieran a elevar al Santo Cristo de la Misericordia. El cansancio ya empezaba a hacer mella en ellos, pero la ilusión de completar el itinerario estaba por encima.
Sonaban marchas imprescindibles como "Cristo de la lanzada", la siempre emocionante Saeta o "Jesús de las Penas". La emoción no disminuía con el paso del tiempo. "Es muy emotivo estar viendo la procesión tan cerca del mar y el desfile de los militares. Al principio no cabía un alma y ahora sigue estando bastante lleno", manifestaron Martín Gómez y Jacqueline Morán, una pareja de Madrid, cuando el Vía Crucis pasaba por los Jardines de la Reina, cuyo termómetro marcaba 16 grados de temperatura.
Las últimas cuatro paradas, en San Pedro por la lluvia
El contratiempo llegó en torno a las nueve y media de la noche, cuando comenzó a caer una tromba de agua. Los fieles sacaban sus paraguas y los músicos intentaban que el agua hiciera el menor daño posible a sus instrumentos. Se estaba leyendo la décima estación cuando Alvargonzález tomó la decisión de acelerar el paso para llegar cuanto antes a San Pedro, resguardarse y culminar allí al Vía Crucis, que se extendió durante dos horas y media.
Al llegar al templo, el maestre del Santo Sepulcro, Alejandro Vallaure, afirmó que "íbamos mentalizados de que esto era algo que podía pasar". "Ha merecido la pena salir. Jamás vi a tanta gente siguiendo una procesión en Gijón, lo cual quiere decir que no estamos equivocados cuando decimos que la Semana Santa tiene que ser un reclamo más de la ciudad. Ver las calles así es una gran noticia", zanjó Vallaure, orgulloso y agradecido por la respuesta de los gijoneses al trabajo de las hermandades penitenciales.
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